Una de las noticias más divulgadas esta semana por todos los medios fue la del escrache sufrido por Mónica Oltra, vicepresidenta del gobierno valenciano y dirigente del partido nacionalizquierdista y catalanista Compromis, organizado por el grupo ultraderechista y casi testimonial España 2000.
Una veintena de neonazis con máscaras y una bandera que reclamaba que Valencia es España dieron gritos desde el desde la calle de su vivienda contra Oltra, que ha denunciado el acto en los tribunales aunque ella alentó otros acosos similares dirigidos contra el expresidente Francisco Campos y la fallecida exalcaldesa valenciana Rita Barberá.
En el caso de Oltra las condenas contra el escrache fueron inmediatas y unánimes, incluyendo las de las derechas.
Pero debe recordarse que las izquierdas radicales llevan años organizando actos similares, como contra Soraya Sáenz de Santamaría en 2014 ante su casa con su bebé casi recién nacido, o contra Cristina Cifuentes, cuando caminando sola por una calle una turba la persiguió y se le encaró escupiéndole e insultándole pegada a su rostro.
La Audiencia de Madrid sentenció que el acoso a la vicepresidenta era “libertad de expresión”.
El escrache, de derechas o izquierdas, es el acto de una chusma odiante, cobarde pero envalentonada sintiéndose masa, el miserable ataque de una manada de hienas que quiere despedazar a su víctima.
El escrachador no mata todavía porque no dispone del turbio ambiente político y social que le permite actuar impunemente, pero espera poder asesinar en caso de que la ley o la policía no controlen el orden público.
El escrache, una de las palabras latinoamericanas más feas aceptadas por la Academia, es el ensayo de linchamiento que organiza un populacho fanatizado esperando la oportunidad para darle a la víctima el paseo previo al tiro definitivo en la nuca.
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SALAS