Escrache es una de las palabras más feas del DRAE. Llegó de la Argentina piquetera, del matonismo parásito y fascista del peronismo, mutado luego en marxismo guevarista.
Es el acoso cobarde de una masa cargada de odio a personas generalmente indefensas, y cuyo trágico final a veces es su linchamiento.
Desde la transición los escraches eran poco comunes, aunque los practicaban los filoetarras con los no nacionalistas; después, con motivo de la guerra de Irak y antes de que hubiera tropas españolas allí, se le practicaron a políticos del PP y a sus familias al grito de “Paz”.
La izquierda nunca los condenó porque afectaban sólo a la derecha, e incluso el ínclito juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz calificó como “método de participación democrática” el que sufrieron Soraya Sáenz de Santamaría, su marido y su bebé en su casa en abril de 2013, organizado por quienes hoy forman Podemos en supuesta defensa de los afectados por hipotecas.
Ocurría mientras la hoy parlamentaria navarra de Podemos Tere Sáez pleiteaba para desahuciar a un inquilino suyo acudiendo a la ley contra la que ella misma hacía escraches. La Audiencia de Navarra acaba de darle la razón para echar a la calle al que llama okupa.
Esta semana el concejal de Seguridad del Ayuntamiento de Madrid, José Javier Barbero, de Ahora Madrid-Podemos sufrió el escrache de unos 200 policías municipales fuera de servicio que protestaban por la reducción del salario al cambiar sus actividades.
No se trata de dirimir si tenían razón o no para protestar, sino que sólo siendo acosado, el mismo hombre que participó en otros escraches a familias indefensas dice ahora que ha sufrido un ataque fascista que debe perseguirse por “incitación al odio”.
He aquí las varas de medir del sacerdocio progresí.
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SALAS