Escribir (al igual que leer) es lo primero que aprende en la escuela cualquier niño del mundo y esta coincidencia no tiene lugar por mera casualidad. Lo primero siempre establece prioridad y esta queda justificada porque escribir se constituye como la herramienta principal para llegarse a desarrollar como persona y en la vida poder progresar.
En el Capítulo 2 de mi recientemente publicado libro “Marathon-15%: 115 CLAVES DE SUPERACIÓN PERSONAL” escribo…
“…podríamos decir que el mundo de los deseos se asemeja a una exposición de pintura abstracta cuyos cuadros representan unos motivos que describen la realidad de una manera conceptual, sin duda muy alejada de lo que a la vista normalmente son, por lo que deben ser interpretados en la mente del espectador. Y como esa interpretación no siempre responde a una misma visión, de ahí quizás su éxito para unos o para otros su decepción. En cambio, los deseos que nacen con vocación de realización precisan convertir lo difuso en concreto o lo que es lo mismo, transformar lo abstracto en figurativo o si es en fotográfico aun mejor. Los deseos ambiguos y evanescentes incorporan la mejor garantía de olvido y paralización, mientras que aquellos que concretamos y definimos los convertimos en objetivos dando así el primer gran paso para su ejecución.
¿Y cómo convertir un deseo en objetivo? Pues para ello, escribirlo es la mejor solución. Pero escribirlo con todo grado de especificación, de tal manera que si fuese leído por otros, estos fueran capaces de entenderlo exactamente, en su totalidad y sin mayores esfuerzos de comprensión. La escritura es sin duda, de todas, la invención más determinante de la humanidad pues permite expresar y perpetuar los pensamientos mediante un código de común interpretación, que inevitablemente obliga al escritor a repensar lo ideado para que lo finalmente redactado tenga sentido para todos y no solo para el autor. Nadie escribe como piensa y esta es la mejor prueba de que la generación de ideas requiere de código, orden y adecuada expresión para su aprovechamiento y su interlocución.
Pero la escritura también tiene otra dimensión y es la de incorporar un compromiso mayor sobre aquello escrito respecto de lo pensado o incluso dicho y si no, solo hay que referirse a los contratos al uso como documentos universales de obligación. Por ello, formular un deseo por escrito en forma de objetivo e incumplirlo no está exento de un molesto dolor. Dolor que es inexistente o en cualquier caso mucho menor cuando son los pensamientos los únicos testigos de nuestra intención.
Sin embargo, no todo deseo escrito tiene la virtud de convertirse en objetivo si lo redactado no atiende a aspectos como la factibilidad, la especificidad y la posibilidad de medición, sin los cuales no pasaríamos de una mera elucubración, escrita sí, pero sin posibilidad de realización, comprensión, ni comprobación. Lo imposible no genera adeptos, lo inespecífico confunde y lo difícil de cuantificar aleja cualquier posible verificación…”
Saludos de Antonio J. Alonso