Revista Libros
"Escribir casi entra dentro del placer masoquista." Entrevista a Manuel Vicent
Publicado el 05 enero 2011 por LilikJunio 1997, © Javier Ochoa 1997
Manuel Vicent ha querido que nos encontremos en el Café Gijón. Es media tarde y el salón-comedor del piso inferior está cerrado, pero como es cliente habitual pide que nos dejen pasar y lo iluminen. Todas las mesas están ya preparadas para la cena, por lo que un camarero baja a retirar las copas, platos y cubiertos de una de ellas. Mientras esperamos que nos sirva le muestro a Vicent el libro que acabo de comprar. "¡Pero este libro es horroroso!", exclama, cogiéndolo para echar un vistazo a la contraportada. La opinión puede resultar algo sorprendente, porque se trata de Pascua y naranjas, de Manuel Vicent. "Aunque hay que tener en cuenta", añade como para sí, hojeándolo, "que está escrito en los años sesenta". Se detiene entonces en una página cualquiera y lee con atención un fragmento. "¡Qué horror!", confirma con un gesto de resignación. Luego explica: "Nunca releo lo que escribo. Ni siquiera los artículos". Antes de volver a dejarlo sobre la mesa, sin embargo, le dedica una mirada más cariñosa. "Fue mi primer libro", comenta, y con eso parece querer aclararlo todo.
Han pasado treinta años desde que aquella novela primeriza le diera a conocer al ganar el Premio Alfaguara. Desde entonces ha publicado casi una treintena de títulos más y ha obtenido otros premios, entre ellos el César González-Ruano de periodismo y el Nadal de novela. La última que ha publicado hasta la fecha, Jardín de Villa Valeria (1996), clausura una trilogía de carácter más o menos autobiográfico, cuya segunda parte, Tranvía a la Malvarrosa (1994), ha sido objeto de una versión cinematográfica estrenada esta primavera. Hace unas semanas ha presentado en una librería madrileña una recopilación de sus mejores relatos cortos.
"El soporte no tiene ninguna importancia, el papel que hay debajo de las palabras no importa."
P: Su obra comprende novelas, teatro, relatos, biografías, artículos periodísticos, libros de viajes, de entrevistas y de semblanzas literarias. ¿Le merece toda la misma consideración, o cree que hay alguna modalidad en la que haya obtenido mayores logros?
R: No lo sé. Me considero un escritor, y a la hora de escribir un artículo o una novela mi actitud ante el texto es la misma. Muchas veces puedes estar más cómodo ante un tema que ante otro, pero eso no depende del tema en sí, sino de tu propia situación. Después es el lector quien opina.
P: ¿No tiene, entonces, un género preferido?
R: Me siento cómodo con el artículo corto, y sobre todo, dentro del artículo corto, con la pequeña historia. Tengo la sensación de que todo lo que se puede decir en cien folios se puede también decir en cincuenta, en diez y en uno. A esto se añade que, al comprimir una historia en un folio, se entra en un terreno donde la palabra adquiere un especial valor; se entra casi en el terreno de la poesía. Hacer poesía y a la vez relato condensa todo desde el punto de vista de la necesidad de escribir.
P: ¿Se refiere a las columnas de El País que son en realidad un relato breve?
R: A veces, sí. Si encuentro un buen tema, puede decirse que ahí es donde más cómodo me siento.
P: Además de esta diversidad general, buena parte de sus libros se caracteriza por un mestizaje de rasgos genéricos, que los hace difíciles de clasificar. ¿Obedece a un deliberado propósito de innovación?
R: No. Creo que cualquier autor que tenga un deliberado propósito de innovación ya no innova nada. Me parece una postura falsa. Hay que tener una actitud de sinceridad y de necesidad ante lo que se escribe, sin otros prejuicios. El prejuicio más grande que existe es el de querer ser moderno a toda costa. Continuar leyendo en Espéculo