Y eso es algo que, quien más quien menos, tod@s hemos hecho alguna vez. "¿Quien no escribió un poema huyendo de la soledad...?", cantaba Cecilia (¡qué tiempos!), ¿quien no ha escrito un diario es su adolescencia? pregunto yo.
Tod@s, en algún momento de nuestra vida hemos sentido la necesidad de volcar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestras inquietudes en un papel. Y eso, se me ocurre a mi, es un resorte, consciente o no, de supervivencia. Es decir, una forma de autoterapia que nos sale de dentro sin que nadie nos la recomiende.
Hoy en día sí se recomienda, ahora es bien sabido que escribir es un desahogo, que reduce el estrés, que nos ayuda a ordenar nuestros pensamientos, y a veces, incluso a encontrar solución a nuestros problemas por el mero hecho de expresarlos, de materializarlos en un papel.
"La literatura es la defensa ante las ofensas de la vida", decía Cesare Pavese.
"Escribir es una manera de exorzizar los demonios que llevamos dentro", según Vargas Llosa.
"Escribir guiones para mis películas forma parte de mis terapias para superar depresiones, ansiedades y neurosis", declara Woody Allen, muy aficionado él al psicoanálisis, como es bien sabido.
"Escribir es una forma de terapia. A veces me pregunto cómo se las arreglan los que no escriben, los que no componen música o pintan, para escapar de la locura, de la melancolía inherente a la condición humana", declaraba Graham Greene.
Así que, ¡escribid, escribid, maldit@s!
