Escribir poesía es casi lo mismo que amar: una pulsión que nace de una herida que no sana jamás; un reencontrar el destino en cada silencio con la palabra; un rebuscarse entre el barro de los días; lamer la sangre que brota de las noches en su ausencia; un saber cómo y qué, pero no porqué y, al mismo tiempo, un no saber nada.