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Escrito en el cuerpo: de The Pillow Book a María Castrejón

Publicado el 21 febrero 2010 por Evagp1972
Escrito en el cuerpo: de The Pillow Book a María Castrejón
El pasado 14 de febrero tuve el placer de ver la película The Pillow Book, dirigida por Peter Greenaway en 1996. La protagonista es Nagiko, una japonesa atractiva y temperamental, educada en un entorno amante de la literatura y la pintura. De pequeña, cada cumpleaños, su padre le escribía sobre el rostro una bendición tradicional. Adulta, solicita a sus amantes que escriban con tinta sobre su cuerpo, ya sea en caligrafía tradicional japonesa u occidental, en cualquier lengua, viva o muerta. Incluso se deja escribir fórmulas matemáticas, pero no encuentra la satisfacción que busca en estos encuentros ocasionales. Quizás porque en estos encuentros Nagiko no había descubierto, aún, lo que implica desear un cuerpo, amar un cuerpo. 
Mordemos, arañamos, cubrimos de saliva otro cuerpo: queremos dejar sobre él una marca para, de algún modo, poseerlo. Escribir en el cuerpo del otro es también, en este sentido, otra forma -otro intento- de posesión. En los cómics de Djinn, si el amante escribe su nombre con alheña sobre el cuerpo de su amada, en virtud de un conjuro ese nombre penetrará en su piel, y ambos quedarán unidos para siempre en el deseo. Con mayor violencia, en la  novela de Company Círculos en acíbar, Rodrigo se imagina asesinando a su amada imposible, Ana, para hacerla suya escribiendo círculos de sangre sobre su cuerpo desnudo (...) sobre su propio cuerpo...
Las primeras tentativas de Jerome, último amante occidental de Nagiko, le desagradan por su trazo banal y prosaico. ¿Recordáis a George Michael escribiendo Explore con pintalabios fucsia sobre un muslo de mujer mientras cantaba I want your sex? En nuestros tiempos – y más en Occidente- no damos importancia a la forma  de nuestra escritura. Impensable, un concurso de caligrafía al estilo oriental. ¿Acaso tiene sentido cuidar la belleza del trazo en una cultura que sólo sabe escribir en Arial? En breve, nuestra firma de bolígrafo o pluma será sustituida  por la firma electrónica: un conjunto de números frente al cual ningún grafólogo  podrá rastrearnos el alma. 
Paradójicamente, sobre la piel de una japonesa afincada en una catedral de la tecnología que es Tokio, Jerome aprenderá a escribir  mayúsculas dignas de antigua imprenta alemana,  y alcanzará con el tiempo una maestría que llevará a ambos a un estado de – aparentemente – perfecta simbiosis pictórica, literaria y sexual.
Después de cada sesión, el agua será la encargada de borrar los trazos que, durante horas, Jerome ha plasmado sobre la piel de Nagiko. Todo ese trabajo, bello  y sensual, desaparece sin dejar rastro, pues como el cuerpo que lo sustenta, esta obra de arte es, desgraciadamente, efímera. Recuerdo la imagen de Nagiko, desnuda y en posición fetal, dentro de un gran jarrón decorado con motivos japonenses, rojo y verde, bañándose para despojarse delicadamente de la tinta que cubre su cuerpo...
Jerome despertará en Nagiko el deseo de complementar su papel de lienzo  con el de escritora del cuerpo de otros hasta que, perfeccionando también poco a poco su arte, escriba trece libros sobre distintos modelos (trece es la mitad de los veintiséis signos de nuestro alfabeto latino). Enviará cada una de estas personas a un editor que, fascinado, se ofrecerá a copiar esos libros y publicarlos. Así, los libros de Nagiko pasarán de un soporte efímero a otro que les dará permanencia. El precio a pagar, sin embargo, será muy alto: el editor será también el centro de un círculo de venganza y celos, que llevará a los protagonistas hasta el asesinato y el suicidio.
Pensé que el título, The Pillow Book, se refería a convertir a los amantes en libros-almohada, en el sentido que se les disfruta en la cama. Bien al contrario, descubrí que el nombre proviene de una curiosa costumbre japonesa: guardar en las almohadas, que eran de cerámica o de madera huecas, los diarios íntimos.  La piel de uno de los protagonistas, cubierta por uno de los trece textos de Nagiko, se convertirá en uno de estos diarios, y quien lo guarda pagará muy cara su osadía.
La visión del cuerpo escrito de Nagiko me recordó al regalo de cumpleaños que, sin saberlo, me hizo la escritora y crítica María Castrejón el pasado 15 de noviembre. En su intersante blog encontraréis la anotación Body hiding:
Reflexionando sobre el cuerpo en la poesía lesbiana, me faltó cuerpo. No se puede hablar de cuerpo sin cuerpo... ni sin palabras. Pero quién habla de quién. Quién tiene más fuerza discursiva. Decidí hacer este experimento para comprobar si las palabras ocultaban mi cuerpo o mi cuerpo hacía desaparecer el sentido de las palabras. Imprimí en mi piel, con la ayuda del artista David R. Bomati, algunas de las metáforas que utilizaban las poetas que estaba estudiando. ¿Me convertí en texto? ¿El texto tomó cuerpo? ¿Cuál es la conclusión?
Contemplad el cuerpo desnudo de María Castrejón:cubierta como Nagiko con frases en tinta negra, cuerpo y palabra vuelven a hacerse indivisibles. Un hermoso acto de amor que, como la cita del  Makura no Soshi que aparece en The Pillow Book, nos dice en silencio que dos cosas no nos han de faltar: las delicias de la carne y las delicias de la literatura.

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