La Vanguardia, el importante rotativo barcelonés, publica hoy un artículo de Francesc-Marc Alvaro, un periodista con sensibilidad un artículo titulado “La puerta del váter“, ese sitio donde y principalmente en las escuelas se suelen escribir toda clase de anuncios, noticias y comentarios, como hace 2000 años hacían los romanos en tablillas de las plazas de los foros.
Lo reproduciomos per su interés y actualidad, como contribución a la comprensión de las generaciones que tienen hijos en edad escolar:
La puerta del váter
Para los jóvenes de hoy el concepto de intimidad que nosotros invocamos es pura arqueología
Francesc – Marc Álvaro | Sigue a este autor en Twitter o Facebook
Escucho que un responsable de los Mossos d’Esquadra explica que la mayoría de las denuncias que este cuerpo ha recibido por ciberacoso escolar mediante redes sociales y herramientas como Gossip o Informer se pueden calificar legalmente como “injurias leves”, y vendrían a ser la versión contemporánea de la tradicional, clásica y popular frase anónima escrita, con mala sombra, en la parte interior de la puerta del váter que utilizan los alumnos. Esto es antiguo, sólo cambia el vehículo y la magnitud de este tipo de comunicación.
Hay una subliteratura popular que, durante siglos, ha encontrado su espacio natural en ámbitos muy frecuentados donde, a la vez, es posible expresarse sin identificarse. Las puertas de los lavabos públicos lo tienen todo para la difusión de chismes, rumores, procacidades y ocurrencias de todo tipo; también hemos visto, a veces, las obras de caricaturistas espontáneos y el ensayo en pequeño de pintadas que, después, hemos encontrado en las calles. Un 20% de institutos catalanes ya disponen de Informer, la página especial de Facebook que permite que grupos de personas que tienen algo en común la utilicen como tablón de anuncios donde colgar -poniendo el nombre o anónimamente- los mensajes que quieran. La suma de adolescencia, anonimato y facilidad tecnológica es un cóctel indigesto para padres y docentes, por eso ahora vuelven a dispararse las alarmas y, desde la consellera hasta el pedagogo de turno, pasando por el experto en bullying, todo el mundo nos avisa de cómo reducir los riesgos que artefactos de este tipo tienen para las vidas de nuestros hijos.
Es normal que nos preocupemos, pero nos pasamos de la raya. Quiero decir que está bien advertir a los jóvenes de los problemas que se pueden derivar de ciertos comportamientos, pero hay que poner las cosas en perspectiva. Los casos extremos deben ser detectados a tiempo, pero no podemos obsesionarnos. A veces, tendemos a sobreproteger a los chavales y, entonces, conseguimos un efecto contrario: lo prohibido siempre es más atractivo. Hay que ser más astutos.
Con todo, no debemos engañarnos sobre el alcance del fenómeno. A ver, padres y maestros, métanse esto en la cabeza: para los adolescentes y jóvenes de hoy, el concepto de privacidad y de intimidad que nosotros invocamos es pura arqueología. Desde mi punto de vista de hombre nacido en el siglo XX, eso es un desastre, pero esta es una batalla perdida. Las inercias del mercado y del cambio cultural refuerzan una vida con paredes de cristal y retransmitida on line. Yo, en cambio, amo la vieja y bonita conquista burguesa que supone la separación clara entre la calle y el hogar, pero soy un tipo pasado de moda: me parece una tontería, por ejemplo, tuitear que vas a acostarte o que se te ha estropeado la lavadora.
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Creo que se explica bien y que puede tranquilizar espíritus sensibles.
El medio (móviles, redes sociales…) justifica los fines…
Xavier Allué (Editor)