Ya sabemos que los escritores del siglo XVIII como Bequer, Kafka o Lord Byron eran románticos, es decir, extremadamente pesimistas y siendo capaces de suicidarse por amor. La mayoría vivió en la pobreza y no se valoró su obra ni pasaron a la Historia hasta después de muertos.
Una anécdota es que Kafka antes de morir intentó quemar todos sus textos pero un amigo suyo los salvo y es gracias a él es que han llegado a nuestros días.
Pero… Y los escritores malditos? En este artículo vamos a dedicarles unas páginas.
En el márgen de la Literatura, excluídos, de alguna manera, por no encajar exactamente con el perfil de la época de escritor, tal vez por estar por encima de los demás escritores o estar más evolucionados y quedarles pequeño el epígrafe de escritor.
Fueron escritores sumamente vividos, personajes de sus propias obras con contenidos tan escalofriantes como una jeringuilla en el patio de un colegio.
Uno de esos escritores malditos es Burroughs, que se pasó más de media vida intentando dejar la heroína. Pasando largas temporadas con su mujer alejado de la ciudad para conseguirlo. Es autor de «El almuerzo desnudo» que tuvo un gran éxito y pertenece a la generación Beat.
Una anécdota sobre Burroughs es que tenía una obsesión de mal agüero con el número 23 (de ahí surge la famosa película protagonizada por Jim Carrey, titulada «El número 23»)
También autores como Jack Kerouac y Allen Ginsberg forman parte de la generación de escritores malditos ambos politoxicómanos y frecuentando el White Horse Tavernes de Nueva York.
Muchos de los escritores malditos padecían de trastornos o enfermedad mental seguramente debido a las cantidades ingentes de drogas que consumían. Sin embargo, a veces pasa, que la «locura» es la mejor fuente de inspiración para escribir obras de calidad.
Un dato importante es que según el psiquiatra Enrique González Duro hay demasiados casos de escritores tratados, diagnosticados e incluso recluidos para que la relación entre locura y literatura sea casual.
Mary Shelley, autora de Frankenstein, sufría alucinaciones y crisis de melancolía. Lord Byron era extremadamente voluble y, a veces, aullaba sin motivo aparente. Charles Baudelaire, autor de «Las flores del mal» un poemario, padecía de habituales crisis nerviosas, neuralgias y vértigos que paliaba pasando largos períodos de tiempo encamado.
Virginia Woolf, Allen Ginsberg y la poetisa Sylvia Plath también tenían enfermedad mental.
Sylvia Plath tenía frecuentes discusiones con su marido que le hacía la vida imposible por no soportar que su mujer, con sus escritos, tuviera más éxito que él. El conflicto fue tan grande que Sylvia Plath se suicidó metiendo la cabeza en el horno (Hemminway aunque no fuera escritor maldito intentó suicidarse de la misma manera solo que, al no obtener resultado, sacó la cabeza y se pegó un tiro en la sien)
Todos se drogaban, eran alcohólicos o consumían marihuana y bajo los efectos de las drogas escribían verdaderas obras de arte. Samuel Taylor Coleridge escribió un poema onírico de suma calidad titulado «Kubla Khan» (1797). Baudelaire solo podía escribir bajo los efectos del hachís. Burroughs se «ayudaba» con la heroína y Jack Kerouac escribió «El Camino» bajo los efectos de las benzedrinas.
Los escritores malditos fueron los precursores del movimiento hippie. Fue, entonces, cuando comenzó una lucha contra la razón, la lógica, la disciplina y el refinamiento burgués por considerarlos defectos que incordiaban la verdadera naturaleza animal del ser humano y lo intentaban sustituir aplaudiendo el instinto, el caos, la provocación, la desobediencia y la irracionalidad.
Rebeldía, marginalidad, locura y drogas son los cuatro puntos que tienen en común los escritores malditos pero hay que agradecerles el legado de su obra por su belleza, calidad y hacernos pasar tan buenos momentos.