En mi vida he pasado por muchas mudanzas. Unas han sido particularmente difíciles por todo lo que conlleva cargar una vida en forma de objetos y trasladarla a otro lugar. Simplemente es complicado por su envergadura y porque suele llevar implícito muchos significados que pueden o no ser buenos. En mi caso siempre han sido buenos y gratificantes. Por supuesto, en una mudanza se aprende a discernir entre todo lo que se tiene, aquello que realmente nos es imprescindible y quizás en esa tesitura nos vayamos dando cuenta de muchos aspectos que se reflejan en lo que tenemos que trasladar.
El propio acto de escribir es como hacer una mudanza: trasladas lo que tienes dentro al mundo exterior y los muebles y enseres son las palabras que cobran vida propia al unirse, reflejando una parte del mundo, de tu mundo. Siempre que se hace una mudanza se cambia de escenario, se vive como una nueva ocasión para comenzar algo distinto, para canalizar vivencias y hacer una catarsis de lo que hasta ese momento se ha vivido, tal como hacemos al escribir. Vamos puliendo el texto, seleccionando lo esencial y dando su ubicación correcta a todo lo escrito. Construimos el nuevo hogar de nuestros pensamientos, emociones y sentimientos para, de esta forma, lograr ponerlo todo en su sitio.
Con la mudanza de nuestras cosas a un nuevo hogar, nos desprendemos de lo innecesario y nos quedamos con lo esencial, realizamos una tarea de limpieza y nos damos cuenta de cuán difícil es a veces deshacerse de lo inservible, lo inútil o lo que ya no necesitamos para comenzar de nuevo. Es un poco la metáfora que quizás nos ayude en la propia existencia para mejorarla si nos damos cuenta de que los recuerdos se quedan en el corazón y no en los objetos. Superamos lo que queda y damos posibilidades nuevas a nuestro nuevo hogar.
Encontramos viejos recuerdos olvidados en algún cajón, una parte de nuestra vida que yacía dormida en alguna fotografía o determinados objetos que nos traen el pasado al presente. Siempre es revelador volver a repasar la vida, lo escrito, lo material y ver cómo se imbrica en nuestras emociones sin que apenas nos hayamos dado cuenta. Eso nos permite revivir experiencias buenas que han pasado y superar otras que no lo son. Pasar página, dejar en el corazón lo bueno y poder seguir con nuestra propia vida sin mirar atrás.