Revista Cultura y Ocio

Escrituras automáticas

Por Calvodemora
En un taller de escritura en el que participé, se propuso que escribiéramos al modo en que los músicos tocan cuando no ensayan ninguna melodía aprendida o no leen la partitura. Era un ir escribiendo, un soltar palabras. No se exigía hilo alguno. Tan sólo dejarse ir, escribir sin que mediase interrupción alguna. Perdí lo que hice, aunque recuerdo que tuve cierto pudor al leerlo. Contrariamente a lo que pensaba, entreví cierta pureza. Corregir es una obligación, corregir es la forma de que el texto se depure. No sé bien a qué la depuración, si convendría en ciertas ocasiones esa primitiva pureza de la que hablo. No suelo corregir lo que escribo en esta página. Tampoco suelo releer lo que vuelco. De hacerlo, de volver, haría esas correcciones. Tengo un amigo, al que aprecio por su sensibilidad y por su metodismo, que me regaña cuando le digo que no vuelvo atrás. Dice que no le tengo respeto a mi escritura si no la mimo y le concedo ese tiempo. Quizá sea ésa la verdadera razón por la que no empiezo nunca la novela que ansío escribir, la razón por la que mantengo esta bitácora y sigo (nueve años más tarde) ocupándome de ella, haciendo que no se pare. Algo parecido al texto que escribí hace unos años y que hoy, en un archivo perdido en un disco duro, he encontrado. Al releerlo he recordado el pudor que sentí al tuve cuando leí en aquel taller de escritura. Creo que lo sentiría nuevamente ahora. No soy de leer, ni siquiera creo que la literatura, si es eso lo que se lee, precise ser contada en voz alta, declamada, empujada al oído como el agua en el gaznate o el aire en los pulmones. Tengo varios textos que no poseen criterio alguno. Son lo que la cabeza me iba dictando. No hay ninguna censura. Tal ve debiera haberla. En todo caso, en este texto, al ser releído ahora, se me ha ocurrido que dos frases chirriaban muchísimo. De esas que hacen que el pudor sea rubor. Lo dejo aquí. Igual mañana dejo otro. No parecen que me pertenezcan y, a su manera, ninguno que haya hecho me pertenecen más. Por no tener, ni título tiene. 
después de todo ahí está siempre esa siniestra manía de hurgar en la memoria con objeto de rescatar algún remotísimo resto de cordura o de encanto personal o tal vez únicamente un aviso mínimo de filantropía, pero acaba uno preñado de mala leche y andar así como encabronado no conduce a nada bueno o el encanto es un complot entre la líbido y el dow jones que contradice las más elementales reglas de la diplomacia, los que acuden siempre son los vicios, apuntes bastardos de una vida tirando a crápula, un cierto abandono en las formas, noches en duermevela, blues sin complejos, todas esas sólidas buenas intenciones que al levantarnos abrazamos como maná metafísico y que luego devienen tristeza o algo que no puede ser nombrado con esa vaga fonética cómplice, algo sin lo que no sabríamos continuar, salir a las calles, mirar las tiendas, comprar el pan, leer a keats en una sala de espera de un ambulatorio, todas esas cosas sencillas sin las que no sería posible soportar este trasiego, algo vagamente parecido a uno mismo con lo que afrontamos el resto de la jornada, como borges solo le pido al señor que me permita escalar la cumbre de cada día, a borges le debo tanto que no me atrevo a pedirle nada más, por pudor sobre todo, porque ha habido días de borges sublimes, días de runas y del aleph muy adentro, salgo a la calle a primera hora de la mañana, compro el pan, miro el cielo y recito las palabras de borges poco afectadamente, como si no hubiese otra cosa que decir o como si alguien vigilara lo que hago y anotase en una libreta cómo empiezo el día, deberíamos tener un biógrafo, cada uno debería tener un biógrafo, no sé si lo ha escrito alguien antes de ahora, seguramente sí, pero todos deberíamos tener un biógrafo, uno que diese fe de los quiebros y de los voluntos, de chet baker en holanda y de los espasmos del amor a mitad de la noche, a partir de aquí el día suministra su ración de atropellos, el autobús está lleno, las calles están llenas, el ascensor está lleno, la agenda metódica y el ruido sin dobleces del reloj muerto en la muñeca, windows ocho es la caña, se trata de ir vaciando la pereza en carpetas azules que van al armario de madera de pino de la habitación de la señora de la limpieza, o se trata de ir escuchando todas las noches un disco nuevo de jazz y acostarte con la sensación de que algo hermoso se ha registrado en la memoria, al final del día queda uno amorosamente rendido y se ocupa del tic tac del estómago, esa procesionaria del rhythm and blues onomatopéyico, amorosamente rendido, me gusta decirlo así, soy un corazón al descubierto, uno que no se tiende al sol, un corazón con todas las historias bien visibles, un corazón al descubierto, un diario que se abre y cuenta los secretos, racimo opulento de uvas o la boca carnosa de la muchacha carmesí, la muchacha del pan, que en ratos libres lee a proust, lee a kavafis, lee a rimbaud, lee toda la carne ardiente de la belleza endecasílaba, la muchacha mil novecientos ochenta y cinco a la que besaste en un bar y de la que no ya recuerdas nada salvo quizá la turgencia de los pechos en tus manos nuevas, la boca rompiéndose en la boca, el olor a tabaco en el paladar como una bendición, la vuelta a casa si es que era una casa, el tiempo como el río de heráclito, heráclito mismo contigo, volviendo por la calle real de san fernando, oh amigo, tú vas por mal camino, pero los poetas estáis como cencerros, apunta en una hoja de pedidos los versos más esplendorosos, la rima mayestática, los nombres más íntimos de las cosas, tuvo un novio que la dejó a los quince, pero ahora tiene un novio a los cuarenta que la espera en un coche de segunda mano, de tercera mala mano, para besarse después con melodías de europa fm, cosas ramplonas, la rancia evidencia de que no hemos aprendido nada todavía, ella en el beso recordará pasajes de mann, pasajes de balzac, todos los pasajes líricos de la novela decimonónica, pero el novio sólo aspira a una noche de sílabas tónicas, una visión a ras de epidermis de la harina obrera, los novios son una estaca de madera apretando el pantalón vaquero, el tiempo no acaba en un abrazo, el tiempo no acaba en un abrazo, lo supo ana karenina, lo supo madame bovary, lo supieron todas las heroínas de la decadente opulencia de los palacios con alfombras y cortinas historiadas, lo dejo a riesgo de que se me olvide, la memoria es la que escribe, no yo, la memoria es la verdadera culpable, no yo, pero no podemos ir por ahí sin memoria, conociendo cada pequeña cosa por primera vez, diciendo vergel la primera vez, diciendo vírgen la primera vez, diciendo me ha gustado mucho por primera vez, las primeras veces, ah las primeras veces, se podría escribir un libro sobre las primeras veces, escribirlo del tirón con una botella de jack daniel's, con un paquete de chesterfield, en el fondo no somos unos sentimentales, crápulas y descarriados es lo que somos, unos días, crápulas, otros, descarriados, está bien la varianza, el ir y el venir de un estado a otro, días en lo que somos ambas cosas de modo formidable, ah cómo amo esos días los días felices del primer abrazo, porque al abrazo novicio le siguen una legión de abrazos invisibles, ésos probablemente sean los mejores abrazos, los que no están, los imaginados, los abrazos repetidos en un sueño o en las palabras que usamos cuando le decimos a un buen amigo que alguien nos quiso anoche y que encontramos en otro cuerpo a dios y a su flota arcangélica de alucinados, pero el tiempo es un cabrón, el cabrón del tamaño más grande, y se va muriendo el abrazo y se yendo el empeño en quererlo guardar, el abrazo muerto, como anna karenina en la página en donde descubre que la vida no vale nada, luego llega el atropello final de todas las desventuras, el final es siempre feliz, no importa que sea trágica, a veces terminar es ya una victoria, termino
septiembre 2005

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