Pocas
veces en mi vida he querido apasionadamente imitar a alguien como cuando me
enteré lo que estaba haciendo, hace ya poco menos de 20 años, Ricardo Espinosa.
Era el muy caluroso verano del 97 -¿o 98?- cuando vi un reportaje en la
televisión en la que se hablaba sobre “El Caminante”. Sé que ambas cosas (salir
en la televisión y haber recibido ese sobrenombre) han sido muy del pesar de
Ricardo puesto que es un hombre reservado, que parece vivir al margen del
bullicio en el que enloquecemos el resto.
Allí lo vi, en esa pantalla, con esa larga barba y su pronunciada
delgadez que le daba una pinta de místico, de poeta enloquecido por la ebriedad
del viaje. Y cuando me enteré que sus planes eran recorrer a pie toda la costa
peruana me volví loco, quise hacer alguna vez en mi vida algo como eso, ir por
los caminos del Perú o del mundo valiéndome de mi propio esfuerzo. Y es que era
algo que siempre soñaba cuando viajaba hacia la sierra peruana con mi madre:
veía desde el bus todos esos paisajes agrestes y pensaba en la increíble
aventura que sería estar caminando por los Andes, por esos sitios alejados de
la ciudad, dependiendo sólo de mis pies.
Por eso cuando vi a Espinosa el fuego de la aventura
volvió a encenderse pues era como si alguien más estuviese llevando a cabo mis
anhelos y diciéndome sin saberlo: ¡Vamos hombre, vive tú también tus sueños, no
necesitas nada, sólo valor y dos piernas que te llevan hasta donde siempre has
soñado! Entonces quedé hechizado por la proeza del personaje. En un país como
el Perú en donde la excentricidad no se perdona, en donde lo diferente es casi
siempre considerado como una tara, aparecía este hombre que uno imagina solo en
países como Inglaterra o Francia: ¡un caminante! ¡Alguien así en un país en
cuya capital la gente es capaz de tomar el bus por ahorrarse 3 calles! (lo he
visto, mil veces).
Así que desde ese momento estuve pendiente de sus
andanzas, mirando como loco la televisión para enterarme de sus aventuras.
Deseando que le fuera bien. ¿Cómo sería caminar por esas playas peruanas,
mirando todos los días la espuma del mar sin límites reventar a tus pies? ¿Oír
el bullicio de los pájaros marinos, sentir que te abrías camino por la arena de
tantas playas? ¡Eso debía ser
sensacional!
Luego me enteré que Ricardo publicaría un libro y apenas
salió junté con esfuerzo varias propinas y me compré el libro: El Perú a Toda Costa. Por fin lo tenía.
Y lo leí con placer. No es un libro de viajes al uso, de hecho se diría casi el
90% por ciento de él no es sino una especie de catálogo de todas y cada una de
las playas que tenemos en la costa peruana, y es una información preciosa: yo
me llevé el libro a mi primer mochileo desde Trujillo (en Perú) hasta Guayaquil
y se notaba el trabajo disciplinado y correcto que había llevado a cabo el viajero
caminante. Pero donde está la parte más interesante (para mí) es en su diario
de viajes. Un puñado de páginas puestos al final del libro que son oro puro. No
sólo por lo que cuenta sino también por cómo lo cuenta.
De modo tal que nos enteramos de todas sus aventuras con
un estilo fresco, irónico, con brochazos de humor que te sonsacan una sonrisa
cómplice. El autor nos relata sus inolvidables aventuras pero sin aspavientos
ni ansias de hacerse pasar por un personaje único. Si casi parece que te lo
estuviera contando directamente. Imposible olvidar esos aterradores gritos que
oyó en medio de la noche, mientras acampaba en una playa; las casas en ruinas o
huecos en los que se metía a dormir; la marea crecida que en una noche tremenda
se lleva por delante todo su austero equipo y que tiene que recuperar
ayudándose de la débil luz de una linterna; los momentos en que gente de mal
vivir le miraban con ansias de robarle; el hombre que le confunden con “el loco
calato” que andaba por los cerros de una playa; y aquel momento en que en la
costa de Arequipa se encuentra con una familia cuya piel estaba tan teñida por
el carbón que recogían que sólo se les notaban la sonrisa. En fin, un Perú poco
conocido, distinto, contando por un viajero curioso, sencillo, que ama estar
así, solo pero bien acompañado de la naturaleza. Pero de lo que menos me
olvidaré es de las muchas personas que en el camino le ayudan de una u otra
forma. Es ese Perú que me gusta, que adoro ver, y que muchas veces,
apesadumbrados por los noticieros de la mañana, olvidamos que existe.
El Caminante, perdón, Ricardo Espinosa, continuó luego
con otro viaje a pie por el gran Camino Inca y publicó un libro sobre ello. Como
se ve es un andante incorregible. Me gustaría conocerlo. Sólo he encontrado un
vídeo en el que hace una breve entrevista. Simplemente viajó, hizo algo tan
excepcional en cuanto a experiencia viajera en el Perú, y como un Rimbaud de la
mochila, desapareció. Me han contado que ahora el hombre vive retirado en un
pueblito de la sierra peruana, dedicándose a la agricultura orgánica. En contacto
como siempre con la naturaleza. Y seguro que por allí hace sus escapadas y sus
pies siguen llevándole hasta donde él sueña.
Pablo.