Allí lo vi, en esa pantalla, con esa larga barba y su pronunciada delgadez que le daba una pinta de místico, de poeta enloquecido por la ebriedad del viaje. Y cuando me enteré que sus planes eran recorrer a pie toda la costa peruana me volví loco, quise hacer alguna vez en mi vida algo como eso, ir por los caminos del Perú o del mundo valiéndome de mi propio esfuerzo. Y es que era algo que siempre soñaba cuando viajaba hacia la sierra peruana con mi madre: veía desde el bus todos esos paisajes agrestes y pensaba en la increíble aventura que sería estar caminando por los Andes, por esos sitios alejados de la ciudad, dependiendo sólo de mis pies. Por eso cuando vi a Espinosa el fuego de la aventura volvió a encenderse pues era como si alguien más estuviese llevando a cabo mis anhelos y diciéndome sin saberlo: ¡Vamos hombre, vive tú también tus sueños, no necesitas nada, sólo valor y dos piernas que te llevan hasta donde siempre has soñado! Entonces quedé hechizado por la proeza del personaje. En un país como el Perú en donde la excentricidad no se perdona, en donde lo diferente es casi siempre considerado como una tara, aparecía este hombre que uno imagina solo en países como Inglaterra o Francia: ¡un caminante! ¡Alguien así en un país en cuya capital la gente es capaz de tomar el bus por ahorrarse 3 calles! (lo he visto, mil veces).

El Caminante, perdón, Ricardo Espinosa, continuó luego con otro viaje a pie por el gran Camino Inca y publicó un libro sobre ello. Como se ve es un andante incorregible. Me gustaría conocerlo. Sólo he encontrado un vídeo en el que hace una breve entrevista. Simplemente viajó, hizo algo tan excepcional en cuanto a experiencia viajera en el Perú, y como un Rimbaud de la mochila, desapareció. Me han contado que ahora el hombre vive retirado en un pueblito de la sierra peruana, dedicándose a la agricultura orgánica. En contacto como siempre con la naturaleza. Y seguro que por allí hace sus escapadas y sus pies siguen llevándole hasta donde él sueña.
Pablo.