La mayor parte de ese viaje que hace con un grupo de amigos lo pasa en los Andes, obviamente. Cusco, Puno, Arequipa, son lugares que despiertan en el gran Paddy pasión y, en algunos otros casos, rechazo; y como siempre nada se escapa la mirada atenta y curiosa del escritor: desde la maravillosa combinación de los muros incas y las columnas españolas, hasta el color “cuervo” de las trenzas de las mujeres andinas, pasando por la abundancia de perros en las calles, la fuerza de los porteadores, la gran amabilidad de las personas de los villorrios más apartados que salen a saludarle ceremoniosamente. Sacsayhuamán es una de las fortificaciones más impresionante que ha visto, y hasta las piedras de Machu Picchu le parecen más grandes que las de Micenas y Tirinto… ¡cuando yo estuve en Micenas pensé lo mismo! Una lección que uno siempre aprende de las obras y vida de Paddy es esa curiosidad insobornable por vivir, probar y aprender de todo: es un sibarita que en fiestas bulliciosas y descontroladas bebe abundantes pisco sours (los cuales lo vuelven “políglota”), pero que al día siguiente va a claustros hermosos (el del cusqueño monasterio de La Merced, por ejemplo) a ver cuadros con la vida de santos y otros de la escuela cusqueña (alguna de las cuales le parecen “fascinantes”), o que intenta aprender quechua (lleva un libro de gramática, un diccionario y un libro de poemas). Las páginas de este libro rebosan entusiasmo, algo muy característico en las obras de Leigh Fermor. Sobre esto lo ha escrito bien Jacinto Antón en la introducción: varias frases del escritor son un llamado a vivir intensamente: “el futuro refulge de planes”, la celebración por haber subido una montaña por vez primera es para él un “día memorable”, “…un día mágico…”, “nos sentimos… nutridos por maravillas que podemos ir recordando durante años” Por eso, en sus libros nunca falta humor, ese gran amigo del entusiasmo. Hace chanzas con el soroche (“una venganza que los Hijos del sol infligen a los correligionarios de los conquistadores”), y relata sus graciosas experiencias con el administrador del hotel Plaza de Juli, un personaje realmente siniestro. ¿Algunas cosas que me quedan en la memoria? Sus descripciones de las ciudades peruanas por donde Paddy viajó y que le despiertan sentimientos diametralmente distintos: Cusco: “Todo lo que te pueda contar sobre esta hermosa ciudad será insuficiente”; Arequipa es una ciudad “impactante, espléndida”; Puno le desagrada (“la terrible ciudad”); Juli (donde busca libros de los antiguos jesuitas, cuando conocí este sitio también juro que quise hacer lo mismo) tiene una “exigua desolación”; Lima es “un caos salvaje de rascacielos de mala calidad”, “una capital deprimente” que tiene sobre ella un “paño morturio que cuelga… trescientos días al año”, y un cielo “cargado de agua”… (¡Pero si no llueve!).
Y también hay cosas que el viajero vive en Lima y que me llamaron la atención: por ejemplo, se acerca al museo Larco (aunque no dice el nombre, arguyo que es ese), y a diferencia de otros no se entusiasma por la cerámica antropomórfica pues le parece una “especie de cultura Toby Jug”. Se equivoca al decir que el palacio de Pizarro que se encuentra al otro lado de la plaza de Armas es “un lugar donde cada año se celebran corridas de toros”. Participa en una cena con el señor y la señora “Porros –aristócratas, anglófilos y amables-”. ¿Habrán sido los Porras?
Foto de http://www.theguardian.com/international
Cena en un restaurante ubicado en un palacete español llamado “Las Trece monedas” ¿Será la que está por jirón Ancash cerca del Escuela de Bellas Artes? Come y le gusta la comida china. Y en el bar del Hotel Bolívar (donde tantas veces me he tomado mis amados pisco sours) se sienta a escribir. Visita la casa de Santa Rosa, el palacio de Torre Tagle, la casa de Pilato, San Francisco, el museo de Historia Natural (¡que no lo visita nadie!), el Museo etnológico (imagino que se referirá al de Pueblo Libre), el de Oro. Y en el camino a su hotel su curiosidad muerde el anzuelo en forma de música que venía de un club nocturno subterráneo y oscuro al cual estuvo a punto de bajar pero no lo hace… ¿sería elbar MUNICH? ¡El que era (es) mi bar favorito en Lima! Algunas cosas que narra el viajero y que parece que no cambiarán, lamentablemente: el salvajismo de los conductores, las muchas muertes en las carreteras, el hecho de reclamar airadamente para que las cosas funcionen. En resumen, “Tres cartas desde los Andes” es un libro que como todos los de Paddy irradia amor por la vida, el viaje, el exotismo, la aventura. Al terminarlo uno reafirma su amor por tremendo escritor. La traducción de Payás es estupenda aunque hay errores que pudieron haber sido del narrador pero que con una nota al pie de página bien se podría haber solucionado. Se escribe, por ejemplo, Maraños en vez de Marañón (página 40), Hayna Pichu por Huayna Picchu (página 43), río Llave por Ilave (página 122), Chicuita por Chucuito (página 143), chufas por chifas (página 164). Espero que disfruten de este hermoso libro que habla sobre mi querido Perú. ¡Un abrazo viajeros y viajeras!Pablo