Conocí a Wili Reaño antes de conocerlo. Así es,
cuando era un estudiante de turismo (hace varios años) compraba, cual fan
enamorado, todos los números (incluso los pasados) de la revista “VIAJEROS” que
él editaba y, ¡gracias a todos los dioses!, todavía edita (y, lo ruego, seguirá
editando). Una vez le escribí un correo electrónico y me invitó a colaborar en
ella: para mí –creo que ya lo dije antes- era como si Messi me invitara a “reforzar”
su equipo.
Hasta que la última vez que
estuve en Perú por fin pudimos dejar atrás la virtualidad y nos conocimos
personalmente. Un placer charlar con alguien que tiene las ideas claras y que
es un verdadero amante del Perú. En esa cita el gran Wili me regaló un libro
que había escrito varios años antes y que se llama “Viajando por el Perú”, el
cual me traje a Alemania y he leído con verdadero placer sentado en los bancos
de los parques de Múnich. Entonces me di cuenta que este hombre es algo así
como una especie de Proteo en el sentido en que se definió al francés André Gide:
alguien cuya producción (vital o intelectual) no se acaba nunca: ya es
divulgador de lo mejor de nuestra historia, ya es viajero y periodista, ya es
activista que protege la riqueza natural del Perú, ya está editando una
revista, haciendo reportajes, animando un programa de entrevistas, asesorando,
enseñando… ¡demasiadas vidas para un solo hombre!
“Viajando por el Perú” es la
unión de varios textos publicados por el autor entre 1997 y 1999 en el
desaparecido diario “El Sol”. Como libro se publicó el 2002, y seguro fue en
ese momento (cuando se publicó como libro, y mucho antes, como artículos sueltos)
una bella rareza en nuestra producción cultural. ¿Por qué? Pues porque no
abundaban (hasta donde yo recuerdo, aunque no tengo la memoria tan fresca pues
hace 7 años que no vivo en el Perú) ni abundan este tipo de iniciativas:
aquellas en donde se quiera divulgar la Historia peruana de una manera clara,
sencilla y amena. Aunque esto no quiere decir que la sencillez sea simplicidad:
la pluma del estilista que es Wili nos regala momentos de delicada belleza. No
por algo el autor es un admirador de Porras y su máxima: la historia es un género
literario.
Pero este libro no es sólo
eso. También palpitan en sus líneas un deseo de conciliación al apostar por esa
mistura de razas y culturas que los peruanos somos –y que a tantos les cuesta
entender-; de alimentar nuestra estima al darnos a conocer (o recordarnos) que hemos
tenido en nuestra cultura verdaderas lumbreras que han apostado por la
inteligencia y la razón en un país que a veces parece siempre deseoso de
lanzarse al precipicio; y es que “no tratamos apropiadamente a nuestros
intelectuales” (Reaño scripsit) y creemos que nuestro bienestar se mide por la
cantidad de televisores plasma que se venden cada mes. En resumen, lo que
quiere decir nuestro autor es que el Perú es el resultado del esfuerzo y la
dedicación de gente excepcional, apasionada, intensa, pero también racional,
pensante.
Personalmente he disfrutado
hasta la emoción al conocer las vidas de gente como Titu Cusi Yupanqui, ¡qué
personaje!; o al leer la épica alucinante que significó la Conquista; o la vida
de los viajeros (peruanos o extranjeros) fascinados con nuestro país, el cual recorrieron
con verdadero ímpetu: Tschudi, Gerstäcker, Tucker, Cáceres, Mesones Muro (quien
en 1918 encabeza la primera expedición comercial del Pacífico al Atlántico), Aurelio
Miro Quesada, Riva Agüero (de hecho este libro me ha hecho correr a empezar a
leer ahora mismo el bello “Paisajes peruanos), Haya de la Torre, Belaúnde, etc.
¡Oh, hubo un tiempo en que los políticos viajaban a conocer el país que querían
gobernar y regresaban a Lima llenos de amor por lo visto, no como ahora que los
que pretenden hacerlo, apenas si se mueven de la capital, confiesan que no se
han leído ningún libro o menosprecian a la gente de provincias por “panteístas”!
Y es que el Perú lo hicieron
los viajeros. Desde los grandes balseros prehispánicos que surcaban el
Pacífico, hasta los científicos, expertos y políticos que viajaban por toda
nuestra alucinante geografía nacional para ver las nuevas vetas de riqueza que
podrían servir para que llegase por fin nuestro ansiado desarrollo, pasando por
nuestros caminantes, militares e intelectuales: todos nos trajeron noticias de
un gran Perú que estaba más allá de la muralla de arena que circunda Lima.
Pero como buen intelectual,
Reaño no se solaza en la condescendencia: toma posesión, opina y se va a
contracorriente de la opinión general. Trae nuestra atención a esa última etapa
de la vida de Pizarro, por ejemplo, en que el conquistador deja la guerra para
empezar a construir un nuevo país, aquel en el que naceríamos todos nosotros:
sí queridos amigos, Pizarro es uno de nuestros padres aunque a muchos no les
guste. El autor también nos trae una imagen desconocida (o que no se quiere
conocer) de Piérola, a quien tantos tildan de “traidor”, con el que uno termina
reconciliado; también nos ofrece una apreciación amplia de la obra de los “novecentistas”,
otros vilipendiados por la “historia oficial”. Pero no es una defensa ciega la
que hace, al contrario, enumera los muchos errores de todos estos personajes,
pero también resalta (rescata, más bien) aquellas partes de sus obras y vidas que
han quedado (quizás para conveniencia de muchos) en las sombras. Y es allí
justamente la parte en que uno más cercano se siente a Wili: es un intelectual
que piensa por sí mismo, que no deja que su conciencia reciba pasivamente las
verdades que otros han impuesto, no, él hace lo que debería hacer como mínimo
cualquier persona pensante (sea cual sea su postura política): estar atento,
recabar información, y con ello formar su propia idea, y a partir de ello apostar
por el “diálogo como respuesta civilizada a la discrepancia”. Es decir
revalorizar el “ideario liberal” (no el del mercado) que apuesta por construir los
puentes, no por destruirlos.
Olvidé preguntar a Wili si
el libro se puede conseguir en alguna librería. Pero si están interesados en
comprarlo es muy fácil contactar con el autor a través de su página de Facebook.
Yo lo recomiendo con pasión: no sólo porque el autor sea mi editor, sino
también porque es uno de los libros bien escritos y que permite reconciliarte
con lo tuyo, sentir emoción por nuestro país, recordarnos que somos herederos
de una gran tradición y que deberíamos estar a la altura de la misma… por más
que casi todos prefieran olvidarlo…
Pablo