Publicado en el diario Hoy, 21 de febrero de 2011
Hace ya casi una década que la Junta de Extremadura apostó por el proyecto innovador de llevar a las aulas la revolución tecnológica que hoy en día es ya una realidad visible en todos los ámbitos de la vida social y económica. Allá por 2003 facilitó un ordenador a cada dos alumnos y se puso en marcha un proceso de formación del profesorado que permitió una iniciación en el conocimiento del entorno Linex y sus aplicaciones, así como una alfabetización informática en el manejo y uso de herramientas básicas que hasta ese año eran desconocidas para la mayor parte de los docentes. Se crearon asimismo las figuras del Técnico Informático y del Coordinador TIC en los centros educativos, pensadas como apoyo y mediación dentro de este proceso de aclimatación del profesorado al mundo digital. A través de los Centros de Profesores y Recursos (CPRs) se pusieron a disposición de los docentes cursos de formación y proyectos de innovación educativa a fin de animar al profesorado a conocer y aplicar las herramientas 2.0 en sus aulas. Esta apuesta de la Junta de Extremadura por dotar a la enseñanza de medios y conocimientos digitales es un proyecto a largo plazo que se prolonga actualmente a través del Programa Educativo Escuela 2.0, consistente en la dotación de pizarras digitales en las aulas y portátiles individualizados para cada alumno y cada profesor. Igualmente, la Escuela 2.0 insistirá en la formación del profesorado y la innovación educativa como ejes del progreso de alfabetización y uso de herramientas digitales en el aula.
Este proceso de aclimatación del entorno educativo al cambio tecnológico no ha sido, sin embargo, un camino de rosas. Desde su inicio ha supuesto tanto para la Administración como para alumnos y profesores un reto adaptativo plagado de logros y frustraciones a partes iguales. Desde el mismo día en el que los ordenadores fueron instalados en las aulas, se produjo en el profesorado una reflexión interna acerca de la necesidad o no de este cambio. Muchos profesores percibieron la llegada de los ordenadores como una imposición y sospecharon que la alfabetización digital iba a traer consigo más problemas que beneficios. En primer lugar, el concepto de aula cambió radicalmente por pura contingencia física. Los pupitres pasaron de ser móviles a quedar anclados en el suelo, sin posibilidad de reorganizar la ubicación de los alumnos en el aula, crear pequeños grupos de trabajo o poder moverse para realizar actividades interactivas de equipo que requirieran libertad de movimientos. Por otro lado, la comunicación no verbal entre alumnos y profesores se vio reducida, ya que los monitores impiden una visibilidad satisfactoria. Esto último se verá mejorado con la reciente y progresiva dotación de portátiles, que sustituirán a los antiguos equipos.
Pero no fue éste el mayor obstáculo que presentó la implantación de los ordenadores en el aula. Esencialmente se dio un problema de ritmo desacompasado entre la dotación de medios y la formación del profesorado, un desequilibrio que aún hoy persiste. Los ordenadores llegaron a los centros sin que la mayoría de docentes tuviera suficientes conocimientos informáticos como para enfrentarse al cambio tecnológico con una mínima esperanza de que tanto gasto y esfuerzos sirvieran para mejorar su enseñanza. No solo los docentes de mayor edad decidieron descolgarse del carro y seguir utilizando los métodos tradicionales, limitando su innovación a utilizar la Plataforma Rayuela para pasar las faltas de asistencia y recibir mensajes informativos del Equipo Directivo. La mayor parte de profesores se movía entre el recelo y la curiosidad. Una minoría decidió formarse por voluntad propia, inscribiéndose en los cursos y proyectos que la Consejería le iba proponiendo y, con esfuerzo y dedicación nunca reconocidos, fueron utilizando de vez en cuando algunas herramientas digitales en su tarea diaria en el aula.
Poco a poco una generación no nativa de docentes se ha visto obligada a adaptarse a esta revolución tecnológica de la que cada vez es menos alérgica. Sin embargo, utilizar el ordenador en el aula se observa aún con cierto escepticismo a causa no solo de la falta de conocimientos de los docentes, sino también provocado por la onerosa preparación previa que exige la aplicación de las herramientas digitales, así como los numerosos problemas técnicos que se presentan a diario a la hora de utilizar los ordenadores en el aula (no funciona Internet, no arranca el equipo, quiero poner un vídeo y no puedo, etcétera). Estas contingencias hacen abdicar a muchos docentes del uso de las nuevas tecnologías, regresando aliviados a la clásica metodología de la pizarra de tiza, el libro de texto y el corta y pega de toda la vida. La plena integración de las nuevas tecnologías al ámbito educativo va a costar aún una o dos generaciones de docentes, pero es previsible que cada vez sean más permeables a utilizar en su trabajo diario con los alumnos las múltiples herramientas que le ofrece la red.
Ha pasado suficiente tiempo como para hacer una evaluación seria y sosegada respecto a lo que ha supuesto y supondrá en el futuro la aplicación de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs) dentro de la escuela pública. Ceder al optimismo ingenuo es tan inútil e irreal como claudicar ante un cambio que será de seguro cada vez más relevante en la educación del futuro. Los profesores debemos reconocer la importancia que tiene la formación en nuevas metodologías que acerquen los aprendizajes a los intereses y los nuevos formatos de conocimiento a través de los cuales nuestros alumnos se abren al mundo y podrán tener más oportunidades de empleo. Por otro lado, la Consejería de Educación debe realizar un feedback sincero y realista, alejado de la publicidad autocomplaciente y electoralista, y revisar los errores y las deficiencias de su compromiso; debe dotar al profesorado de una formación eficiente y no efectista, dotar de medios que realmente se utilicen e incentivar al profesorado innovador. En este sentido, se hace necesario un control y evaluación de los procesos de alfabetización tecnológica y programas de innovación que se realizan en los centros e integrarlos en un marco mucho más amplio de aprendizajes constructivistas y cooperativos, así como metodologías inclusivas que favorezcan la adquisición de múltiples competencias, no solo aquellas encaminadas a la adquisición de contenidos teóricos.
Hasta ahora la integración de las nuevas tecnologías en el aula se ha realizado conservando un modelo tradicional de enseñanza basado en la figura del profesor como transmisor de conocimientos más que un mediador o facilitador de nuevos aprendizajes. Los contenidos siguen primando sobre los procedimientos en una escuela cada vez más digitalizada. Asimismo es un error que pese a la digitalización de las aulas siga primando el trabajo individualizado frente a los aprendizajes socializantes y prácticos. Esta es una realidad que debe cambiar. De lo contrario, estaremos vistiendo viejos trajes con remiendos innovadores. Se debe repensar tanto el plan de acceso a la función docente como el proceso de formación y evaluación de los profesores. Quizá lleve tiempo la percepción de sus efectos sobre las nuevas generaciones, pero el intento lo merece. No en vano está en juego la reducción del fracaso escolar y la integración de los futuros adultos a un mercado laboral que demandará cada vez más nuevos modelos de trabajo para ciudadanos 2.0.
Ramón Besonías Román