Revista Ciencia

Escuela Inclusiva y Diversidad

Por Carlos Carlos L, Marco Ortega @carlosmarco22

Cuando nos referimos a una escuela inclusiva -o, más en general, cuando hablamos de una educación inclusiva- hablamos de una escuela preocupada, evidentemente, por los aprendizajes de sus alumnos y que dispone de los recursos necesarios para posibilitar que todos aprendan, o los exige, si no los tiene. Pero también hablamos de una escuela, y de un sistema educativo, que acoge y valora a todos, sin exclusiones. Y no como una concesión, sino como una cuestión de derecho, de justicia. La escuela inclusiva no selecciona a los estudiantes: todos están incluidos en la escuela de su comunidad (de su pueblo, de su barrio, donde van sus hermanos, sus amigos, sus vecinos...), sean cuales sean sus características personales y sus necesidades educativas.

La educación inclusiva -según Susan Bray Stainback (2001)- es el proceso por el cual se ofrece a todos los niños, sin distinción de su discapacidad, raza o cualquier otra diferencia, la oportunidad de continuar siendo miembro de la clase ordinaria y de aprender de sus compañeros, y junto a ellos, dentro del aula. Las escuelas inclusivas se basan en este principio (Porter, 2001): todos los niños, incluso aquellos que tienen discapacidades más severas, han de poder ir a la escuela de su comunidad con el derecho garantizado de ser ubicados en una clase común, con los apoyos curriculares, de materiales o de personal necesarios para conseguir esta inclusión. Este principio se puede combinar con otras alternativas, siempre y cuando estas representen claramente un beneficio mejor para el alumno (estimulación o atención en un centro específico, o aula específica, unas horas determinadas a la semana, por ejemplo). La escuela inclusiva es la escuela de la diversidad, sea cual sea esta diversidad (social, cultural, de sexo, discapacidad, superdotación, etc.).

El éxito de una escuela y de un sistema inclusivo se mide, sobre todo, por el progreso que han conseguido en el desarrollo de las capacidades personales de cada alumno. Aquí la pregunta clave es esta: ¿qué podemos hacer por todos los alumnos, que son diversos, para que cada uno aprenda y progrese hasta el máximo de sus posibilidades?

En una escuela inclusiva hay alumnos, a secas, sin adjetivos; no hay alumnos corrientes y alumnos especiales, sino simplemente alumnos, cada uno con sus propias características y necesidades, y aprendiendo juntos. Esto no quiere decir, evidentemente, que no se tengan en cuenta o que se obvien sus diferencias, y las necesidades que pueden conllevar estas diferencias. Al contrario: la escuela inclusiva atiende, tiene en cuenta, da respuesta a la diferencia, porque atiende y tiene en cuenta a cada alumno en sus particularidades. La diversidad es un hecho natural: es la normalidad. Afortunadamente, lo más normal es que seamos diferentes. Esta pedagogía centrada en el niño es positiva para todos los alumnos y, en consecuencia, para toda la sociedad: las escuelas inclusivas son la base de la construcción de una sociedad centrada en las personas que respete tanto la dignidad como las diferencias de todos los seres humanos.

Si nos referimos a la diversidad vinculada a alguna discapacidad, el tema está muy claro, tal como lo afirma el artículo 24 de la Convención de la ONU sobre los

Derechos de las Personas con Discapacidad (2006), ratificada por el Estado español y, por lo tanto, de obligado cumplimiento:

Artículo 24. Educación:

1. Los Estados Partes reconocen el derecho de las personas con discapacidad a la educación. Para hacer efectivo este derecho sin discriminación y sobre la base de la igualdad de oportunidades, los Estados Partes asegurarán un sistema de educación inclusivo en todos los niveles así como la enseñanza a lo largo de la vida.

2. Al hacer efectivo este derecho, los Estados Partes asegurarán que:

1. las personas con discapacidad no quedan excluidas del sistema general de educación por motivos de discapacidad, y que los niños y las niñas con discapacidad no quedan excluidos de la enseñanza primaria gratuita y obligatoria ni de la enseñanza secundaria por motivos de discapacidad;

2. las personas con discapacidad pueden acceder a una educación primaria y secundaria inclusiva, de calidad y gratuita, en igualdad de condiciones con las otras personas, en la comunidad en la que viven;

3. se hagan ajustes razonables en función de las necesidades individuales;

4. se dé el apoyo necesario a las personas con discapacidad, en el marco del sistema general de educación, para facilitar su formación efectiva.

Por otro lado, según la UNESCO (1995), los centros educativos, y más en la enseñanza obligatoria, han de acoger a todos los niños, independientemente de sus condiciones físicas, intelectuales, sociales, emocionales, lingüísticas o del tipo que sean. En consecuencia, los centros educativos han de encontrar la manera de educar con éxito a todos los niños, incuso a aquellos que tienen discapacidades graves o que pertenecen a una cultura diferente de la de acogida. Esta idea ha llevado al concepto de escuela inclusiva cuyo principal reto es desarrollar una pedagogía centrada en el niño, capaz de educar con éxito a todos los estudiantes.

En Catalunya, y por lo que concierne a los alumnos con discapacidades, tanto en el caso de los centros, como en el caso de las aulas, aún estamos lejos de la inclusión: persiste la doble red de centros (de educación especial y ordinarios) y persiste, en muchos centros, la agrupación homogénea del alumnado según su capacidad y rendimiento.

Los principales postulados de la inclusión escolar:

Siguiendo, en buena parte, lo que dice Susan Bray Stainback (2001) podemos afirmar que los principales postulados de la escuela inclusiva son los cinco que trataremos a continuación.

En primer lugar, a la escuela inclusiva no le asusta la diversidad de sus alumnos. No contempla la diversidad como un problema, ni la acepta resignadamente como quien hace una concesión heroica. Al contrario, quiere la diversidad porque es la normalidad: lo más normal es que seamos diferentes. Y no solo desea la diversidad sino que la celebra. Las diferencias individuales (personales, culturales, étnicas...) son un bien muy valioso que hay que celebrar; algo de lo cual nos hemos de alegrar porque en la diversidad se dan las mejores condiciones para aprender. Por lo tanto, la diversidad que nos convierte en únicos, en singulares se ha de potenciar. Pero esto supone, también, compensar las desigualdades (y luchar contra las injusticias que las provocan).

En segundo lugar, en la escuela inclusiva los estudiantes han de poder disfrutar mientras aprenden. Por este motivo, en la escuela, todos han de sentirse a gusto y seguros. Hay que tener presente que el disfrute es una condición indispensable para aprender. Y difícilmente los alumnos querrán aprender en una escuela en la que no se encuentren a gusto.

Este planteamiento coincide plenamente con la línea de investigación centrada en el placer y la emoción de conocer, que fue iniciada y está capitaneada por Nicola Cuomo, de la Universidad de Bolonia. El trabajo sobre las emociones aparece como una especie de condición previa sin la cual es difícil que se quiera y se pueda aprender. La escuela del miedo, de la angustia, de la ansiedad y del aburrimiento se ha de sustituir por la escuela que proporciona el placer y la emoción de aprender (Cuomo, 2000). La ansiedad, el miedo al fracaso y al ridículo, no pueden tener lugar alguno en la escuela porque todos han de sentirse capaces de alcanzar lo que se les pide, ya que no se les pide nada que sea superior -o inferior- a sus capacidades potenciales.

Por este motivo es necesario un currículo abierto y una programación a todos los niveles, ajustada a las diversas capacidades y realidades, y capaz de responder de forma personal, tanto a las necesidades del alumno con discapacidad como con superdotación... La escuela inclusiva respeta el derecho del alumno a tener experiencias educativas apropiadas (Right to appropriate educational experiences, término utilizado por Integer, Programa Curricular Europeo para una Educación Inclusiva de los Maestros).

Por todo esto -para sentirse a gusto y seguros- también es necesario que en la escuela uno cuente con el apoyo de los compañeros, además del apoyo del profesor o de la profesora, y que unos y otros estén unidos por el objetivo común de aprender y de facilitar el aprendizaje de los demás.

En tercer lugar, la escuela se ha de fundamentar en el principio de la equidad: todos tienen el derecho de recibir una educación de calidad en la escuela de su comunidad y en la misma aula que los compañeros de su misma edad. Lo cual no significa que todos hayan de ser tratados por igual, como si no fueran diferentes, obviando sus diferencias, sino que todos han de ser tratados teniendo en cuenta, precisamente, sus diferencias: lo que necesita específicamente cada uno (materiales o recursos específicos, adaptaciones curriculares, personal de apoyo...). Como se especifica en el libro Carta a una maestra: "No hay nada tan injusto como hacer partes iguales entre desiguales".

En cuarto lugar, en las clases se ha de crear un ambiente propicio para proporcionar las condiciones prácticas de aprendizaje: se han de organizar las actividades de aprendizaje y los recursos disponibles de forma que los estudiantes no solo tengan la oportunidad de aprender lo que les enseñamos, sino que también encuentren la motivación y condiciones necesarias para poder hacerlo. Es decir, hay que desarrollar metodologías y didácticas motivadoras y capaces de atender a la diversidad, que hagan posible un proceso de enseñanza-aprendizaje personalizado. Si la única metodología es la clase magistral, donde se explica a todos los alumnos lo mismo y al mismo tiempo, resulta imposible atender la diversidad. Hay que introducir metodologías como el trabajo en pequeños grupos, por rincones, por proyectos, con iguales, el trabajo cooperativo, aprendizaje-servicio..., así como didácticas comprensivas (no escolásticas), manipulativas, experimentales, etc., y contenidos significativos para el alumno y adaptados a las diferentes capacidades y niveles.

Asimismo, es necesario que el proyecto de escuela cuente con el apoyo y las aportaciones de los padres y madres y de los otros miembros e instituciones de la comunidad. La escuela, desde un enfoque inclusivo, es un recurso más que la comunidad tiene para educar y enseñar a sus miembros más jóvenes. Por lo tanto, toda la comunidad ha de colaborar con los maestros y los profesores para conseguir este doble hito. Una escuela que no se saca a nadie de encima, que acoge a todos y en la cual todos encuentran la respuesta a sus necesidades solo es posible si los maestros no son los únicos responsables de llevarla adelante, si no la sienten suya, además de los maestros, todos los miembros de la comunidad, empezando por los mismos estudiantes, las familias, los vecinos y las vecinas del pueblo y del barrio... Todos han de participar activamente en el funcionamiento de la escuela de su comunidad para que pueda dar respuesta a las necesidades de todos, para que todos los estudiantes encuentren todo lo que necesitan para desarrollar al máximo sus capacidades.

Finalmente, en quinto lugar, la escuela inclusiva prepara para la cooperación y no para la competición. Cuando hago esta afirmación, a menudo me encuentro con alguna persona que no lo acaba de ver claro, porque la sociedad es cada vez más competitiva y no podemos educar inocentemente a niños y niñas que vayan por el mundo "con un lirio en la mano", como "corderos" en un mundo de "lobos"... Yo pienso que la sociedad ha sido siempre competitiva. Pero sí que es cierto que esto se pone más de manifiesto cuando se ensalzan por encima de todo los intereses individuales. Tal como subraya Susan Bray Stainback (2001), el énfasis que la sociedad actual hace sobre la competición ha llevado a valorar la excelencia de manera que para conseguirla hay que triunfar sobre los demás.

Desde muy pequeños, los niños y las niñas han de aprender a no ser "débiles" ni a "dejarse ganar" por los demás. Los estudiantes se gradúan con el convencimiento de que ser "inteligente" significa ser el "número uno"... Una docena de años en la escolarización obligatoria a menudo no es suficiente para desarrollar en los estudiantes la generosidad ni el compromiso con el bien común...

Ante esta perspectiva, para la escuela, la cooperación ha de estar por encima de la competición ahora más que nunca. La escuela ha de enseñar a compartir y a cooperar con los demás, cuidando el afecto mutuo, la satisfacción y el éxito de todos.

Una escuela así -en una sociedad así- es, sin duda, la principal "urgencia educativa" que entre todos hemos de afrontar. ¡Venga, pongámonos en marcha!

Fuente: Pere Pujolàs i Maset. Universidad de Vic

C. Marco


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