Al inicio de curso todas las ilusiones de los niños se hacen patentes en un griterío feliz. No tanto así las ilusiones, si les quedan , de los maestros.
La enseñanza en esta parte del mundo se encuentra amenazada por una injusta distribución de recursos y, no menos, por una ley de Educación mastuerza, impuesta desde una mayoría parlamentaria y enraizada en unos planteamientos tanto docentes como sociales e históricos trasnochados.
La derecha recalcitrante impone su ideología, mala cosa. Pero aún peor es que esa ideología este envuelta en unos principios pedagógicos del siglo pasado, si no anteriores.
Escuchar la definición de “un hombre” del actual ministro de la cosa, el innombrable J.I. Wert, de que la esencia es “una madre y un bachillerato”, retrotrae a definiciones del primer tercio del siglo XX. Y ello si no fuera que lo que es, simplemente, una estupidez.
Ya avanzado como está el siglo XXI y con una proyección hacia el futuro, resulta ridículo hacer abstracción de la complejidad de nuestra sociedad, la progresión de los sistemas educativos para abarcar el enorme progreso del conocimiento y el desarrollo de (todos) los derechos humanos, ahora en parte conseguidos. Hombres y mujeres, madres y padres, culturas académicas y populares, proyectos personales en abanicos de miríadas de proposiciones no resisten abstracciones estultas, pretendidamente ingeniosas.
A todo ello se suma el recrudecimiento de la desigualdad en el ámbito educativo, especialmente en lo que respecta a los recursos económicos dedicados. Con ello se aumentan las distancias entre los sistemas públicos y privados de enseñanza, incluyendo en estos últimos a la escuela concertada. Eso se agrava con que una porción importante de la enseñanza privada es, además, confesional, y con ello reñida con la diversidad cultural y la perspectiva igualitaria de sexo al separar a los niños de las niñas y viceversa.
Todo ello preocupante y algo que los pediatras, y también los demás profesionales ocupados de la salud y el bienestar de los niños, no pueden ignorar. Y que deben esforzarse en valorar y combatir si se precisa desde sus lugares de trabajo.
X. Allué (Editor)