Nací en una zona rural donde había que dominar el machete, la pala y el hacha antes del lápiz y el cuaderno; por lo que a muy corta edad me asediaron los fantasmas de la curiosidad y un insaciable deseo de explorar. Pasaba mucho tiempo en las copas de los árboles, en cavernas, en los ríos o la montaña. Pronto me volví un ágil cazador de animales silvestres y aprendí en forma eficiente todos los oficios del campo: desde ordeñar, hasta la agricultura y la sega de cultivos, incluyendo la caña de azúcar y el café. Todo para mí era un eterno descubrimiento y siempre estaba proponiendo distintas formas para llegar al mismo resultado. «No invente el agua tibia» -solían decirme- «Ya todo está inventado».
Cuando tenía once años, en conjunto con mí vecino y amigo Melky, creamos un grupo de exploradores libres denominado “los monkey scouts”. Varios otros se unieron a nuestras aventuras de subir árboles, descender por peñascos, o robar frutas en terrenos aledaños, hasta que sus padres se enteraban y les prohibían nuestra amistad. Años después improvisé, junto con otros colegas, un grupo de artes marciales y otro de prácticas militares. En ningún caso teníamos experiencia, ni equipo alguno. Sólo la ilusión de adquirir nuevos conocimientos que no estaban disponibles en aquellos días para nuestro apetito aventurero.
Desde grupos misioneros, movimientos religiosos o sociales, hasta la Cruz Roja, los Bomberos, la policía y el 9-1-1. En todos vi la luz de ofrecer algún aporte voluntario donde la exploración y la aventura convergen. Un sólido interés en ofrecer un aporte a la construcción de un mundo mejor mientras entretenía ese niño interior que reside en mí.
Escultismo
Pero no fue sino hasta hace muy pocos años que descubrí el escultismo (del inglés scouting, que significa explorar). Un movimiento educativo que nació hace más de 100 años como una manera de combatir la delincuencia de aquellos tiempos buscando el desarrollo físico, espiritual y mental de los jóvenes; y que hoy practican más de 300 millones de personas en todo el mundo, agrupadas en distintas organizaciones para el bien de la humanidad.
El escultismo está enfocado en la formación de niños y jóvenes a través de actividades lúdicas con objetivos educativos, actividades al aire libre y el servicio comunitario; con el fin de formar el carácter y enseñar de forma práctica valores humanos, contrario a la formación académica teórica. Los facilitadores son adultos voluntarios en constante formación y que permiten a los jóvenes la exploración de una forma no interferente, por medio de experiencias vivenciales y útiles para el desarrollo de mejores personas durante toda la vida.
¿Por qué ser scout?
Cuando se entra en el escultismo (o se hace scout dentro de cualquiera de las muchas organizaciones) se adquieren un sinfín de experiencias en todos los ámbitos de la vida, a nivel personal, social y cultural. La persona aprende ideales para cambiar en beneficio de la humanidad y reconoce que se hace en forma voluntaria. No en determinada orientación política o religiosa, sino para el beneficio de todas las personas.
Una gran mayoría de los grandes líderes, profesionales, y personas de bien, tuvieron formación mediante el escultismo y son un vivo ejemplo de cómo influye la formación y el desarrollo personal dentro del núcleo familiar y social.
Ser scout implica compañerismo, tolerancia, valores arraigados y actividades lúdico-culturales. Un scout es cortés, útil y ayuda a los demás. Reconoce la naturaleza y la respeta, por eso es amigo de los animales y las plantas. Vela por el bienestar de los demás incluyendo su familia. Valora el trabajo y siempre está listo para servir. Un scout es amigo de todos y es sinónimo de confianza en todo momento.
Conclusión
Más allá de la educación de mis padres y la arcaica formación escolar, yo tuve que explorar a “golpes” y aprender por ensayo y error. No conocía el escultismo pero lo imaginaba en todas mis aventuras, con un nivel de riesgo demasiado alto. Ahora conozco el escultismo y practico el método educativo porque quiero brindarle a mis hijos y a los de los otros, un mundo vivencial controlado, donde puedan aprender sin riesgos; y darles la oportunidad de disfrutar su desarrollo con libertad en una forma creativa.
Todo niño debería ser scout y todo adulto debería convertirse en un instrumento facilitador. Para los primeros se trata de hacer amigos y vivir aventuras, mediante una educación con valores, trabajo en equipo y sana convivencia que perdure para toda la vida.
Para un adulto, ser scout debería ser su estilo de vida. Una oportunidad de seguir desarrollando nuevas habilidades para mantenerse útil y joven. No importa donde, el ser voluntario es una alternativa para generar cambios y servir. Un dirigente scout es un formador de éxito para un mundo mejor, pero ante todo, para sí mismo.
El niño no aprende lo que los mayores dicen, sino lo que ellos hacen. Baden powell
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