Es tremendo saber que estás con ella desde la adolescencia, que te limita lo que puedes hacer, te dice con qué cuentas. Existe y te ignora. Sólo te necesita, te chupa la sangre sin compasión. Por cualquier cosa, casi por respirar, te saca rendimiento, no le pidas algo desinteresadamente, es egoísta, insolidaria y siempre estará dispuesta a no perdonarte ni un error. No, que no se asuste nadie, no estoy hablando de personas, ni de mascotas, ni de cuñados, ex-parejas o suegras, ni tan siquiera de políticos. Sólo hablo de la banca.
Este ente donde te ingresan el sueldo o la pensión, donde domicilias tus recibos, donde depositas tus ahorros –dichoso aquel que los tenga—, ese “benefactor” que a un interés usurero, en alguna ocasión, te ha concedido un préstamo o una hipoteca. De la banca hablo.
Esos que son parte de “los Mercados” aquellos que nos han hecho la pirula, que nos han metido en una crisis que han creado y que les estamos pagando nosotros, por obra y gracia de nuestros gobiernos débiles y obedientes. Esos que son el sostén del capitalismo.
Ayer, día siete de diciembre, era el día en que el ex-futbolista Eric Cantona había aconsejado sacar el dinero de los bancos para que estos bandoleros sufrieran una crisis que merecen. Desde luego si se hubiera producido este hecho, hoy los bancos y probablemente nosotros estaríamos tiritando. No me parecía mal como castigo, pero sí que me parece irrealizable.
Tener una cuenta corriente hoy es prácticamente imprescindible, un sitio desde donde se pagan los recibos, te ingresan el sueldo y donde tienes tu dinero “digamos a salvo”. Pero también es verdad que estos buitres con nuestro dinero son capaces de crear riqueza a costa de especular, de invertir indiscriminadamente, de sostener negocios éticamente reprochables, de hacer cualquier cosa con tal de aumentar su cuenta de beneficios y hundirnos tranquilamente, quedando ellos a flote, sin ningún problema.
De ahí la necesidad de que existiera un banco público fuerte. No, no me refiero a las Cajas de Ahorros que han olvidado su carácter público y que siguen la dinámica capitalista de los otros bancos, sirviendo además de lugar donde políticos autonómicos, empresarios y demás gente de buen vivir, juegan al palé con nuestros dineros, llegando a ocurrir lo de Caja Sur o lo de Caja Castilla-La Mancha, o lo de otras cajas que hoy se ven sumergidas en un proceso de fusiones indispensables si quieren sobrevivir, debido a su nefasta gestión.
Pero claro, pedir un banco público es pedir peras al olmo. Porque este gobierno, recordémoslo, está sostenido por el partido que decretó la privatización del último holding público: Argentaria, siendo presidente del mismo Francisco Luzón y ministro de Hacienda, Pedro Solbes. Y ha contribuido a hacer de las Cajas de Ahorro el bastón donde se han apoyado muchos gobiernos autonómicos, manejándolas a su antojo, y sirviendo a sus fines políticos personales y no a fines públicos.
Por lo tanto, no seamos ingenuos, aquí salvo algunos que no tenemos fuerza para poder imponerlo, nadie quiere un Banco público gestionado como tal.
¿Quiere decir eso que la batalla está perdida? Pues, no del todo. Y es que se trata de ir intentando poco a poco, con paciencia –ojalá se pudiera hacer deprisa, pero no se trata de hacer la revolución e irse al monte—, minar el poder de la banca tradicional y hacer ver a los responsable que a pesar de que lo tienen todo bien atado, algo se puede hacer.
Llevo desde finales de los sesenta con cuenta en Caja Madrid. Jamás he tenido un descubierto, nunca me han hecho ningún favor, han cumplido escrupulosamente el contrato. Pero, nadie me ha pedido opinión cuando ha habido una guerra política entre la Espe y Gallardón, nadie me ha informado cómo se invierte y qué se hace con mi minúscula cantidad de dinero. Eso sí, el otro día me llaman para que, después de cuarenta años con ellos, vaya a validar mi firma presentando mi carné de identidad. Cuando pregunto por el director o por el apoderado que conocía de la sucursal, resulta que los han cambiado a los dos. Así es que, para evitar que no le pagaran a un albañil por una pequeña obra en Kabila, me he tenido que desplazar a Tortosa y mostrar mi carné de identidad, a pesar de que llevo operando con esta Caja más de cuatro décadas.
¿Qué denota esto? Una frialdad en las relaciones tremendas. Te cosifican, te tratan como a un número. No cuentan contigo salvo para ningunearte. Y además son unos ineficaces, porque si yo tuviera un negocio no molestaría a un cliente que no ha dado problemas, por pequeño que sea, para que se identifique después de tanto tiempo con él.
Yo que ya había pensado en Cantona y su cantonazo, esta anécdota me confirma, lo que ya sabía, cómo son estos bancos tradicionales, Así es que, como veo inviable poder vivir sin una cuenta corriente, al menos yo, he encontrado otras soluciones que si hiciéramos muchos, cambiaríamos una parte del poder económico y cumpliríamos mejor con ciertos principios éticos. Veo dos posibles alternativas al banco tradicional, todavía no sé cuál elegiré,pero desde luego, he decidido no querer saber nada de la banca tradicional.
Una es la llamada Banca Ética, hay varias, probablemente os suene Triodos, quizá la más importante. El dinero en una banca ética supone que sabes en cada momento en qué se está invirtiendo el dinero del banco, y que los fondos del mismo van fundamentalmente a proyectos sociales (empresas para discapacitados, cooperativas, programas para el Tercer Mundo etc.), proyectos a favor del medio ambiente (tecnologías limpias, conservación de bosques, cuidado de costas, etc.) y proyectos culturales y educativos. Todos ellos proyectos solidarios.
La otra alternativas es la banca cooperativa, donde se aprueba qué y cómo invertir entre los cooperativistas. No hay clientes, hay cooperativistas y por lo tanto, quien tiene una cuenta tiene derecho, con voz y voto a decidir dónde van las inversiones, y quien les representa en el Consejo Rector. Una que conozco un poco, una hija mía tiene cuenta allí, es la Caja de Ingenieros, pero hay más.
Así es que, no podemos hacer la revolución pero sí que podemos intentar ayudar a que haya un contrapeso en el poder bancario. Sólo si un cinco por ciento de las cuentas de bancos tradicionales fueran a la banca ética o cooperativa, habría crisis en la banca tradicional.
Yo pongo mi granito de arena, ya sé que habría que llenar el desierto, pero al menos no quiero ser cómplice de estos carroñeros sin escrúpulos.
Salud y República