Las tradiciones, esas que se defienden por el solo hecho de serlo y como argumento rabioso que intenta atacar a cualquiera que dude sobre su valor en principio, ratifican costumbres y fortalecen la cultura de los pueblos, pero no siempre son beneficiosas, ni tampoco hay que mantenerlas por el solo hecho de entrar en la clasificación de tradiciones.
Si esto fuese así, los seres humanos nos encontraríamos todavía en la edad de piedra, pues de alguna manera, toda novedad irrumpe contra las tradiciones, al ser ellas estáticas, intentando no modificarse con el paso del tiempo.
Sí, sí, existen tradiciones hermosas y buenas, pero esto son dos adjetivos que entrañan muchos problemas, porque entramos en el campo de las subjetividades y allí es muy difícil discutir.
Sin embargo, es cierto que la tolerancia religiosa, de género, de preferencia sexual, por solo nombrar tres, han sido posibles tras la fuerte batalla en contra de muchas tradiciones para intentar vivir en un mundo mejor.
Quizás, sea momento de reflexionar que no hay nada más egoísta que defender una tradición por el solo hecho de serlo, porque es claro que el pasado de la humanidad ha tenido muchos errores y las tradiciones reivindican ese pasado, aún en el presente.
El avance de los seres humanos en sociedad ha sido claro, batallando y uniéndose para enfrentar tradiciones como la crucifixión, apedrear, la inexistencia por ser mujer o aguillotinar en plaza pública, por solo mencionar algunas. Habiendo aún mucho por hacer, a pesar de los grandes avances logrados.
Detrás de las tradiciones que mucha gente defiende con pasión y absoluta credibilidad, están los grandes negocios políticos, publicidad, mercado y consumo que las sostienen y que las grandes corporaciones económicas dicen defender al ser valores de la población.
Por eso, gracias al argumento de la tradición hoy se siguen haciendo ablaciones del clítoris en algunas partes del mundo, se excluyen a los que tienen orientación sexual distinta, se maltratan animales y todo con la participación de millones de personas que reafirman que son tradiciones y que deben mantenerse en beneficio de valores trascendentales.
Lo peor, tras todas estas aberraciones por las que sus defensores estarían dispuestos a morir y matar, existen los mismos argumentos que para las más nobles de las costumbres: “es la tradición y per se es buena y conveniente para nosotros al reafirmar nuestros valores.”
La humanidad comete muchos errores, pero también y afortunadamente, es capaz de rectificar en el camino y ha abolido muchas tradiciones aborrecibles.
Las normas, en base a los Derechos Humanos Universales ha sido el camino que generalmente se ha usado para ello, quedando establecido en las leyes nacionales, todo aquello que atenta contra la dignidad de las personas.
Simplemente el argumento de la tradición no puede dejar el camino abierto para un accionar que arremete contra valores que deberían ser intrínsecos a todas las personas, por el simple hecho de serlo.
Cualquier acción que produzca dolor, angustia, exclusión, temor, debería ser analizada, transformada o eliminada en pro del bien de las mayorías y de la salud mental de las sociedades actuales y futuras, sin ser válido para mantenerlo el solo argumento de que es la tradición.