Olatz ha muerto. Y su muerte duele, porque en este extraño periodo en que vivimos podemos sentirnos próximas a una persona a la que jamás conocimos. Y su muerte enfada, porque siempre parece injusto que alguien muera tan joven.
Pero su muerte da también muchísimo miedo.
Me pregunto cuántas personas hemos leído la noticia hoy y hemos pensado que podríamos haber sido nosotras. Cuántas nos preguntamos si la próxima seremos nosotras.
Porque tenemos un sistema de salud desmantelado en el que ya antes era suficientemente complicado conseguir determinados diagnósticos.
Lo de Olatz: desde que empezó la pandemia se me ha muerto un familiar y a otros dos se les ha diagnosticado *tarde* (no demasiado tarde. Pero tarde) de cáncer entre otras cosas porque los programas de screening y la Atención Primaria se han ido al carajo.
— Selebro verle bueno #fuerzayhorror (@desselebrada) September 3, 2021
Los dolores «normales»
Voy al pediatra con Monete y en el tablón de anuncios un cartel me informa amablemente de que el dolor de regla no es normal y me invita a consultarlo con mi médico. Me reiría, si no me dieran tantas ganas de llorar.
Mis reglas son dolorosas desde siempre. Dolorosas, largas y con ciclos cortos, con lo que para evitar que siguieran agravando mi anemia crónica tomé anticonceptivos orales durante muchísimos años. Eso lo alivió, parcialmente (no del todo). «Cuando des a luz se pasa», decían a menudo; mi esperanza era que esa había sido la experiencia de mi madre.
Pero di a luz y no solo no se pasó: fue a peor.
Cuando das a luz por primera vez, es muy difícil saber si el dolor que tienes es «normal».
Normal es una palabra terrible, en realidad, porque «normal» quiere decir que una gente mucho y otra muy poco y por tanto «normal» es que haya muertes por hambre en el mundo en que vive Jeff Bezos y eso no quiere decir que sea aceptable.
Normal es una palabra terrible porque «normal» a menudo quiere decir también que si estás en la parte central de la curva todo es estupendo pero que mejor no te muevas hacia los extremos porque ya no sabremos qué hacer contigo; y aquí pienso en que Olatz «era muy joven para que lo que narraba fuera grave», pero recuerdo también a la experta que ante mis pruebas del sueño me explicaba que la frontera entre «tener un problema» y «no tenerlo» estaba en 8 y yo estaba en 7, y que eso básicamente quería decir que estaba más cerca de tener un problema de que dormir bien, pero también quería decir que ella ya no podía hacer más.
Que pongamos esas fronteras entre lo que es normal y lo que no muchas veces quiere decir que si sabemos (o creemos) que te paseas por las orillas de la curva igual pensamos que todo lo que te pasa es fruto de tu rareza estadística; y aquí quedan todas esas personas psiquiatrizadas sin diagnosticar, sin tratar, y en casos extremos muertas por esa catalogación.
Normal, en fin, quiere decir que se distribuye estadísticamente con una forma específica; normal no es sinónimo de aceptable y no es sinónimo de deseable. Así que, la verdad: que un dolor sea o no sea normal debería ser lo de menos, porque los dolores no dejan de ser un sistema de comunicación destinado a enviar alertas al que se le debería, como mínimo, escuchar.
Los dolores de las madres
La tercera médica de cabecera que tengo desde que di a luz es la primera que me escucha y me deriva: solo han pasado tres añitos de nada.
Solo ha conseguido que mi matrona se encoja de hombros («la citología es perfecta, no tienes nada: te veo en tres años» me dice cuando me llama una semana después de lo acordado y de que yo ya haya visto los resultados vía app); que la ginecóloga conteste «ojalá viera algo para poderte decir que algo tienes, pero no hay nada».
Fui a una médica cuya respuesta a mi descripción de los variopintos dolores que seguía teniendo varios meses después del parto fue «ahora eres madre: no esperarías tener el mismo cuerpo».
Fui a una ginecóloga privada: «no tienes nada, pero puedo mandarte la píldora anticonceptiva». Al indicar que prefería no tomar tratamientos hormonales por mi salud mental me preguntó cuánto tiempo hacía que no me revisaba mi psiquiatra y me recomendó volver a verle: como todo el mundo sabe, nada como un psiquiatra para que el dolor de regla deje de ser incapacitante.
«No es normal: la regla no duele», hasta que el especialista dice lo contrario.Fui a una fisioterapeuta de suelo pélvico (que tuve que pagar de mi bolsillo y descubrir que existía fuera del sistema de salud) que me detectó una lesión que pude empezar a tratar nueve meses después de nacido mi hijo. Una exterogestación entera durante la cual yo no podía siquiera pasear a mis perros o dar una vuelta con mi peque en brazos porque el dolor me lo impedía.
El tratamiento fue bastante eficaz, si bien seguía teniendo problemas para detectar las ganas de orinar. Conseguí, con mi segunda doctora de cabecera, una derivación a urología, un año y pico después. El resultado: «no tienes nada: todo es normal». Al fin y al cabo, no tenía problemas para retener la orina. Qué más daba el resto, ¿verdad? El resto no está en los cuadrantes, el resto «no es nada».
El riesgo de las preguntas sin respuesta en el terreno de la salud
Volví a la fisioterapeuta, no podía hacer más. Me derivó a una osteópata. «Pero la osteopatía es seudociencia«: sí, lo es (si bien esta profesional está formada en Francia, donde no es exactamente el mismo panorama, pero eso es lo de menos). Fue una seudoterapia que seguramente se basaba en alguna cosa que sí tendrá base científica, porque fue eficaz.
Y lo que no podemos seguir haciendo es sorprendernos de que en estas condiciones la gente vaya a una consulta de cualquier seudoterapeuta que tenga la más mínima capacidad de mejorar su calidad de vida.
¿Queremos acabar con las seudociencias? Demos respuestas. Respuestas que pueden ser veraces y sostenidas por datos y aun así ser humanas: aquella experta del sueño simplemente dijo «yo no puedo hacer más» en lugar de «a ti no te pasa nada» y os aseguro que la recepción no tiene nada que ver.
A veces lo más valioso que podemos hacer es reconocer nuestra limitación: «No sé qué tienes» no es lo mismo que «no tienes nada». Seamos humildes. Perdamos el miedo a reconocer que no sabemos.
Dejemos de discutir entre nosotros: de poco sirven los carteles de «consulta a tu médico de cabecera» en el mismo centro donde los profesionales de referencia aseguran que «claro que es normal».
Entendamos que hay todo un mundo en los extremos de la curva que seguramente nos estemos perdiendo: escuchemos a quienes los habitan porque es muy probable que aprendamos algo.
Y, como usuarias: sigamos peleando por recuperar el sistema de salud que teníamos y por mejorarlo desde ahí hasta alcanzar el que merecemos (todas). Por la salud comunitaria, la que está dentro y fuera de las consultas; porque la salud no es solo «no estar enfermos», sino sentirnos bien a nivel físico, mental y social (no lo digo yo, lo dice la OMS).
Porque nunca, nunca más haya que lamentar una muerte evitable.