Revista Infancia
Es lo repetitivo que suelen escuchar los niños, día a día desde que empiezan a buscar la autonomía en el desplazamiento y desde ese momento empieza también a mermar la capacidad de explorar, buscar y ser curioso por el medio donde se desarrolla porque a los “adultos” le interesa más la casa perfectamente adornada que un hogar donde el niño pueda ir aprendiendo a desarrollar sus capacidades de explorar y aprender. Pienso y hablo desde mi experiencia con mi hija que es más fácil tener un hogar apto para el desplazamiento de los niños, que una casa donde nada o casi nada se puede tocar, sólo “mirar”. Si ellos tienen en su hogar la verdadera autonomía de andar será más fácil a la hora de estar fuera de casa que aprendan a no tocar lo que no deben y hagan caso cuando les pidamos amablemente y por favor dejar un objeto que esté en un sitio ajeno.
Y ni hablar de los “eso no se hace”, “adultos” iracundos, molestos por la pequeña niña que levanta su vestido para jugar con el dobladillo inmersa en su mundo de fantasías y colores imaginando sólo ella sabe qué, mientras los mayores le dan la connotación equivocada y cuyo sentido “sexual y morboso” está a años luz de lo que pasa por la mente de una niña pequeña que se levanta su vestido para jugar.
Y es que he estado por hacer un “experimento” y al azar escoger un “adulto” de mi entorno y estar un día, sólo un día detrás de él/ella como policía, vigilando todo lo que dice, hace (incluyendo si come, si se baña, si se asea, TODO………) y toca para desde mi perspectiva irle diciendo que debe tocar, que debe hacer y que no, pregunto: cuanto tiempo aguantará antes de pedirme que lo deje en paz, ¿lo hará de manera educada?, y si sigo en mi empeño de vigilancia ¿cómo reaccionará? ¿Estallará su enfado o me pedirá por favor que le deje tranquilo? Y ese es el punto, los adultos tenemos a capacidad de hablar, de pedir y gestionar (lo de gestionar está un poco en veremos), los bebés y niños están a merced de aquello que le permitimos o no, y sólo basta ponernos un momento en su piel para entenderlos, para comprenderlos cuando están cansados porque hemos estado con ellos todo el día fuera de casa y no quiere decir adiós de manera adorable a los “adultos” o no quiere dar un beso a la tía Margot, o también no tiene derecho el niño a tener “un mal día” como cualquiera de nosotros?. ¿Acaso el sentir, pensar y ser de ellos tiene que ser acuciado todo el tiempo? ¿No es mejor guiarlos de manera amorosa? ¿Acaso los adultos no nos sentimos bien cuando nos dan un trato amable? ¿Por qué entonces los niños deben ser tratados de manera diferente? Se suele decir que para que “aprendan”, hay que tener “mano dura” y tienen toda la razón, ellos “aprenden” a perder la empatía, dejan de ser amorosos, dejan de ayudarnos con sus pequeñas manos, dejan de verse cristalinos, puros y buenos y sobre todo “APRENDER A DEJAR DE SENTIR Y SER”.
A cuántos padres no escuchamos decir: Es que mi hijo es malo, es que mi hija me lleva la contraria en todo, “¿los estudios?...jum……….va malísimo”, o ¿a quién saliste tan mal educado?. Y ni por un minuto nos pasa por la cabeza que ya “aprendieron” a ser como nosotros, sólo que no lo queremos o podemos ver porque nos desconectamos de nuestro propio hijo desde el primer momento que decidimos dejarlo llorar en la cuna “para que aprenda”.
Los niños van detrás de nosotros siguiendo nuestros pasos y copiando nuestra conducta, ojala y un día aprendamos a respetarlos de la misma manera que queremos que ellos nos traten en unos años, años que llegarán más pronto de lo que pensamos.