Ilustración de Josep Segarra
Hoy en el blog vamos a hacer un pequeño quiebro a la doctrina imperante. Sí, esa de hablar de marcas y más marcas de zapatos y desgranar de cabo a rabo sus colecciones.
Así, hoy toca ponernos nostálgicas, agregar un tanto de literatura al asunto, pero eso sí; sin perder de vista el horizonte zapatero. Sí, porque todas tenemos unos zapatos de suela vapuleada con los que hemos hecho nuestro el mundo.
En este caso, nos detendremos en los zapatos de veinteañera gallega que en los 00 fondeó en Madrid para hacer una tesis sobre cine y que, de paso, se recorrió todos los antros culturales y con efervescencia literaria de la capital de España. Esa es María López Villarquide, la autora del texto que ahora sigue y que nos ha prestado generosamente para deleite de esta bitácora… Conocí a María en una residencia madrileña, cuando ambas perseguíamos sueños que no sé si logramos cazar o siguen erizándose en el aire sacándonos la lengua burlonamente. Seguro que más de una siente que el corazón le brinca al rememorar esos zapateos con los que se ha callejeado el mundo que le ha tocado vivir. Aquí os la dejo. Espero que don Google no considere esto un copia y pega de esos que te mandan a la Siberia de los buscadores.
Las zapatillas de mi vida, de María López Villarquide y con ilustraciones de la autora.
Podéis seguir todos sus escritos en su blog: La mano que escribe con pluma.
Lo que tuvimos y disfrutamos es y será siempre bien recordado. A mí me pasa con las zapatillas. Por falta de espacio, tuve que ir deshaciéndome poco a poco de todas las que en su día fueron “las mejores” para mí. Con cada cambio de residencia, me iba desprendiendo de un par y de otro, hasta quedarme sólo con las que realmente usaba en ese momento, pero es cierto que no olvido: nunca olvidaré lo que significaron todas durante el tiempo que las estuve calzando. Las primeras que me hicieron ver el suelo de otra forma fueron las “ADIDAS Superstar” del 2001. Fui feliz como nunca antes lo había sido, la vez que pregunté por ellas en una concurrida tienda de la calle Fuencarral de Madrid y dieron con mi número. No me podía creer toda aquella comodidad y belleza en un par de zapatillas. La combinación básica del blanco y el negro, montada sobre una suela de resistencia inimaginable al desgaste contra el asfalto. Y yo con pantalones estrechos y con bermudas, moviéndome por Madrid con ellas, sin necesidad de atarles los cordones, sin preocuparme por la lluvia, la nieve o el calor de agosto. Mi primer par de zapatillas con identidad propia a los 21 años. Sin embargo, de tanta felicidad y tanta sorpresa que abarqué, con la misma emoción me iba desinflando: pasado el año de prueba, todos los entusiasmos se achicaron y se convirtieron en algo parecido a un globo roto, abandonado en suelo después de una fiesta. Ahora me gustaba el color, la piel vuelta, la puntera plana y cuadrada y la suela de caucho “nature”. Así comencé a sentir que mis pies se reconocían dentro de unas zapatillas nuevas. GOLA, la marca que vino del Reino Unido en el año 1905 y que se posaba con desdén en los escaparates de la calle Hortaleza en el año 2003 para que yo la viera y la deseara. Este par de “women’s trainers” color frambuesa/menta, tonteaban conmigo desde el otro lado del cristal cada día que volvía a mi casa desde la Facultad. Eran lo más parecido a todo lo que por entonces necesitaba llevar en los pies: ya no quería el negro ni quería el blanco, ahora pensaba en un mundo más colorido y bohemio. Opté por cambiar mis pantalones estrechos por la amplitud de los cruelmente denominados “boyfriend jeans”, y mis ADIDAS por unas GOLA. Mucho más flexible era todo por entonces. La suela de este calzado seguía mis carreras para tomar el metro y se sentaba conmigo en la Plaza del 2 de Mayo para beber cerveza y reír a carcajadas. Mientras, en la parte baja de mi armario, las ADIDAS me esperaban porque sabían que no las había borrado de mi cabeza. Yo volví a usarlas muchas veces, pero ya no eran “mis preferidas” y no les quedó otro remedio que aceptar mi decisión. Pronto las cosas volverían a cambiar.Con la llegada de la estabilidad profesional (tiempos de bonanza los de entonces) afiné mis exigencias a la hora de comprar calzado, porque ahora me dedicaba a venderlo y la perspectiva era otra, bien distinta.Pocas veces salía yo de casa sin otra cosa en los pies que un par de zapatitos de los que tenía que limpiar, colocar, mostrar, vender y cobrar durante seis horas y cuarenta y cinto minutos de mi jornada. Llegué a amar aquellos diseños, a creerme hasta el tuétano cada uno de los puntos y comas de sus catálogos de temporada; soñaba con el poliuretano termoplástico y las aleaciones de etileno, vinilo y acetato, con los sprays impermeabilizantes, con las plantillas de fibra de coco… qué riqueza de materiales y qué bien que lo pasaba yo entre las cajas de cartón y los papeles tisú. Pisaba con garbo y con hormas anchas y no veía la necesidad de cambiar a nada mejor, hasta que fui contagiada por el virus de las “All-Star”. Caí enferma de la adicción al caucho vulcanizado como única suela aceptable para vivir andando, de la lona y de los cordones infinitos. A día de hoy aun me pregunto cómo fue posible semejante desliz, rodeada como estaba de la mejores exquisiteces zapateras ¿cómo se contagia uno de esa fiebre? y puesto que las secuelas persisten de por vida ¿existe algún modo de prevenirla? Tal vez haya uno: la curiosidad. Curiosa perdida, fui a encontrarme con las MUNICH Barcelona de alguien en algún sitio y me gustaron. La superposición de estampados y los tejidos llamativos me convencieron de algo nuevo y que hasta entonces desconocía: lo diferente es muy curioso de conocer y sólo es cuestión de tiempo aprender a disfrutarlo. Cuando lo aprehendes, ya es tuyo para siempre y entonces es cuando comienzas a valorarlo. Llevo tres años pegada a este par de exóticas deportivas y no puedo (ni quiero) separarme de ellas, vaya a donde me toque ir.Todas las que fueron antes, ya no están conmigo pero me acuerdo de ellas, las siento en la parte de abajo del armario de mis memoria y allí se van a quedar para siempre.