Revista Arquitectura
ESPACIOS en Santa Cruz de Tenerife: cuando hablamos de diversificación
Por Paisajetransversal @paistransversal
Por Econcult (@Econcult_UV)
Después de su paso por Valencia y Zaragoza, el pasado 2 de diciembre el equipo de Econcult viajó a Santa Cruz de Tenerife invitado por el Cabildo Insular y la Red de Innovación Social para continuar la ronda de presentaciones del libro ESPACIOS
Si interrogarnos sobre nuestra condición de turistas se hace cada vez más oportuno incluso en nuestra propia ciudad, al visitar por primera vez las Canarias uno llega irremediablemente cargado de mitos e imágenes asociados a la insularidad y al retiro. Aunque sepamos que estas representaciones son parciales, esa «una hora menos en Canarias» y «la eterna primavera» están en la cabeza del visitante.
Actuando en la otra dirección, la presencia constante de esos visitantes hace que esas representaciones calen entre los isleños. El modo en que el de fuera te imagina influye en el modo en que el territorio se imagina a sí mismo. Por esto, las Islas tienen algo de lugar de exotismo y evasión incluso para quienes llevan allí una vida cotidiana.
En Tenerife el turismo hace de fondo de escena (incluso cuando no está presente, cargamos con él en la cabeza) y funciona solo (sin necesidad de empuje, aunque la academia y la empresa estén en constante búsqueda de innovaciones). Mientras el barco sigue adelante en una travesía suave y aparentemente infinita, en términos de PIB, renta per cápita y ocupación, los indicadores caen hasta situar a la región en los puestos de cola de España y Europa. Ante la rápida irrupción de nuevos destinos competidores y el agotamiento de las políticas turísticas tradicionales, el modelo hiperespecializado se tambalea. Es en este punto cuando los discursos de desarrollo basados en la innovación emergen recurrentemente como potencial alternativa.
Un razonamiento frecuente podría articularse así: la imprevisibilidad de los mercados en un mundo asimétricamente globalizado (totalmente en cuanto a los mercados financieros, altamente en cuanto a los de bienes y servicios y moderadamente en cuanto al movimiento de las personas) nos llama a asumir que es mejor ser buenos en muchas cosas que los mejores en una sola. Se pone sobre la mesa el concepto de ‘resiliencia’ (la capacidad de un sistema para recuperarse de un shock externo) y de la mano aparece un conjunto nada accesorio de palabras-fuerza: ‘potencialidades’, ‘diversificación’, ‘creatividad’, ‘competitividad’... Se anuncia que se ha producido «el gran reset», que la crisis ha alterado profundamente las geografías de lo urbano y el mundo entero se está reubicando después del golpe. Es como si se hubiese dado un fuerte manotazo al tablero de ajedrez y las piezas hubiesen saltado por los aires, pero con la cosa de que, en ese instante de vuelo, las torres más hábiles tuviesen la oportunidad de hacer un movimiento maestro y convertirse en alfiles. En este complejo escenario de competitividad y redefinición, añadimos, «la calidad de vida se ha convertido en un elemento de desarrollo». Por esa vía (existen desvíos, pero nos estamos dejando llevar por el camino más recto), y en base a que la elección del lugar donde vivimos parece condicionar cada vez más la elección del trabajo que hacemos –cabe preguntarse desde dónde hablamos-, no se tarda en oír hablar de la ‘atractividad’ de los territorios.
Y aquí podríamos parar, revisar el deshilvanado listado de argumentos y volver a Canarias con una idea bajo el brazo: el bienestar que caracteriza a las Islas (tanto real como imaginariamente) podría usarse a modo de imán y canalizarse hacia esa «clase creativa» que describió Richard Florida: jóvenes urbanitas y flexibles, capital humano fuente de diversidad y desarrollo.
En las conversaciones que mantuvimos en nuestros días en Tenerife, varias veces nos contaron que el pasado verano centenares de digital nomads se citaron en Santa Cruz para tomar un crucero que los llevó al otro lado del océano. Un ejército de peones (en vuelo) eligió la isla, de entre todos los puntos posibles de este mundo de flujos, para comenzar su viaje. La anécdota, de la que apenas quedan rastro o registro, llamaba según quienes nos la referían a buscar el modo de prolongar la estancia en la isla de estos desconocidos, a retenerlos para que nos ayuden a romper las cadenas de la dependencia del turismo: ellos serán el ejército de avanzadilla que nos abra el paso desde el tercer al cuarto sector.
Nadie necesita profundizar en qué factores determinaron la elección de la isla de Tenerife como punto de salida. En la imagen que se forma en nuestras cabezas, la eterna primavera y el encanto de la periferia justifican la puesta en escena. Ni que decir tiene que la estampa perdería brillo si esos fantasmas modernos hubiesen elegido el puerto de Málaga -donde una multitud de rusos hacen cola para entrar al Cubidú- para iniciar su travesía invisible.
Tampoco necesitamos caracterizar en detalle a esos etéreos digital nomads. La combinación de ambos términos genera un imaginario colorido al oído y puliremos aristas a partir del turista canario habitual. Por contraste y complementariedad, el digital nomad será más joven y menos familiar, más nórdico y menos molesto, más dinámico y menos masivo, más adinerado y menos vulgar, más sano y menos pasivo, menos turista y más ciudadano…
En definitiva, al oír hablar de estas cosas, uno tiene la sensación de que los discursos ‘de alternativa’ están lastrados por el imaginario asumido y terminan siendo extensiones del modelo previo. Nuevos argumentos, distintos vocablos, para seguir hablando de lo mismo. En la cabeza del territorio, las Islas siguen siendo un destino climáticamente agraciado que se pone a disposición del visitante, sólo que ahora busca redefinir el modo en que se oferta para conectar con nuevos patrones de consumo. Más que incorporar actividades alternativas al monocultivo turístico, estamos haciendo que éste llegue hasta posiciones a las que antes no alcanzaba, generando impactos idénticos en lo fundamental, ahora multiplicados.
La forma de evitar mordernos el rabo sin darnos cuenta es ampliar la perspectiva. Primero, no dejándonos fascinar por los discursos disruptivos. La innovación está hecha de acumulación de momentos y pequeños avances en un contexto concreto más que de grandes revoluciones anunciadas desde los cielos y llegadas desde el norte. Tenemos que tener bien claro de dónde venimos y en qué punto estamos antes de soñar quiénes queremos ser. Segundo, no imaginándonos el sistema productivo como una entidad abstracta y autónoma que se expresa únicamente en términos financieros. Eso de que «la calidad de vida se ha convertido en un elemento de desarrollo» sólo tiene sentido si nos hace tomar conciencia de que la ecuación de la productividad debe incorporar factores sociales y medioambientales. Y tercero, que tiene algo de combinación de las dos anteriores, poniendo en crisis las representaciones colectivas monolíticas, por lo general moldeadas en base a intereses particulares, y dando paso a una percepción más coral de la realidad urbana y territorial.
Más allá de los mitos de la insularidad, descubrimos en Tenerife espacios de colectividad y experimentación (Solar), de proximidad y colaboración (el incipiente Espacio 105), de aprendizaje y cultura (TEA)… ¿Podemos aspirar a mejorar la articulación de éstos y otros elementos, aparentemente ajenos entre sí, pero que ya suceden en un mismo lugar y por lo tanto de manera no desvinculada?
La diversificación no pasa por incorporar cosas de las que carecemos sino más bien por gestionar de manera relativamente equilibrada las múltiples facetas que, cruzadas unas con otras, caracterizan realmente al territorio.
El libro ESPACIOS Para la Innovación, la Creatividad y la Cultura será presentado el próximo miércoles 27 de enero en la I Jornada «Regenerar espacios para la innovación». Más información sobre dicha jornada próximamente en el blog.
Econcult es la unidad de Investigación en Economía de la Cultura de la Universitat València, en activo desde 1995.
ESPACIOS Para la Innovación, la Creatividad y la Culturaes el resultado del trabajo del equipo de investigación Econcult (Universitat de València) en el marco del proyecto europeo 3C4Incubators. La publicación analiza las relaciones que se dan entre el espacio como contexto y los procesos de innovación, activación de la creatividad y promoción cultural.
Créditos de las imágenes:
Imagen 01: You could be working here (fuente: Econcult)
Imagen 02:Código Postal (fuente: Solar)
Imagen 03: Cartel I Jornada «Regenerar espacios para la innovación» (fuente: NuTAC)
Después de su paso por Valencia y Zaragoza, el pasado 2 de diciembre el equipo de Econcult viajó a Santa Cruz de Tenerife invitado por el Cabildo Insular y la Red de Innovación Social para continuar la ronda de presentaciones del libro ESPACIOS
Si interrogarnos sobre nuestra condición de turistas se hace cada vez más oportuno incluso en nuestra propia ciudad, al visitar por primera vez las Canarias uno llega irremediablemente cargado de mitos e imágenes asociados a la insularidad y al retiro. Aunque sepamos que estas representaciones son parciales, esa «una hora menos en Canarias» y «la eterna primavera» están en la cabeza del visitante.
Actuando en la otra dirección, la presencia constante de esos visitantes hace que esas representaciones calen entre los isleños. El modo en que el de fuera te imagina influye en el modo en que el territorio se imagina a sí mismo. Por esto, las Islas tienen algo de lugar de exotismo y evasión incluso para quienes llevan allí una vida cotidiana.
En Tenerife el turismo hace de fondo de escena (incluso cuando no está presente, cargamos con él en la cabeza) y funciona solo (sin necesidad de empuje, aunque la academia y la empresa estén en constante búsqueda de innovaciones). Mientras el barco sigue adelante en una travesía suave y aparentemente infinita, en términos de PIB, renta per cápita y ocupación, los indicadores caen hasta situar a la región en los puestos de cola de España y Europa. Ante la rápida irrupción de nuevos destinos competidores y el agotamiento de las políticas turísticas tradicionales, el modelo hiperespecializado se tambalea. Es en este punto cuando los discursos de desarrollo basados en la innovación emergen recurrentemente como potencial alternativa.
Un razonamiento frecuente podría articularse así: la imprevisibilidad de los mercados en un mundo asimétricamente globalizado (totalmente en cuanto a los mercados financieros, altamente en cuanto a los de bienes y servicios y moderadamente en cuanto al movimiento de las personas) nos llama a asumir que es mejor ser buenos en muchas cosas que los mejores en una sola. Se pone sobre la mesa el concepto de ‘resiliencia’ (la capacidad de un sistema para recuperarse de un shock externo) y de la mano aparece un conjunto nada accesorio de palabras-fuerza: ‘potencialidades’, ‘diversificación’, ‘creatividad’, ‘competitividad’... Se anuncia que se ha producido «el gran reset», que la crisis ha alterado profundamente las geografías de lo urbano y el mundo entero se está reubicando después del golpe. Es como si se hubiese dado un fuerte manotazo al tablero de ajedrez y las piezas hubiesen saltado por los aires, pero con la cosa de que, en ese instante de vuelo, las torres más hábiles tuviesen la oportunidad de hacer un movimiento maestro y convertirse en alfiles. En este complejo escenario de competitividad y redefinición, añadimos, «la calidad de vida se ha convertido en un elemento de desarrollo». Por esa vía (existen desvíos, pero nos estamos dejando llevar por el camino más recto), y en base a que la elección del lugar donde vivimos parece condicionar cada vez más la elección del trabajo que hacemos –cabe preguntarse desde dónde hablamos-, no se tarda en oír hablar de la ‘atractividad’ de los territorios.
Y aquí podríamos parar, revisar el deshilvanado listado de argumentos y volver a Canarias con una idea bajo el brazo: el bienestar que caracteriza a las Islas (tanto real como imaginariamente) podría usarse a modo de imán y canalizarse hacia esa «clase creativa» que describió Richard Florida: jóvenes urbanitas y flexibles, capital humano fuente de diversidad y desarrollo.
En las conversaciones que mantuvimos en nuestros días en Tenerife, varias veces nos contaron que el pasado verano centenares de digital nomads se citaron en Santa Cruz para tomar un crucero que los llevó al otro lado del océano. Un ejército de peones (en vuelo) eligió la isla, de entre todos los puntos posibles de este mundo de flujos, para comenzar su viaje. La anécdota, de la que apenas quedan rastro o registro, llamaba según quienes nos la referían a buscar el modo de prolongar la estancia en la isla de estos desconocidos, a retenerlos para que nos ayuden a romper las cadenas de la dependencia del turismo: ellos serán el ejército de avanzadilla que nos abra el paso desde el tercer al cuarto sector.
Nadie necesita profundizar en qué factores determinaron la elección de la isla de Tenerife como punto de salida. En la imagen que se forma en nuestras cabezas, la eterna primavera y el encanto de la periferia justifican la puesta en escena. Ni que decir tiene que la estampa perdería brillo si esos fantasmas modernos hubiesen elegido el puerto de Málaga -donde una multitud de rusos hacen cola para entrar al Cubidú- para iniciar su travesía invisible.
Tampoco necesitamos caracterizar en detalle a esos etéreos digital nomads. La combinación de ambos términos genera un imaginario colorido al oído y puliremos aristas a partir del turista canario habitual. Por contraste y complementariedad, el digital nomad será más joven y menos familiar, más nórdico y menos molesto, más dinámico y menos masivo, más adinerado y menos vulgar, más sano y menos pasivo, menos turista y más ciudadano…
En definitiva, al oír hablar de estas cosas, uno tiene la sensación de que los discursos ‘de alternativa’ están lastrados por el imaginario asumido y terminan siendo extensiones del modelo previo. Nuevos argumentos, distintos vocablos, para seguir hablando de lo mismo. En la cabeza del territorio, las Islas siguen siendo un destino climáticamente agraciado que se pone a disposición del visitante, sólo que ahora busca redefinir el modo en que se oferta para conectar con nuevos patrones de consumo. Más que incorporar actividades alternativas al monocultivo turístico, estamos haciendo que éste llegue hasta posiciones a las que antes no alcanzaba, generando impactos idénticos en lo fundamental, ahora multiplicados.
La forma de evitar mordernos el rabo sin darnos cuenta es ampliar la perspectiva. Primero, no dejándonos fascinar por los discursos disruptivos. La innovación está hecha de acumulación de momentos y pequeños avances en un contexto concreto más que de grandes revoluciones anunciadas desde los cielos y llegadas desde el norte. Tenemos que tener bien claro de dónde venimos y en qué punto estamos antes de soñar quiénes queremos ser. Segundo, no imaginándonos el sistema productivo como una entidad abstracta y autónoma que se expresa únicamente en términos financieros. Eso de que «la calidad de vida se ha convertido en un elemento de desarrollo» sólo tiene sentido si nos hace tomar conciencia de que la ecuación de la productividad debe incorporar factores sociales y medioambientales. Y tercero, que tiene algo de combinación de las dos anteriores, poniendo en crisis las representaciones colectivas monolíticas, por lo general moldeadas en base a intereses particulares, y dando paso a una percepción más coral de la realidad urbana y territorial.
Más allá de los mitos de la insularidad, descubrimos en Tenerife espacios de colectividad y experimentación (Solar), de proximidad y colaboración (el incipiente Espacio 105), de aprendizaje y cultura (TEA)… ¿Podemos aspirar a mejorar la articulación de éstos y otros elementos, aparentemente ajenos entre sí, pero que ya suceden en un mismo lugar y por lo tanto de manera no desvinculada?
La diversificación no pasa por incorporar cosas de las que carecemos sino más bien por gestionar de manera relativamente equilibrada las múltiples facetas que, cruzadas unas con otras, caracterizan realmente al territorio.
El libro ESPACIOS Para la Innovación, la Creatividad y la Cultura será presentado el próximo miércoles 27 de enero en la I Jornada «Regenerar espacios para la innovación». Más información sobre dicha jornada próximamente en el blog.
Econcult es la unidad de Investigación en Economía de la Cultura de la Universitat València, en activo desde 1995.
ESPACIOS Para la Innovación, la Creatividad y la Culturaes el resultado del trabajo del equipo de investigación Econcult (Universitat de València) en el marco del proyecto europeo 3C4Incubators. La publicación analiza las relaciones que se dan entre el espacio como contexto y los procesos de innovación, activación de la creatividad y promoción cultural.
Créditos de las imágenes:
Imagen 01: You could be working here (fuente: Econcult)
Imagen 02:Código Postal (fuente: Solar)
Imagen 03: Cartel I Jornada «Regenerar espacios para la innovación» (fuente: NuTAC)
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