En una escena de "Osaka no yado" de Heinosuke Gosho, el estoico y observador Sr. Mita desenvuelve una manta que acaba de comprar.
Creía haber adquirido una de buena calidad pero le hacen ver que le han timado. Se deshilacha.
Como muy habitualmente en el cine japonés, hay una alusión al cine americano contemporáneo: el papel en que venía envuelta, bien visible hasta con un pequeño inserto, es el poster de una película, "City that never sleeps", pequeño clásico underground de John H. Auer en 1953.
Mita, recreándose en el impactante cartel muy estilo comic, dice que todo el mundo se aprovecha de alguien, que así es el mundo que tanto le cuesta aceptar, la "regla del juego".
No es demasiado buena metáfora esa para referirse a lo que queda vivo o recuperable del cine de este director tan olvidado como desconcertante que fue Auer pero al menos, puede servir para despertar la curiosidad por su obra.
Por las condiciones de rodaje y los argumentos que daba por buenos o acataba como mejor podía, es probable que no haya muchas grandes películas en su filmografía pero, por la porción vista de su obra, sí abundantes ráfagas, trozos, mitades y hasta films enteros magníficos y desde luego tan vivos como extraños, como esos animales perdidos en confines alejados de la mano de Dios.
Decía que la alusión en ese impresionante Gosho no es muy certera porque queda un tanto inconclusa, confrontando y no conectando claramente con el carácter de ese personaje que lee la hermosa "The stars look down" de A. J. Cronin pese a que nada de lo que le rodea invita a creer demasiado en los seres humanos.
El estigma del cine negro - como género -, aunque pueda ser un componente parece que básico en su cine y más concretamente un cine simplemente turbio, oscuro, nada fiable, queda permanentemente en el cine de John H. Auer "discutido", escenificadas las más de las veces pugnas de rectas conductas contra el envilecimiento, sin fáciles claudicaciones.
Hasta cuando está presente simbólicamente en aventuras exóticas como la que cuenta "Angel on the Amazon" de 1948 o la muy delirante "The crime of Dr. Crespi" del 35, con un autoparódico Stroheim, rodada en cinco días y en tres decorados, está presente ese leitmotiv por entonces ya tan poco de moda.
Con apenas un tercio de su obra disponible y sin salirse de los sistemas de producción de la Republic, brilla con fuerza su ideal y su planificación sobre todo en "Gangway for tomorrow" (43) o la segunda (hay otra anterior de 1936, sin relación, pero llamada exactamente igual; hasta en eso es especial) "A man betrayed" (1941 y si no me equivoco, la primera película donde aparecen juntos John Wayne y Ward Bond) - a las que uno imagina sin grandes esfuerzos al lado de muchos Tourneur o Siodmak de esos años -, en los insólitos dramas "Hell's half acre", "I, Jane Doe" o "Johnny Trouble", en la peripecia bélica de retaguardia "The eternal sea" (de 1955, una buena piedra de toque para iniciarse en su cine, algo más holgada de presupuesto e ignoto y tardío reflejo americano del espíritu del cine inglés en tiempos de guerra y hasta antepasado lejano en varios y curiosos aspectos de "The wings of eagles"; lamentablemente también una de las menos difundidas) o la citada y más ambiciosa aún - con elementos de cine fantástico, langianos, cukorianos y casi buñuelianos - "City that never sleeps".
Todas ellas, como las más imaginativas de entre las paupérrimas filmadas por Edward Ludwig, Ted Tetzlaff, Lewis R. Foster o Edgar G. Ulmer, parecen ahora más generosas - rejuvenecidas sus urgencias y sus agujeros narrativos y no pienso en la nouvelle vague, sino en su presente antagonista: el cine americano actual, incapaz en dos horas de desarrollar coherentemente guiones que daban para hora y cuarto - de lo que con toda seguridad se consideraron en su día.
Ese citado componente que coquetea constantemente con el thriller y que aparece alevosamente cuando ni se espera en forma de iluminación contrastada, otras como un secundario fuera de tono, tal vez una elipsis demasiado brutal o un retroceso temporal en la trama originado por amnesias y lagunas mentales varias, emparenta su cine más con el de ningún otro realizador, con el de un cineasta relacionado siempre con la bonhomía y la noble lucha por la justicia, Frank Capra.
También otras cintas del maestro (de "I, Jane Doe" huelga referir la conexión; en "Johnny Trouble" hay un paralelismo diáfano con "You can't take it with you", etc.), pero sobre todo su obra definitiva y clave, "It's a wonderful life" - que se filtra en tal número de películas de después de la guerra como las que se habían visto alteradas en su concepción, reparto, ambiente, luz y profundidad psicológica por "Citizen Kane" o "Rebecca" durante la contienda - seguro que redefinió su visión del cine y de ella derivan las ramificaciones, y ampliaciones de todas las que sucedieron a su descubrimiento.
Sobre todo por ese superlativo (y no era la primera tentativa de Capra obviamente en ese sentido) retrato de fondo de pequeñas o grandes localidades de la NorteAmérica de las grandes igualdades donde pierden las esperanzas, envejecen y se agrian, tantas y tantas personas, no demasiado soñadoras o aspirantes a ser alguien en la vida, pero que al menos necesitan imperiosamente ciertas cosas (recompensas, certezas, sentir un orden, una decencia) para seguir viviendo y si les faltan, no se reconocerán más a ellos mismos.
De decorados de majors laboriosamente preparados en los platós pero también de sus planteamientos, sus fondos argumentales, sus avances o sus puestas en valor de algún viejo hallazgo, vivían directores como Auer, capaces de construir y hacer variaciones sobre sus elementos o, a partir de ellos, retomar alguno, quizá no de los más llamativos, sin parasitarlos y hacer algo de provecho.
En especial como apuntaba en esa muy sólida "City that never sleeps", que se fija atentamente en cómo Capra dibujó, mirando desde lo alto de las cualidades humanas, las circunstancias que habían conducido o estaban a punto de conducir a sus personajes a un callejón (moral y de futuro) sin salida: recordemos al amargado Sr. Potter (Lionel Barrymore), a la girl next door Violet (Gloria Grahame), a la dulce y sensible Donna Reed, hace muchos años al farmaceútico Grower (H.B. Warner) que tuvo un error fatal por el que murió el pequeño Harry Bailey... y desde luego a George (Jimmy Stewart), aún casi todos con una posibilidad de recuperar lo perdido.
Es por ello esta última noche en el Cuerpo de un policía en crisis (Gig Young), que es tentado por un abogado mafioso (Edward Arnold) para que le haga un trabajo sucio, por consiguiente, un recorrido más que por los garitos y la jungla callejera de Chicago, por la débil moral de la época, con "ángel de la guarda" incluído, su compañero de ronda Joe, que surje de la nada esa noche en que pensaba en dejarlo todo y largarse con una chica mala (casualmente Mala Powers).
Tan intensa y variada como la galería de personajes que la pueblan, "City that never sleeps" se contempla ahora como una gema en bruto, sucia, con ganga, claros puntos de fuga, saltos y batacazos, quizá ganas de abarcar demasiado terreno o hacerlo en demasiado poco tiempo, pero también de un brillo cegador, ideas a borbotones, punch, movimiento constante, belleza arrancada ansiosamente a cada encuadre, a cada diálogo... todo esos enganches de la cinefilia.