Todos tenemos derecho a decidir si caminamos hacia la derecha o la izquierda, elegimos lechuga o espinacas, o votamos a cualquier partido, pero es inaceptable que una sola generación quiera mutilar un cuerpo vivo desde hace quinientos, que suman a unas 25 generaciones anteriores, como mínimo.
Tras Artur Mas y los independentistas catalanes reaparece el independentismo vasco, con el lehendakari del PNV Íñigo Urkullu pidiendo ahora la autodeterminación para un territorio dos veces y media mayor que el actual País Vasco.
Porque propone absorber Navarra, parte de Cantabria, Castilla-León y Rioja, y tres provincias francesas.
Igual ocurre con los nacionalistas catalanes, que inventaron unos “Països Catalans”, versión imperialista del antiguo reino de Aragón, que quieren apoderarse de una parte de Francia, Baleares y el País Valenciano, penetrando hasta Murcia.
Todo, amparado en el falso derecho a decidir de los pueblos, porque frente a la historia creada durante siglos, que ha unido venas, músculos y hueso, nadie puede cercenar, por motivos temporales, coyunturales y egoísmos locales, esos órganos interdependientes.
España es un ser que fue creándose durante siglos, con esfuerzos, dolores, y también guerras, la última, la civil 1936-1939, cuyos orígenes deberíamos recordar.
Tiene, como nosotros, cabeza, tronco y extremidades, que ejercen funciones específicas.
Si el brazo derecho quiere que lo extirpen, el cuerpo quizás sobreviva, aunque manco, pero ese miembro se pudrirá inevitablemente porque fuera de su organismo es carne inerte.
A la Generalidad catalana, un brazo o una pierna que quiere separarse, se le une el viejo secesionismo de la extremidad vasca, cuyo terrorismo provocó tanta sangre, y que fuera del cuerpo actual es inviable: dejándole decidir que le implanten órganos ajenos, españoles y franceses, será el engendro de Frankenstein.
Estas extremidades están enfermas y a ver qué tratamiento de urgencia puede curarlas.
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SALAS