España se despidió del Mundial de Brasil con una victoria ante Australia que me recordó terriblemente a aquel 6-1 frente a Bulgaria en 1998, la otra ocasión en la que he visto al equipo caer en la fase de grupos de una Copa del Mundo. Un partido trámite entre dos equipos que no se juegan nada, con la liberación de no tener que conseguir un resultado pero con la misma losa de no tener un objetivo por el que querer ser mejor que tu rival.
Escuchando el post partido por la radio, como no podía ser de otra forma, se hablaba más del futuro inmediato del equipo nacional que de los detalles que pudiera haber dejado el partido: nombres que debían de salir del grupo frente a otros que debían incorporarse, sin olivdar los que están y la crítica 've todavía útiles'. Una reacción inevitable después de un fracaso de estas características. Siempre he defendido que el fútbol es un juego muy fácil que nosotros nos encargamos de complicar con análisis profundos, estadísticas, mapas de calor y vídeos compilados. En momentos como los que vive ahora el aficionado, pero hablo del aficionado real, al que le gusta un equipo, siente conexión sentimental con un equipo nacional y se aleja de una defensa a cualquier precio de lo que entienda como beneficioso para su equipo, el análisis o el debate tiene que simplificarse muchísimo. No sé si por la poca capacidad que podamos tener para procesar muchas cosas o porque realmente no hay que dramatizar tanto el cambio cuando, en el caso del fútbol, suele hacerse para mejor.
Hace unos meses fallecía Luis Aragonés, para muchos quien sentó las bases del ciclo exitoso que ha vivido la selección española, y de entre las muchas reflexiones que dejó durante su periodo como entrenador me gustó aquella en la que daba a entender que el 'estilo' del que tanto se ha hablado en este tiempo lo marcan los tipos de jugadores con los que cuentas: Aragonés coincidió con el mejor momento de Xavi, Iniesta, Silva, Cazorla, Senna, Villa, Alonso... a los que llamaban 'los bajitos'. Si sus mejores jugadores eran de un perfil marcado, construir el equipo conforme a ellos era el camino. Mientras algunos se regodeaban en la excelencia que alcanzó el equipo, se debía pensar también en que alcanzado su máximo rendimiento, no habría jugadores iguales a estos y que hasta manteniendo el estilo, este debía cambiar simplemente por el hecho de que habrá nuevos nombres en torno a los que construir el equipo: Thiago, Illarramendi, Javi Martínez, Busquets, Mata, Cesc... y cuando estos ya no estén, dará el paso otra generación que haya tenido a estos como nexo con la que trajo el éxito a España. Es ley de fútbol.
El problema será la importancia que se le quiera dar a los procesos de transiciones que todos los equipos han vivido y vivirán desde que finaliza una fase final de un torneo hasta que se disputa el siguiente, con las clasificaciones no sólo como reunión de méritos para estar, sino como continuo banco de pruebas. Mucho más que los dos o tres partidos amistosos que se juegan antes de una fase final.
Otros grandes campeones como Brasil, Alemania o Italia, dicen que tienen muy marcado su estilo de juego cuando no es así y, casualmente, son los centrocampistas los que marcan un poco las líneas a seguir. Brasil pasó de Zico, Sócrates, Falcao, Cerezo a Mauro Silva, Raí, Leonardo, Mazinho, a Cesar Samapio, Dunga, a Kleberson, Edmilson... Quizás Alemania e Italia sean las que con más estridencia hayan llevado a cabo los cambios, pasando de jugadores del corte de Ramelow, Jeremies, Gattuso o Di Biagio a futbolistas como Kroos, Özil, Pirlo o Verratti. Al final los buenos jugadores son los que marcan tu estilo cuando los juntas. España no debe centrarse sólo en producir 'Xavis e Iniestas' sino trabajar en juntar a los mejores y jugar conforme las virtudes de estos sean las que decidan los partidos.
Ahora nos queda por delante un Mundial a disfrutar íntegramente como aficionado neutral, que no es poco.