El fenómeno que está marcando nuestra época no es la crisis económica, que es pasajera y terminará siendo superada y olvidada, sino un ácontecimiento mucho más estable profundo y permanente: la rebelión de los ciudadanos contra gobiernos inicuos e injustos. Es un fenómeno que se está extendiendo por todo el mundo y que responde a la voluntad popular de cortar de raíz los muchos e insoportables excesos y privilegios inmerecidos de una clase política que, además de ser torpe e ineficiente, se ha acostumbrado a mandar en contra de la voluntad popular, sin controles democráticos suficientes y practicando la corrupción y el abuso, un tipo de liderazgo que genera sociedades injustas que la ciudadanía no está dispuesta a soportar. En algunos lugares donde el poder es demasiado abusivo, antidemocrático y arbitrario, la rebelión adquiere matices violentos, como ha ocurrido en Egipto, Tunez, Libia, Yemen y Siria, pero en otros, como España, la rebelión ha consistido en una poderosa corriente de opinión en favor de la limpieza democrática y el rechazo a los abusos y corrupciones del poder, alimentada desde la misma sociedad civil, cuyo resultado final ha sido la derrota electoral estrepitosa del partido gobernante, el PSOE, rechazado y condenado por su pueblo.
El egipcio Mubarak, el tunecino Bal Alí y el libio Gadafi fueron rechazados por sus respectivos pueblos y depuestos tras jornadas de lucha violenta que causaron muchos muertos, pero el español Zapatero, otra víctima de la rebeldía popular, fue expulsado del poder sin lucha, por medio de un rechazo ciudadano de enorme envergadura. Los cuatro líderes depuestos son víctimas de una nueva primavera popular que reclama a los gobiernos más democracia, eficacia y decencia.
Nadie se atreve a reconocerlo, pero Zapatero ha sido expulsado del poder por su propio pueblo. Es una verdad incuestionable, aunque la partitocracia española, tanto desde la izquierda como desde la derecha, realice todo tipo de esfuerzos por ocultarlo, ya que a ningún miembro de la "casta" política le interesa reconocer que el pueblo puede expulsarlos del poder si e indigna y ejerce la presión suficiente.
Es mentira que Zapatero pensara retirarse después de dos legislaturas, como ha afirma con engaño después de verse forzado a abandonar el primer plano político. Zapatero se ha marchado y no fue candidato a las elecciones del pasado 20 de noviembre porque el rechazo popular a su persona era tan intenso que su candidatura habría llevado al PSOE casi a la desaparición como partido.
Aterrorizados por la derrota profunda que se cernía sobre un socialismo que se presentara a las elecciones con Zapatero como líder, sus propios compañeros le forzaron a retirarse, lo que constituye una victoria popular en toda regla, de mayor envergadura, si cabe, que las obtenidas por los pueblos de Egipto, Libia y Túnez al deponer a sus respectivos "sátrapas".
La resistencia y oposición popular contra Zapatero ha sido todo un gesto de madurez de la sociedad española que contradice a los que afirman que los españoles son borregos sometidos incapaces de rebelarse contra la indecencia del poder y la corrupción. La caída de Zapatero demuestra que los españoles saben dar la merecida patada en el trasero a sus verdugos.
El Partido Popular está experimentando ya ese poder intenso de oposición, resistencia y rechazo que posee la sociedad española. Los populares, con Rajoy como candidato, fueron aupados por los espaoles hasta el poder, pero lo hicieron con prudencia y con condiciones, sin otorgarle la masa de votos que cabía esperar. El PP apenas obtuvo poco más de medio millón de votos que en las elecciones anteriores, cuando Rajoy perdió frente a Zapatero. Lo que hicieron los españoles no es votar masivamente al PP, sino dejar de votar al PSOE, lo que es diferente.
La victoria del PP fue condicionada y prudente, como si el pueblo hubiera decidido entregarle el poder, pero sin dejar de vigilar su comportamiento. Cuando Rajoy ha cometido el error de incomplir su promesa electoral de bajar los impuestos, subiéndolos y convirtiendo al ciudadano español en el más esquilmado a impuestos de toda Europa, entonces ha desatado una oposición que no para de crecer y que le está causando un desgaste prematura y preocupante.
Política y sociológicamente, puede afirmarse que la sociedad española, ante el abuso de la subida de impuestos decretada y de la mentira del partido Popular, ha reaccionado en contra del poder como un resorte, poniendo en marcha la maquinaria de la crítica y el rechazo al poder abusivo, una fuerza que si no se corrige o neutraliza a tiempo, concluye siempre con el desprestigio del gobierno y su expulsión del poder.
En Andalucía, como consecuencia de ese rechazo popular y callado a Rajoy, el PP ha frenado se crecimiento en las encuestas, hasta el punto de que su clara victoria por mayoría absoluta sobre el desgastado y corrupto PSOE ya no está tan clara.
En Andalucía, las clases medias, que se consideran injustamente explotadas por el fisco y muchos líderes de opinión, están alimentando la resistencia al PP con argumentos de que "mienten" como los socialistas y, sobre todo, que han cometido un error garrafal e imperdonable al robar la cartera al ciudadano antes de suprimir gastos tan innecesarios y nocivos como las masivas subvenciones a tres colectivos cada día más odiados por la ciudadanía: los partidos políticos, los sindicatos y las organizaciones patronales, las tres nadando en la abundancia y viviendo del dinero de los impuestos, cuando en democracia deberían mantenerse, exclusivamente, con las cuotas y donaciones transparentes de sus afiliados y simpatizantes, como ocurre en las democracias avanzadas del planeta.
El fantasma del rechazo popular, que ha acabado con Zapatero y expulsado al PSOE del poder, se cierne ahora sobre un Rajoy que ha cometido el error de despreciar el poder de la sociedad española y de considerar a los españoles como borregos sin capacidad de resistencia y fácilmente manipulables.