Pedro Sánchez no es un político torpe o ideológicamente equivocado. Es un monstruo moral, un ser calculador cuya única brújula es el poder a cualquier precio.
Ahora está empeñado en liquidar la UCO, la unidad de investigación de la Guaria Civil que persigue delitos con independencia y justicia y que es todo un orgullo para la parte sana, libre y decente de esta España corrompida por el sanchismo.
Hacia muchas décadas que Europa no veía en el Gobierno de una gran nación a un líder tan desprovisto de escrúpulos, tan dispuesto a dinamitar las instituciones con tal de perpetuarse en el cargo.
Solo Hitler y Stalin, en su escala de maldad absoluta, le superan en infamia histórica.
Pero Sánchez no necesita campos de concentración ni gulags: le basta con la manipulación legislativa, el pacto con terroristas y la resurrección deliberada de las Dos Españas.
Tras la muerte de Franco, los españoles decidieron enterrar el pasado sangriento de las dos Españas en Guerra Civil y apostar por el perdón. Pero llegaron los zombis locos de Zapatero y Sánchez dispuestos a reeditar el odio, el rencor y quizás también la sangre.
Cuando los exiliados regresaron —Pasionaria, Carrillo, Alberti— lo hicieron con grandeza de espíritu, aceptando la Transición como un pacto de convivencia. España enterró el rencor. Se hizo lo posible, y lo imposible, por la reconciliación. Pero este sinvergüenza ha decidido profanar esa tumba. Con la Ley de Memoria Democrática como ariete, ha dividido a los españoles en buenos y malos, en víctimas y verdugos, en rojos y fascistas.
Ha convertido el pasado en un arma electoral, el dolor en propaganda, la historia en sectarismo. Y para colmo, ha elegido como compañeros de viaje a los herederos de ETA, que aún justifican el asesinato político, y a los golpistas de la derecha burguesa catalana, que sueñan con romper España mientras cobran del erario público.
Con aliados así, Sánchez demuestra que no tiene límites. Por un puñado de escaños sería capaz de vender a sus hijas al mejor postor, de entregar la soberanía nacional a cambio de un voto, de traicionar a los muertos de Paracuellos y a los vivos de toda España.
Millones de españoles le votan. Esa es la tragedia mayor: el deterioro moral de una nación que celebra la mentira, se regocija en el odio al diferente y vota al sepulturero mientras entierra su futuro.
Gentuza sin escrúpulos, movida por resentimiento, venganza y sectarismo, ha encontrado en Sánchez su espejo perfecto. Estamos en manos de un monstruo. Y mientras él siga en La Moncloa, España no será una nación, sino un campo de batalla donde el pasado dicta el futuro y la reconciliación es traicionada cada día.
Por Dios, que esta pesadilla termine pronto.
Francisco Rubiales
