Revista Opinión

España: gobiernos patéticos, todavía apoyados por millones de ciegos

Publicado el 25 septiembre 2012 por Franky
España: gobiernos patéticos, todavía apoyados por millones de ciegos El mayor "mérito" de los últimos dos gobiernos, el de Zapatero y el de Rajoy, es haber fabricado a millones de ciegos capaces de apoyarles sin ver que España caminaba hacia la ruina. Pierden derechos, son esquilmados con los impuestos y tienen que soportar una catarata de errores, sandeces, injusticias, arbitrariedades y abusos de los que controlan el país y sus finanzas, pero no sólo no se rebelan sino que, además, acuden sumisos a las urnas para apoyar a sus verdugos. La incultura política, el sometimiento esclavo y el fanatismo están ganando la batalla al sentido común, a la libertad y al bien común.

Los "ciegos" de Zapatero, víctimas del odio a la derecha y con su capacidad de raciocinio dañada por la propaganda gubernamental, son borregos incapaces de ver la realidad de una España que, mal gobernada por la izquierda y la derecha, se hunde.

Los ciegos de Rajoy son incapaces de asimilar la inmensa traición a los ciudadanos y a la democracia que supone haber incumplido casi todas sus promesas electorales y la cobardía de un gobierno de derechas que imita al de izquierda en tropelías y abusos, después de haber prometido a sus votantes que limpiarían España de corruptos y aligerarían la carga pesada e incosteable de un Estado monstruoso, patético y lleno de enchufados innecesarios.

Esa masa de sometidos al poder gubernamental, sea del color que sea y haga lo que haga, alimenta la tiranía e impide con su actitud grotesca y obstruccionista el cambio que demanda la sociedad española para resurgir, recuperar su empuje, la inteligencia colectiva y el bien común.

¿Como no ven que el país se endeuda y se empobrece a un ritmo frenético, que los parados reales no cesan de crecer y que las empresas siguen cerrando, sin que el hundimiento del tejido productivo importe a los gobernantes?

¿Se puede ser tan ciego que no se vean las colas en los comedores de caridad, ni los que duermen por la noche en los soportales y rincones urbanos, entre cartones? ¿No se dan cuenta que la arrogancia pierde a la casta política y pone cimientos a una revuelta de desgraciados y desamparados que puede hacer estallar la violencia en España?

Muchos ciudadanos empiezan a comprender verdades de gran dureza, como que el enemigo mas cercano y dañino no es el terrorismo o el separatismo, sino el mal gobierno, el que les acribilla con impuestos injustos, el que arrebata derechos y conduce a la nación hacia el desastre, sin igualdad, sin justicia, sin decencia, con privilegios inmerecidos para unos, con leyes y reglas indecentes.

La clave del problema quizás no esté sólo en la ceguera sino en el envilecimiento y la dependencia del pueblo. Es posible que los que parecen ciegos estén viendo el desastre que les envuelve, pero que, acostumbrados a vivir sin esfuerzo, subvencionados por el presupuesto, sin trabajar demasiado y inmersos en un liderazgo político corrupto, inmoral y arbitrario, prefieran guardar un silencio cobarde con la absurda esperanza de que el tiempo transcurra y lo solucione todo.

Hemos olvidado el principio de que la democracia no es un regalo, sino una conquista que hay que defender cada día. Olvidar ese principio nos convierte en esclavos y en víctimas de los depredadores de siempre, cuyos únicos intereses son dominar y saquear.

Mientras cada día más países emergen de la crisis y reemprenden su ruta hacia la prosperidad, España se debate en la torpeza y la miseria, sin atreverse a emprender las grandes reformas que el país necesita, que no son las decretadas por los gobiernos de Zapatero y Rajoy, sino aquellas que se ocultan y se silencian porque son la clave del poder político: la reforma del Estado, que debe reducir su tamaño y expulsar de su seno a enchufados, parásitos y militantes de partidos colocados sin que sean necesarios, la supresión drástica de la corrupción, que envenena y postra a España, la eliminación de los privilegios inmerecidos y lacerantes de la clase política, sobre todo el de la impunidad, y la instauración de una verdadera democracia, que sustituya la actual partitocracia indecente que nos guia y subyuga.

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