Ante la fragmentación de España que pretende iniciar el independentismo catalán viene a cuento la frase atribuida al Canciller de Hierro, Otto von Bismarck, el jurista y militar prusiano que unificó Alemania en el siglo XIX.
“Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido”.
No aparece documentación alemana que acredite la máxima, cuya cita más antigua aquí viene del ingenioso Alfonso Guerra --¿su creador?-- en el Congreso del PSOE en Suresnes, Francia, cuando se oteaba el final del franquismo.
Bismark murió en 1898, año de la pérdida española ante EE.UU. de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y la tan nombrada ahora isla de Guam, con el archipiélago de las Marianas.
Enseguida la ya expansionista Alemania creada por el Canciller le compró a la hundida España las islas Carolinas, también en el Pacífico.
Los independentistas catalanes apelan a las últimas colonias ultramarinas españolas para afirmar que ellos también se independizarán ahora, pero no están a 5.127 kilómetros, distancia entre España, La Gomera, y su más cercana posesión, Puerto Rico, sino que físicamente son parte del país.
Como han llegado tan lejos, la respuesta debe ser contundente, sin guerra contra ningún imperio. Ahora son aliados, desde Merkel a Trump, además de la UE y la ONU.
A los independentistas, que en ocasiones históricas anteriores iniciaron rebeliones incapaces de destruir España, como decían Bismark-Guerra, debe dárseles ahora un pacífico golpe de autoridad.
No más buenismo del Estado, que para seguir indestructible debe aplicar contundente esa autoridad democrática sin temor a recordar, porque es absolutamente diferente, el autoritarismo franquista.
Retírenles las competencias empleadas para enfrentar a los españoles entre sí: educación, orden público y dinero de sus gastos suntuarios, como embajadas y similares pomposidades, con centenares de enchufados cobrando más que el presidente del Gobierno. Se desmoronarán enseguida.
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SALAS