Revista Opinión

España no es un país para débiles

Publicado el 09 diciembre 2015 por Franky
Recibo en mi correo decenas de denuncias de españoles desamparados, víctimas de injusticias, que no saben donde recurrir para que sus dramas sean reparados o, por lo menos, atendidos. Les digo que mi blog y mi presencia en las redes está especializada en pensamiento político y no puede recoger denuncias y dramas humanos. Casi nunca puedo hacer otra cosa que aconsejar y reconducir algunos casos sangrantes hacia los medios de comunicación, que hoy son el más eficaz buzón de quejas para los que padecen injusticia, mucho mejor que el político, que ni siquiera escucha esos dramas humanos. Llegan madres que han perdido a un hijo por negligencia médica, padres y madres de inocentes encarcelados y personas que son amenazadas por mafias locales y que, llenas de miedo, no saben que hacer. Mi primera conclusión, despues de sentir dolor por la España injusta e indecente que nuestros políticos han construido, es que España no es un país para débiles y que sólo a los ricos, poderosos y bien dotados de inteligencia y relaciones les puede ir bien en este país corrompido y malsano. --- España no es un país para débiles En un país donde la ley no es igual para todos y en el que los que tienen poder y dinero gozan de ciertos privilegios ante la Justicia y las administraciones públicas, ser pobre es una tragedia. Si hay un país en la Europa desarrollada donde tenga validez suprema el principio de que "a perro flaco todo se le vuelven pulgas", ese es España, donde la democracia está tan degradada que incumple con su deber de proteger a los mas necesitados.

Familias con ingresos insuficientes, desempleados sin protección, impedidos sin ayuda pública, buenos estudiantes sin becas, impuestos abusivos, arbitrariedad en las ayudas y subvenciones, leyes que se aplican según convenga, mafias organizadas, amenazas y acoso sin castigo, negligencias médicas impunes, silencios administrativos permanentes, condenas mediáticas injustas, políticos, policías y funcionarios necesitados de urgentes transfusiones de humanidad y compasión, injusticia en las concesiones administrativas, expedientes y reclamaciones injustamente paralizados, marginación y acoso a disidentes y críticos, impunidades prácticas de todo tipo... La lista de arbitrariedades y abusos es casi interminable y las víctimas siempre son los mismos, los más débiles, pobres y desamparados.

El hecho de que la Justicia haya dejado de ser gratuita ha incrementado la desigualdad porque muchos pobres han dejado de recurrir a la ley para reclamar sus derechos y sufren sus dramas rumiando venganzas que siempre se trasmiten de padres a hijos.

Cuando se siente amenazado, el Estado ha demostrado con creces su crueldad y, en algunos casos, hasta su capacidad de asesinar. Su crueldad suele ser desproporcionada frente a enemigos débiles que nunca representaron una amenaza. En la postguerra, el número de personas liquidadas por los estados se cuenta ya en decenas de millones. El carácter represivo y sanguinario del Estado no solamente ha sido evidente en casos tan conocidos como las dictaduras de Argentina, Cuba y Chile, sino que hay episodios comprobados en Inglaterra, Francia y otros muchos países con estructuras teóricamente democráticas.

En este mundo, la voz del débil, casi siempre un lamento, tiene pocas posibilidades de ser escuchada. Nuestro mundo, el mundo que han construido los poderosos, es un mundo para los fuertes en el que a los débiles apenas les resta la posibilidad de sobrevivir.

Y está comprobado: cuanto mas débil sea la democracia y exista mas corrupción, mas precaria, injusta y desamparada es la existencia de los pobres y débiles.




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