“España sólo vale para el flamenco y el vino tinto”, dijo hace unos días en Marsella ante un comité de la Asamblea Parlamentaria de la OTAN, el diplomático estadounidense Richard A. Boucher, secretario general adjunto de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Casi simultáneamente el Instituto DYM, que investiga cómo hacer atractivos distintos productos, incluyendo vender publicitariamente naciones, reveló que para los responsables en 48 países de WIN, red independiente de institutos de investigación de mercado, la “marca España” era cercana a la afirmación de Boucher.
“Dígame, por favor, las tres ideas que le vienen a la mente espontáneamente cuando usted escucha la palabra España” se le pidió a los directivos de la red, y salieron: Fútbol, 27 por ciento; Toros, 25; Sol, 16,7; Vacaciones, 10,4; Flamenco, 8,3; Paella, 8,3. A la pregunta sobre las principales características del carácter español respondieron: “Pasión” y “Libertinaje”.
Se mantiene la inaguantable Carmen, de Bizet, el tópico romántico de los españoles regidos por las pasiones, y aparece uno nuevo, el libertinaje, opuesto al estereotipo de la España oscura y tenebrosa sometida a las prohibiciones religiosas.
Un país de venganzas, fiesta, jolgorio y libertinos sexuales. Así es como nos ven en la mayoría de los países de nuestro entorno, a pesar de que tras la adhesión a la Europa económica quisimos ser “los alemanes del sur”: fracasamos.
Así, pues, dado que no hay manera que librarse de los tópicos, viejos y el nuevo, quizás debamos valorarlos positivamente porque buena parte del país vive de ellos: el turismo atraído por los estereotipos es la primera industria nacional, y no Telefónica y empresas así.
Deberíamos cultivar más nuestras pasiones y libertinajes para salir de la crisis, multiplicar los vicios retratados por Boucher: como para los judokas, tus debilidades son tu fuerza triunfadora.
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