Ya no es el anglófilo Estados Unidos de América del Norte el que denuncia que los colonizadores que llegaron por la ruta que Cristóbal Colón abrió desde el Viejo Continente hasta lo que creía Oriente, fueron unos auténticos invasores sanguinarios, sino también algunos dirigentes de pueblos que, gracias a la cultura y lengua que los conquistadores sembraron por aquellas tierras americanas, los que reclaman el “perdón” de España por los “abusos” que cometieron los españoles durante el descubrimiento de América, hace 500 años. Es lo que acaba de solicitar por carta el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, al rey de España, instándole a pedir disculpas por las barbaridades cometidas por los conquistadores cuando México no existía como tal.
Se trata de un nuevo capítulo de la Leyenda Negra que, originaria de Europa en boca de los enemigos protestantes del antiguo Imperio Español (Holandeses e Ingleses, sobre todo), se renueva hoy por quienes tratan de desprestigiar la hazaña protagonizada por España al descubrir y colonizar un continente, desconocido para los conocimientos de la época, navegando hacia el oeste por el Océano Atlántico desde Europa, y minusvalorar el legado histórico de una gesta que conformó lo que hoy es ese conjunto de naciones con seña de identidad hispánica: América Latina o Hispanoamérica.
La exigencia de un nuevo relato que subraye las brutalidades y sufrimientos causados a los pueblos indígenas por parte de los conquistadores españoles durante la expansión militar de colonización, evangelización e hispanización de América, que se extendió desde la Alta California hasta el Cabo de Hornos, constituye un ejercicio interesado de relectura selectiva del pasado con valores y perspectivas del presente, no por afán de clarificar los hechos y acceder a la aséptica verdad de la Historia, sino por utilizar ciertos aspectos del pasado con fines políticos, populistas o torticeros. Porque no son historiadores ni investigadores, por lo general, los que periódicamente exigen reinterpretar lo sucedido, sino políticos que persiguen la demagogia de las emociones y los sentimientos de sus parroquianos para que avalen su gestión actual.
No obstante, la crítica de la conquista de América es tan antigua como el descubrimiento mismo del Nuevo Mundo, pues ya tuvo a fray Bartolomé de las Casas como su más temprano representante. No es, pues, la crítica lo que sorprende, sino la insistencia de centrarla exclusivamente en la gesta española, como si los demás imperios coloniales que en el mundo han sido hayan obrado de forma pacífica y estuvieran exentos de guerras, brutalidades y sufrimientos. Si cada uno de ellos tuviera que pedir perdón por lo sucedido en el pasado, España estaría hoy exigiendo disculpas a los italianos por los atropellos del Imperio Romano, a los árabes por la invasión musulmana y a cada civilización que ha dominado a otra. Nadie cuestiona el sufrimiento de los indios de América del Norte, reducidos casi hasta el exterminio en reservas, por parte de “invasores” anglosajones, ni tampoco las brutalidades habituales de los imperios azteca o inca, que incluían sacrificios y matanzas, sobre otros pueblos indígenas de la época precolombina. Excepto el caso español, se entiende que las expansiones imperiales comparten el uso de la fuerza “militar”, entre otros métodos, para someter bajo su poder territorios y poblaciones. Pero, al parecer, sólo el imperio español cometió excesos “sanguinarios” en la conquista, ocupación y colonización de América.
Puestos, pues, a pedir perdón por el legado “salvaje” de los conquistadores españoles, como se exige desde la demagogia política y una falsa justicia retrospectiva, no estaría mal que España se disculpase por llevar a México la primera imprenta instalada en América por parte del impresor sevillano Juan Cromberger, sólo un siglo más tarde de que Gutemberg inventara el ingenio de tipos móviles. El primer libro impreso en México fue Breve y compendiosa Doctrina Christiana en lengua mexicana y castellana, en 1539, una especie de catecismo bilingüe.
O por fundar la Universidad Real de México, hoy conocida como Universidad Nacional Autónoma, una de las más antiguas de América, junto a la Autónoma de Santo Domingo y la Nacional Mayor de San Marcos de Perú, disputándose entre ellas la primacía fundacional. En total, España fundó 25 universidades por todo el continente, siendo la última, en 1792, la Universidad de Guadalajara, en México. En ellas surgieron las cátedras de lenguas indígenas, cosa que en el Norte anglosajón no sucedió hasta el siglo XX. También debería pedir perdón por levantar en lo que entonces era Nueva España, hoy México, el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, uno de los primeros centros educativos en los que los conquistadores hicieron “sufrir” a los nativos de América y al resto de alumnos de todo color, casta y mestizaje con sus enseñanzas.
Disculpas que ha de brindar, asimismo, por poblar y urbanizar aquellos vastos territorios, levantando ciudades e instituciones sin ocupar asentamientos indios, en los que se erigieron ciudades como Santo Domingo, La Habana y Cartagena de Indias, entre otras muchas, pero también las mexicanas Veracruz, Puebla de los Ángeles, Valladolid, Oaxaca de Juárez y muchas más. Del mismo modo, ha de pedir perdón por la construcción de vías de comunicación estables y eficaces para que la vida de las urbes pudiera desarrollarse, como el Camino Real México-Veracruz y México-Acapulco, además del Camino Real de Tierra Adentro (México-Santa Fe de Nuevo México), declarado Patrimonio de la Humanidad, el Real de Chiapas (México-Guatemala) o el Real de Lima a Venezuela.
Y, desde luego, aparte de por dejar una lengua con la que conviven más de 400 millones de personas en el mundo, una cultura que de alguna manera “modernizó” un continente en estado tribal en comparación con la sociedad europea y una religión que, a pesar de sus dogmas morales, no impidió las barbaridades, la esclavitud y los abusos pero homogeneizó una forma de ser y estar en el mundo, España debe disculparse por el legado imperdonable del mestizaje, esa costumbre sexual entre conquistadores y mujeres indígenas, fundamentalmente, que permitió que características raciales no se hayan perdido ni exterminados pueblos nativos por causa de una colonización “excluyente” y racista. Disculpas que se hacen extensivas, aunque tardías, a Maliche, por el daño infligido al convertirse en la amante maya de Hernán Cortés, con quien tuvo un hijo.
España, en definitiva, debe pedir disculpas por protagonizar una época histórica que ha causado daños irreparables a pueblos y personas que padecen aun hoy, al cabo de 500 años, las consecuencias, como el presidente de México, a pesar de que para los historiadores “la exploración de las Américas por los españoles fue la más grande, la más larga, la más maravillosa serie de valientes proezas que registra la historia”.*
Andrés Manuel López Obrador sufre sin consuelo por hablar español, poseer nombre español y tener un abuelo oriundo de Cantabria, España. Una afrenta imposible de soportar para la dignidad de un demagogo. Perdón.
*Charles F. Lummis, Los Ángeles, 1916, citado por María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y Leyenda Negra, Ediciones Sisruela, S.A. Madrid, 2016