Revista Opinión

España se llena de odio y necesita recuperar la concordia

Publicado el 05 abril 2017 por Franky
Insultos, palabras soeces (me la suda, me la bufa) cambio del nombre de calles y plazas, una memoria histórica que sólo funciona en un sentido, discursos cargados de hiel... El odio ha entrado en la sociedad, de la mano de su clase política y de los medios de comunicación. Y también ha entrado en el Congreso de los Diputados. Basta asistir a un pleno para darse cuenta de que se odian y que la democracia, definida como "la capacidad de una sociedad para convivir pacíficamente en el desacuerdo" está muerta. La Transición fue una estafa porque en lugar de una democracia creó una dictadura de partidos y de politicastros, pero tuvo algo bueno que debemos recuperar con urgencia: la apuesta por el perdón y la concordia que realizaron los políticos de la época. Hoy, en una España nuevamente atravesada por el odio, nada es más urgente que recuperar el perdón y la concordia, aunque para ello tengamos que tirar por la borda a los muchos políticos que apuestan por el odio y la división. Necesitamos recuperar aquel espíritu del 78 que enterró temporalmente los peores fantasmas españoles: el odio y la violencia. --- España se llena de odio y necesita recuperar la concordia El mayor drama de España no es la corrupción sino el odio. Los españoles hemos aprendido a odiar: a los políticos, a los independentistas, a los británicos, a los gibraltareños, a los terroristas, a los inmigrantes violentos... lo hemos comprobado con preocupación al ver las últimas sesiones en el Congreso y al observar el comportamiento de tipos como Mas, Puigdemont, Pedro Sánchez, Rufian, Iglesias, Tardá y otros.

Los políticos fueron los que en 1936 nos empujaron a la Guerra Civil, pero son también los que 1978 convencieron a los españoles para que abrazaran la concordia. Hoy, los políticos están empujando de nuevo a la sociedad hacia el odio y el fracaso.

Ellos tienen una enorme influencia en el sistema español porque dominan las leyes, los medios de comunicación, el presupuesto y todos los enormes recursos del Estado. Son los ciudadanos los que nada pintan en el sistema político español, que se parece a una democracia como una cacatúa a un rábano. Si quisieran, podrían limpiar el país de la corrupción y el odio que ellos mismos han sembrado y cultivado, pero ellos están interesados en mantener ese odio, que se traduce en votos ciegos de los fanáticos.

Viendo los ojos de nuestros representantes parlamentarios, los que no vivimos la Guerra Civil conseguimos entenderla. Contemplando el odio que destilan algunos representantes de Unidos Podemos, el que exhiben obscenamente los independentistas catalanes y el que profesaba Pedro Sánchez a Rajoy y al PP, uno siente terror y empieza a creer que de un momento a otro puedan hablar las pistolas.

Hasta hace poco creíamos que el mayor desafío de la España del presente era acabar con la corrupción, pero ahora, después de contemplar los ojos y escuchar los discursos de muchos diputados en el Congreso, sabemos que lo más urgente es erradicar un odio que podría conducirnos a la guerra.

Las causas de ese odio son muchas, para hay dos que sobresalen: la primera es la expulsión de los valores de la sociedad española, protagonizada por los políticos, que han apostado por promover la división, el odio, la envidia y la incultura en la sociedad para así poder dominar mejor a los borregos desinformados, envilecidos, poco ilustrados y sin capacidad de reflexionar y discernir; la segunda es el odio esparcido por el insensato José Luis Rodríguez Zapatero, impulsor del cinturón sanitario contra el PP, una aberración antidemocrática y un atentado contra los valores que ha causado daños enormes a España y que es el origen del odio de Pedro Sánchez a Rajoy y de otras manifestaciones brutales de rencor y odio vistos recientemente en el Congreso.

España ha protagonizado tres grandes expulsiones en su historia moderna: la primera fue la expulsión de los judíos, por los Reyes Católicos; la segunda fue la expulsión de los moriscos, por Felipe III; la tercera ha sido la expulsión de los valores, realizada por la actual falsa democracia, desde 1978 hasta nuestros días.

La sociedad actual, desprovista de valores, está abonada para acumular odio y despedazarse. He escuchado a jóvenes de Podemos afirmar que los viejos deberían ser desprovistos del derecho al voto porque suelen votar a los conservadores. Esos mismos afirman también que si los viejos les han dejado a ellos sin poder y sin futuro, ellos dejarán a los viejos sin sus pensiones. El discurso de Rufían y algunas manifestaciones de Pablo Iglesias y el independentista Tardá son cubos llenos de odio derramados sobre una sorprendida sociedad española, que empieza a sentir miedo de la pavorosa ausencia de valores existente.

Los políticos han protagonizado demasiadas barbaridades y abusos y con ellos han fabricado odio. Cuando miles de políticos se enriquecen sin poder explicar de dónde salió el dinero, cuando cobran impuestos abusivos y confiscatorios por la fuerza, cuando se atiborran de privilegios, cuando son arrogantes y cuando propagan la injusticia y el abuso, mientras cientos de miles de españoles, sobre todo jóvenes, viven amenazados por el desempleo y la pobreza y tienen que emigrar para encontrar un trabajo digno, entonces fabrican odio y violencia en cantidades industriales.

Algunos ya se atreven a vaticinar que si todo sigue así y el país no recupera los valores y la concordia, pronto hablarán las pistolas.

Hay que tenerle mucho respeto al odio porque sus consecuencias suelen ser letales, como lo demuestran el conflicto eterno entre israelíes y palestinos, la sangrienta guerra de los balcanes, el conflicto racial en Estados Unidos, la lucha entre chiitas y sunitas, el exterminio nazi de judios y gitanos, las matanzas de Stalin, la violenta Revolución Cultura china y la misma Guerra Civil española. Los culpables principales de esas canalladas son los políticos, pero casi en el mismo sucio nivel de culpa se sitúan los ciudadanos, que votan cada cuatro años a esos políticos miserables, promotores del odio, compartiendo así la responsabilidad del desastre que pueda venir.

Francisco Rubiales



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