Revista Opinión
La gobernabilidad de España está condicionada por el resultado de las elecciones autonómicas en Galicia y el País Vasco que se han celebrado hoy. Tanto el Partido Popular (PP), que mantiene en funciones el Gobierno de la nación, como el Partido Socialista (PSOE), que aspira a consolidar una alternativa de izquierdas que desbanque a los conservadores del poder, tenían puestas sus esperanzas en que sus marcas regionales se convirtieran en imprescindibles para los ejecutivos nacionalistas y, por ende, se vieran obligados a entablar acuerdos de alcance nacional que posibiliten la investidura de sus respectivos candidatos al Gobierno de España.
Esas eran las esperanzas por las que tanto Mariano Rajoy como Pedro Sánchez, líderes de ambas formaciones políticas, se volcaron personalmente en esos comicios, participando en mítines y arrogándoles una importancia “nacional” de la que, en realidad, carecen. Buscaban interpretar los resultados autonómicos como si fueran generales y demostrativos de la fuerza con la que contaban para labrar acuerdos en el Parlamento nacional. Pero el resultado ha dejado la situación tal como estaba: el Partido Popular revalida su ventaja en Galicia, donde su candidato gobernará cómodamente el único gobierno regional con mayoría absoluta del Estado, y asume una indiscutible posición de autoridad para sustituir a Mariano Rajoy como candidato a presidente del Gobierno en España. Por su parte, el Partido Nacionalista Vasco repite como primera fuerza política del País Vasco, donde podrá seguir al frente del Ejecutivo regional con apoyos parlamentarios puntuales. En ambas comunidades, el partido socialista pierde votos, siendo tercera fuerza en Galicia y cuarta en Euskadi, donde el batacazo es descomunal.
La única lectura posible de estos resultados es evidente: los populares, a pesar del resultado en el País Vasco donde pierden un escaño, conservan la confianza del electorado, reteniendo el gobierno gallego por mayoría absoluta, mientras que los socialistas hacen agua de manera dramática y son superados por las marcas territoriales de Podemos en ambas comunidades, especialmente en el País Vasco, donde pierden siete escaños. Interpretar estos datos a escala nacional significa dejar gobernar al Partido Popular en España, aunque sea en minoría y dependiente de pactos y acuerdos parlamentarios, y que el PSOE digiera en la oposición sus reiterados malos resultados, intentando desde el control al gobierno en el Parlamento reconciliarse con sus antiguos y defraudados votantes. Para ello, deberá abstenerse y desbloquear una situación de ingobernabilidad que perdura desde hace casi un año y tras dos elecciones generales seguidas. Acudir a unas terceras elecciones sería suicida para un PSOE que, vistos los resultados cosechados en todas las elecciones desde hace seis años, se despeña en la irrelevancia política.
Si la gobernabilidad de España estaba pendiente del resultado de estos comicios autonómicos en Galicia y País Vasco, ya no hay excusas: hay que asumir el dictamen de los votantes que, por dos veces consecutivas, se han pronunciado por un gobierno conservador minoritario y una oposición de izquierdas en el Parlamento que lo controle férreamente. No hay que darle más vueltas ni acudir a unas terceras elecciones generales para certificar el hartazgo de los ciudadanos con la clase política. España ya ha quedado definida según Galicia y el País Vasco.