De modo que era a aquí adonde nos prometieron llegar: “España es una unidad de destino en lo universal”-José Antonio Primo de Rivera, hijo de dictador y padre putativo de otro dictador, de casta le venía al galgo-. Los designios del capitalismo son enteramente escrutables: en cada momento harán todo y sólo lo que beneficie al capital, porque este asqueroso becerro de oro es lo único que adoran realmente, todo lo demás, eso de Dios y la Iglesia, sólo son la pamemas que esgrimen como un arma más para domesticar a la plebe. Confieso que estoy especialmente sensibilizado porque últimamente he vivido prácticamente en las salas de espera de los hospitales, en uno de los cuales se me ha muerto mi hermano Rafael con quien tanto quería. De modo que, a veces, parece como si esta gente hiciera el bien. Mírenlo con lupa y comprobarán que ese bien sólo es aparente, algo que sólo a ellos beneficia y ellos, joder, cómo quieren ustedes que se lo diga, ellos son el mal, el puto, el asqueroso mal, en toda su esencia. No hay sino oír a la cachorra de Fabra gritar en el Congreso “que se jodan, coño, que se jodan” y se refería, como no, a todos nosotros los hijos de Eva que no formamos parte de su camada de lobos hambrientos. ¿O son hienas? Bueno, es igual, hienas o gaviotas, gente carroñera, que vive a expensas de los cadáveres ajenos. No hay una sola cosa que ellos hagan que no esté directamente encaminada al mal: si es una obra de pura beneficencia, inaugurar un asilo de ancianos o un hospital, mírenlo bien, repito, porque, en el fondo hallarán ustedes el jodido, el puñetero, el canallesco mal. Intenté ingresar en el asilo de ancianos desamparados de mi ciudad a mi hermano moribundo para poder asistirle en el momento de su muerte, teniendo su mano desolada entre las mías y no lo logré, mientras que la tía de la secretaria de la alcaldesa me llamaba puntualmente para decirme lo bien que la atendían allí, en los trámites para el ingreso, estuve varias veces en una especie de palacio renacentista lleno de luz y de espacio, con magníficas esculturas conmemorativas de algunas de las figuras más notables de su fe, que ahora ya no es la mía, ¿por qué?-me preguntaba yo-¿esta señora dueña de un piso en la calle más céntrica de la ciudad, con sobrinos enormemente poderosos, con familiares excepcionalmente situados, halló fulminantemente asilo en aquel renacentista palacio y mi hermano, que no tenía literalmente donde caerse muerto, fue rechazado insistentemente y, al final, murió a 200 kms de su puñetera tierra sin nadie que pudiera tener su mano entra las suyas? El bien. Un maravilloso asilo de ancianos para viejos desamparados en donde se recibe inmediatamente a la tía carnal del marido de la secretaria de la alcaldesa, de la que depende directamente el asilo, mientras que se deja morir en la distancia a un pobre viejo de 80 años, rechazado, despreciado, agredido, maltratado por su propia mujer y por su hijo de 24 años. ¿Dónde está el bien aquí, en la erección de una hermoso palacio, pleno de luz y de comodidades, para albergar a los recomendados del régimen, a fin de que los miembros activos del mismo puedan despreocuparse de su cuidado y dedicar todas sus energías a la realización de sus canallescos propósitos o almacenar, tal como vemos en la fotografía que ilustra este post, como si de muertos en vida se tratara, en una estrecha sala del hospital, porque ya no caben en los pasillos, a todos los enfermos de la ciudad en condiciones indignas, sin la menor privacidad a la hora de morirse? Y éste será el señuelo que ellos esgriman precisamente para justificar su privatización, que lo público funciona pésimamente y después, cuando ellos se hagan por 4 jodidas perras con estos magníficos hospitales, hechos con nuestro puñetero dinero, no nos dejarán entrar en ellos si no pagamos el oro y el moro, porque ésta es la España, una, grande y libre que soñaba José Antonio. ¿O no?