Después de décadas de presencia en la región Iberoamérica, España se ha dado cuenta finalmente de la existencia de un mercado prometedor y casi virgen, a un tiro de piedra. Hoy en día, las agendas económicas de los entes, cuya misión es la internacionalización de la empresa española, adolecen hasta la saciedad de programas sobre las oportunidades de negocio en el otro lado de la orilla.
El creciente interés por Marruecos, como tierra prometida de los inversores y emprendedores españoles en búsqueda de mercados extramuros, se inició durante la época de las vacas flacas en España. Los responsables marroquíes, aunque no digan en voz alta, le están profundamente agradecidos a la crisis española por haberle recordado al vecino del norte que, a pesar de las sempiternas broncas políticas, Marruecos no es solamente un vecino turbulento, sino también una alternativa atrayente para las Pymes españolas en busca del crecimiento. Lo irónico es que este viento nuevo sople bajo el mandato de dos gobiernos conservadores.
Al principio, ni siquiera el más optimista de los analistas apostaba por la pareja formada por Mariano Rajoy y su homologo Abdelilá Benkiran. Los hechos han demostrado que ambos políticos han sabido aparcar sus muchas discrepancias por el bien de los dos países. Y sin demora, sus empeños se cristalizaron con la organización de la X Reunión de Alto Nivel, celebrada finalmente en Rabat, el pasado mes de octubre, después de un largo periodo de hibernación que se inició en 2008.
Los dos gobiernos han entendido finalmente que es la hora de unir fuerzas. Y es así como empezó el idilio hispano-marroquí. El gobierno de Mariano Rajoy puso a disposición de las empresas españolas una línea de crédito de 400 millones de euros para acompañar la implantación de la empresa española en el país alauí. Y los resultados no tardaron en llegar. Poco tiempo después, España se ha convertido en el primer socio de Marruecos, tanto en importaciones como en exportaciones, desbancando a Francia y a su hegemonía sobre la economía marroquí. A pesar de este tardío despertar por parte del emprendedor español y del gobierno central, cabe destacar que la marca España goza de una asentada reputación en el mercado marroquí. De igual modo, la cooperación mutua se manifiesta en multitudes de facetas, que no son solamente de orden económico.
Marruecos es el segundo país en el mundo -después de Brasil- con mayor red de centros del Instituto Cervantes, lo que refleja la consideración prioritaria de la promoción de la lengua y la cultura española por parte del Gobierno español en tierras marroquíes. Ante este escenario, el primer balance que salta a la vista es esperanzador, pero afianzar las relaciones bilaterales requiere un esfuerzo continuo de los dos protagonistas.
No son tiempos de dormirse en los laureles y menos todavía cuando hay una hoja de reformas en espera. Del mismo modo que se pide la confianza de los inversores, hay que ofrecerla. Y cuando algunas reformas, vitales para tener un clima de negocio sano y de confianza, siguen en la cazuela, los discursos carecen por lo tanto de credibilidad y de coherencia.
Potenciar las inversiones empieza con la puesta en marcha de un entramado económico, jurídico y fiscal bien definido. Los inversores también deben tener en cuenta que Marruecos sí es una tierra de oportunidad, pero solamente para aquellos que tienen la paciencia de sembrar y esperar sin prisa la cosecha.
El vecino del sur no es un casino a cielo abierto para los amantes de las ganancias fugaces. Y si en el mundo de los negocios se necesita un clima político de paz para fortalecer los lazos económicos y comerciales, en el caso de la pareja Marruecos-España, la consolidación de las relaciones económicas y comerciales puede llegar a ser el antídoto para todo asunto susceptible de envenenar las relaciones bilaterales. Es así como los dos países pueden llevar la voz cantante en la región del Mediterráneo.
Artículo escrito por Amal Baba Ali
Fuente: Atalayar