Revista Ilustración
- Ya sabes, hijo. Estamos en una ciudad nueva. Tenemos que tener mucho tacto con la elección.
- Sí, papá. - Mañana empiezas en el colegio. Tómate tu tiempo. Fíjate en los compañeros, aunque no sean de tu mismo curso. - Claro, papá. - También entérate de la familia del chico. Que tenga pocos componentes, tampoco sean del lugar y sean pocos conocidos por el vecindario. Si son solitarios, mejor que mejor. - Enterado, papá. - Como mucho, que consigamos hacer los preparativos en menos de medio año. “El señor Rudsinki es un sibarita, y puede contenerse con los manjares exóticos, pero no puede pasar un año entero sin su ración de “le foie spéciale”. - Sí, papá.
- Randolph, corre. Esta es la casa abandonada del que te hablé. - Jolines. Tiene muy mala pinta. Está para caerse si sopla una ventolera medio fuerte. - Ven. Vamos a rodearla por este lado. Detrás está el acceso exterior que conduce al sótano. “¿Ves? Este portón al nivel del suelo da a la parte inferior de la casa. - ¿Cómo es que está sin candado? Así puede entrar cualquiera. Puede haber drogadictos ahí abajo. - No hay nadie. Lo he comprobado las dos veces que he bajado. Para estar descuidado durante tanto tiempo, no está tan mal. Por eso te lo enseño. Será nuestro refugio donde nadie nos molestará. - Suena guay. - Habrá que limpiarlo un poco. Tiene polvo y telarañas, pero luego será un sitio de lo más chulo. - Ya tengo ganas de verlo. - Pues hala, ya te abro la puerta y bajas. Toma la linterna. Luego te acompaño. - Más te vale. Que no pienso explorarlo yo solito. “¡Ostras…! Es un sótano muy grande. Tiene un montón de cosas raras. Hay unas cadenas colgando de una viga. Y eso parece un cepo medieval… “Pero no me cierres las puertas de la entrada, que la linterna no ilumina mucho. “¿Me oyes? ¡Venga! ¡Abre las malditas puertas! ¿Qué estás haciendo ahí fuera? ¿Y ese ruido? - Te estoy colocando el candado que echabas en falta, Randolph. “Es para que no te escapes. Luego vendrá mi padre a verte… - Me parece muy mal que te niegues a comer las hamburguesas y las patatas fritas que te traigo, Randolph. - ¡No tengo hambre! ¡Quiero que me sueltes! ¡Estar con mis padres! - Eso que me pides es totalmente inviable, Randolph. Eres mi pieza más codiciada. Tienes que alimentarte para satisfacer mi ego. Por eso te he traído tanta comida. - ¡Veinticinco hamburguesas y dos platos llenos de patatas fritas! ¡Eso no me lo como ni en un mes! - Bueno. Hay una forma de convencerte. “Hijo, alcánzame el látigo. La piel del chico no me interesa. - ¡Nooo! - Tienes dos elecciones, Randolph. Comer como un cerdo hasta reventar, o que te despelleje la espalda. Tú mismo. - Sigue, muchacho. Así. Muy bien. Ya pesas sesenta kilos. En cuanto llegues a los ochenta, habrás cumplido con las expectativas depositadas en ti. - No… Me duele la barriga… Tengo dolor de cabeza… - Continúa masticando. Y no vomites, porque si lo haces, te inmovilizaré en el cepo y te arrancaré cada uña de los dedos de los pies. Te aseguro que es una tortura lo suficientemente dolorosa, como para seguir engullendo comida basura como si en ello te fuese la vida… - Hijo mío. Es el día. Randolph ya ha llegado al peso ideal. Su hígado debe de haber crecido lo esperado. - Sí, papá. - Ahora queda el tema menos grato de todos. El de su sacrificio. - A mí me continúa desagradando este tema, papá. - Es cierto. Pero tienes que empezar a aprender cómo hacerlo. Recuerda que dentro de unos años, tú serás mi sucesor. - Espero que eso ocurra muy tarde, papá. - Yo también lo deseo, hijo. “Ahora vayamos a ver a Randolph. Lo sujetaremos bien. De esta manera te enseñaré nuevamente la técnica del que hago uso para que el estrangulamiento sea eficaz del todo. - Lástima que todo lo demás tenga que ser desechado, papá. - Si. Es una pena. Pero recuerda que estamos preparando “le foie spéciale” para nuestro cliente. “Observa qué hígado más hermoso. La espera ha merecido la pena. - Sí, papá. - Ahora te voy a enseñar la preparación del manjar. Esta es la fase más divertida de todas. Presta atención, hijo. - Estoy atento, papá. Ya sabes que siempre te obedezco en todo lo que me digas. - Estoy orgulloso de ti. Si tu madre estuviera ahora presente, creo que aprobaría la versión que estamos haciendo de su receta original. ¡Ay, Marietta! ¡Cuánto se te echa de menos! - Pero mamá hacía la receta con gente mayor. - Así, es, hijo. Más que todos vagabundos. Por eso un día uno de ellos se las apañó para soltarse de las ataduras y matar a tu madre con el hacha. “Desde entonces tuve bien claro que la receta debía proseguirse en su elaboración con niños. Son fáciles de manejar, y encima el hígado es más delicioso y tierno que el de una persona adulta. “Pero todo esto nos está distrayendo de lo principal. ““Le foie spéciale” nos está esperando, niño. Con su elaboración, una buena suma de dinero que recibiremos de nuestro ilustre comensal. “Así que manos a la obra. Cíñete bien el delantal y colócate el gorro, hijo, que así nunca parecerás un cocinero como dios manda. - Vale, papá.