Recuerdo muy bien a Pepe Perona. Recuerdo cómo me desconcertó cuando, en mi etapa como alumno universitario, rompía moldes con su erudición y también (por qué no decirlo) con su brusquedad. Recuerdo el escándalo que se organizó cuando publicó en el periódico Campus su provocadora “Carta a un/a alumno/a de primero de Filología Española”, donde pregonaba que quien no devorase vastas lecturas, manejase ediciones trilingües y dominase el saber enciclopédico (desde la Grecia Clásica hasta nuestros días) estaba condenado a fracasar. Recuerdo su gesto a veces agrio, su manera de sostener los cigarrillos, su mirada irónica. Pero también recuerdo el asombro que experimenté cuando me di cuenta de su generosidad, de su sentido del humor, de su trato amable en las distancias cortas; y, sobre todo, de que sus sabidurías múltiples, poliédricas, inabarcables, no era un mero trampantojo, ni un maquillaje, ni una impostura, sino una verdad que lo acompañaba y empapaba su espíritu y su cerebro.
En el año 2000 me compré Espejos de una biblioteca y se me ocurrió acercarme a su despacho para que me lo dedicara. Ahora que he releído la obra dos décadas después he vuelto a encontrarme con aquella dedicatoria tan generosa, tan laudatoria y tan equivocada que me puso en el libro. Y, sobre todo, he vuelto a escuchar la voz conquense y murciana de Pepe, plagada de saberes, lecturas, juicios y aventuras intelectuales. Desde las casi trescientas páginas de este denso y fértil volumen me han salpicado las ideas de Hegel, Musil, Dioscórides, Rábano Mauro, Michel Foucault, Nebrija, Tucídides, Cisneros, Poe o Newton; pero también en ellas he encontrado botellas de whisky, Bruce Springsteen, helados Frigo, botellas de Sanex, capítulos de Falcon Crest, películas de Berlanga, la CEOE, los bolígrafos Bic, el Monopoly o las impresoras Hewlett Packard. Todo le vale para pensar y para encadenar razonamientos; todo le sirve como metáfora o como símbolo; todo lo conoce, lo absorbe y lo relaciona.
Un libro así es, por definición, imposible de resumir. Ni me voy a molestar en tratar de hacerlo. A él tampoco le gustaría. Léalo quien quiera aprender y esté dispuesto a dejar que le muestren verdades, le desenmascaren mentiras y le ridiculicen dogmas. Como simple orientación, reproduzco algunos de los muchos (muchísimos) subrayados en rojo que tengo en el volumen: “Hoy, la sabiduría está sojuzgada por ser una minoría en las estadísticas”. “Aquel que sabe se arriesga a ser interpretado en cada momento como un sabio o como un impío”. “El siglo XXI será el siglo de la diversidad o no será”. “Una postura apocalíptica apropiada para estos tiempos que producen el máximo de ignorancia a través del máximo de propaganda es la de resistir. Resistir quiere decir elevar todo lo que se pueda el discurso de la cultura”. “Una Europa sin latín y sin griego es la negación de la esfera”. “Sólo se debe escribir sobre aquello que se ama”. “Es necesario que, en todo artista, exista una región silenciosa donde la lucha se establezca sólo consigo mismo, donde no penetren las brisas del éxito o del fracaso”. “Hay lugares que se callan”. “Aun a tu pesar, llegará ese día en que formes parte del silencio”. “Los viejos se repiten y los jóvenes no tienen nada que decir”. “Sitiados de teóricos, nadie anda”. “¿Hubo nunca tantos independientes como en las épocas de crisis? ¿Hubo nunca tantos Movimientos No Gubernamentales que viven de sacar dinero a los Gobiernos? ¿Hubo nunca tantos individualistas con cargo a los presupuestos? ¿Quién vio nunca tanto liberal con nómina?”. “El esplendor no se somete a votación. Existe”. “Por doquier, y bajo la envolvente música de El Fary, se degluten millares de gambas, se pantagruelizan paellas, se devoran langostinos, se ingieren toneladas de cervezas, coca-colas y aguas de manantial, se vampirizan helados, se camilojosécelan marmitakos, se gargantúan cafés; y entre risas, vivas, chapuzones y cremas Factor-15 la gente vive, la gente eructa, la gente pee y la felicidad existe”.