De lágrima somos
Antes de que Egipto fuera Egipto, el sol creó el cielo y las aves que lo vuelan y creó el río Nilo y los peces que lo andan y dio vida verde a sus negras orillas, que se poblaron de plantas y de animales.
Entonces el sol, el hacedor de la vida, se sentó a contemplar su obra.
El sol sintió la profunda respiración del mundo recién nacido, que se abría ante sus ojos, y escuchó sus primeras voces.
Tanta hermosura dolía.
Las lágrimas del sol cayeron en tierra y se hicieron barro.
Y ese barro se hizo gente.
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Escribir no
Unos cinco mil años antes de Champollion, el dios Thot viajó a Tebas y ofreció a Thamus, rey de Egipto, el arte de escribir. Le explicó esos jeroglíficos, y dijo que la escritura era el mejor remedio para curar la mala memoria y la poca sabiduría.
El rey rechazó el regalo:
-¿Memoria? ¿Sabiduría? Este invento producirá olvido. La sabiduría está en la verdad, no es su apariencia. No se puede recordar con memoria ajena. Los hombres registrarán, pero no recordarán.
Repetirán, pero no vivirán. Se enterarán de muchas cosas, pero no conocerán ninguna.
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Escribir sí
Ganesha es panzón, por lo mucho que le gustan los caramelos, y tiene orejas y trompa de elefante. Pero escribe con manos de gente.
Él es maestro de iniciaciones, el que ayuda a que la gente empiece sus obras. Sin él, nada en la India tendría comienzo. En el arte de la escritura, y en todo lo demás, el comienzo es lo más importante. Cualquier principio es un grandioso momento de la vida, enseña Ganesha, y las primeras palabras de una carta o de un libro son tan fundadoras como los primeros ladrillos de una casa o de un templo.
Fragmentos del libro Espejos, de Eduardo Galeano