Revista Opinión

Espera en el Señor (Salmo 130)

Por Campblog
Querido Amigo:
Este bellísimo poema, el salmo 130, expresa la profunda humildad del alma que se entrega sin pretensiones a los caminos secretos de la Providencia. Este espíritu de infancia espiritual refleja una exquisita sensibilidad religiosa en un tiempo en que aún no se tenían luces sobre la retribución en el más allá. Las cosas grandes y fascinadoras de esta vida no turban su serenidad profunda espiritual. Todas sus ambiciones están sujetas a los designios misteriosos de Yahvé sobre su vida.
El salmista simboliza en esta confesión a la clase selecta de piadosos que viven profundamente la religión de sus padres en medio de un ambiente materializado. Como es de ley en esta colección de salmos «graduales», la composición termina con una alusión a la colectividad de Israel para que pueda servir para los peregrinos que se acercaban a la ciudad santa.
   1Señor, mi corazón no es ambicioso,
   ni mis ojos altaneros;
   no pretendo grandezas
   que superan mi capacidad;
   2sino que acallo y modero mis deseos,
   como un niño en brazos de su madre.
   3Espere Israel en el Señor
   ahora y por siempre.

Hemos leído sólo pocas palabras, cerca de treinta en el original hebreo del salmo 130. Sin embargo, son palabras intensas, que desarrollan un tema muy frecuente en toda la literatura religiosa: la infancia espiritual.
Es verdad que el salmista aquieta su vida en los propios brazos. Pero no lo es menos que Israel se considera un niño en brazos de Dios. Si por ventura una madre puede olvidarse del hijo de su seno, Dios nunca se olvida de Israel, tatuado como está en las manos de Dios (Is 49,15-16). Habrá que esperar, sin embargo, a que llegue el Hijo para que corresponda al cariño del Padre. ¡Qué abismos de ternura y de amor oculta el inefable «Abba»! Era el hogar al que retornaba Jesús en su oración. Los discípulos, impresionados por la relación existente entre Jesús y Dios, quieren entrar en una relación parecida. Se atreven a interrumpir la oración de Jesús y a pedirle que les enseñe a orar. El Padrenuestro es la respuesta de Jesús. El cristiano puede acallar sus deseos, ahora ya en brazos de Dios, su Padre. Puede esperar confiada y filialmente en el Padre, ahora y por siempre.
Hay en nosotros todo un mundo de deseos que nos inquietan y desorientan. El mal se muestra concupiscente y nos saca constantemente de la pista del Evangelio. Por ello nuestra oración es una súplica al Dios que hace de nuestro corazón un corazón pobre, confiado y sereno.
Dios es para nosotros como los brazos de una madre, que calma nuestras concupiscencias, nuestros deseos inquietos. Así, Jesús logró oponerse a la gloria de este mundo; fiándose absolutamente del Padre, por el camino de la pequeñez, por la puerta estrecha, haciéndose como niño, llegó a la gloria de la consumación. Espera en el Señor (Salmo 130) Nuestra comunidad ha de luchar contra la concupiscencia, contra los malos deseos que nos desvían del camino del seguimiento. Hemos de dejarnos penetrar por la presencia materna de Dios sin buscar grandezas que superan nuestra capacidad. Hemos de ser sacramentos de Jesús manso y humilde de corazón.
El hombre se acepta a sí mismo con humildad. Reconoce y acepta el límite de todo lo humano, y así evita el pecado capital de la soberbia. En el interior y en los gestos externos es mesurado. Así cultiva una especie de infancia espiritual, consciente; Lleno de abandono y confianza, al sentir que su límite humano está envuelto y acogido por una presencia maternal.
Con afecto, Tu Amigo Daniel Espinoza

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