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Esperando a los bárbaros

Publicado el 07 octubre 2011 por Icíar
Esperando a los bárbaros
Escritor: John Maxwell Coetzee.
“Los imperios no han ubicado su existencia en el tiempo circular, recurrente y uniforme de las estaciones, sino en el tiempo desigual de la grandeza y decadencia. La inteligencia oculta de los imperios sólo tiene una idea fija: cómo no acabar, cómo no sucumbir, cómo prolongar su era” 
El narrador del libro es un magistrado que lleva ejerciendo la administración de un pueblo fronterizo desde hace 30 años. Es de los que creen “en la paz, y tal vez incluso en la paz a cualquier precio”, como dice, su única aspiración es vivir “una vida tranquila en una época tranquila”. 
Pero llega un destacamento militar, debido a rumores de que los bárbaros están preparándose para atacar. Un coronel está a cargo de estas operaciones, porque hay que investigar e interrogar para anticiparse al enemigo. El resultado no será el que esperamos, los soldados-salvadores suelen traer consigo también la prostitución, los robos y la violencia e intimidación, además de dar al bárbaro los suficientes mártires para que el rumor, en el caso de que fuera un rumor, se convierta en realidad. 
El magistrado observa la actuación del coronel, se da cuenta de que “debería cerrar los ojos a las actividades de este policía advenedizo”. Es lo que le conviene. Mientras va observando, en su intimidad mantiene una relación con una de las bárbaras, atraído por un deseo difícil de definir, algo puede haber  también de una forma de satisfacer otro tipo de deseo, el de ver las huellas que los interrogatorios del coronel han podido dejar en el cuerpo torturado. Prepara un viaje, decide que va a devolver a la bárbara a su tribu, una decisión que según explica le produce un sentimiento similar a lo que debe ser algo parecido a la felicidad. Pero cuando vuelve, es apresado, torturado, y olvidado por todos. Ha cometido alta traición, esa frase sacada de los libros, como se burla el magistrado. 
Si estos son los hechos, faltaría el lenguaje interior en el que se sustentan, y para eso Coetzee es genial, porque nos da todo ese lenguaje interior que no se ve en la acción, desde la naturaleza de su deseo, la duda permanente, la liberación experimentada al no tener ya que fingir, esa otra libertad que se pierde, la necesidad de tocar y ser tocado, la naturaleza de los afectos, el declive físico, la crueldad de los hombres, la crueldad como espectáculo “que corrompe el corazón de los inocentes” y la pregunta cuya respuesta le obsesiona: cómo se puede ser un “verdugo ambulante” y al mismo tiempo disfrutar unas relaciones afectivas “¿cómo se es capaz de pasar de un mundo sucio a otro limpio sin inmutarse?” 
Como creo que también siempre hace Coetzee, sus personajes no son personajes intachables y ejemplares. Quiero decir que si la crueldad del hombre queda representada en el coronel, la esperanza a esa actitud quedaría representada en el magistrado. Pero se trata de la esperanza de un magistrado bastante imperfecto, lo cual quizás no esté del todo mal, porque asimilar esta limitación, es entender a lo que, en realidad, puede aspirar el ser humano. Por eso terminaré con un párrafo del libro que dice: 
“Desde el primer momento tuvo que ver que era un falso seductor” “Yo era la mentira que un imperio se cuenta así mismo en los buenos tiempos. El coronel era la verdad que un imperio cuenta cuando corren malos vientos. Dos caras de la dominación imperial, ni más ni menos”

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