Eduardo Rothe.
Si para controlar a Colombia hay que controlar a Venezuela, y viceversa (como dijo un general gringo) el Imperio está muy lejos de controlar a ninguna de las dos hermanas. Sólo le queda escalar el “descontrol controlado” del conflicto fronterizo, utilizando al monstruo Uribe y al pusilánime Santos.Esta “Via Mala” está pavimentada con años de complicidad de Bogotá en la guerra económica anti-bolivariana, y su tolerancia con los paramilitares , brazo armado de su derecha político-militar. Pero esta escalada tiene un límite: si se vuelve conflicto abierto y crónico, se regionalizaría y generaría una insurgencia sin fronteras apoyada militarmente por los vecinos ofendidos de Colombia, reclutando por toda América Latina en la mejor tradición de la guerra de Independencia. Y aunque “dos, tres muchos Vietnam” son el sueño, húmedo de sangre, del complejo tecnológico militar de EEUU, va contra la proyección estratégica “panamericana” de Washington sobre Latinoamérica y sus tan manejables “conflictos de baja intensidad”.
El reloj del peligro hace tic-tac, porque cada día que pasa erosiona la versión del gobierno colombiano sobre la frontera y sobre sí mismo. La campaña mediática anti-venezolana, que ya pasó del punto de no regreso, alcanzará su máximo posible con las elecciones en Colombia; luego sacarán cuentas y negociarán para reducir los daños: una frontera a tiros es peor para Colombia -económicamente hablando- que una frontera cerrada.
Pero para Uribe y el eje guerrerista Miami-Madrid-Bogotá, la normalización de las relaciones bilaterales significaría una victoria de Maduro y sus aliados, un chance para la paz. Ante eso, es lógico esperar que el uribismo, con anuencia de los gringos, lance la espada del terrorismo sobre la balanza de la política, en territorio venezolano: debemos esperar y prevenir una ‘operación de bandera falsa’. Como se sabe, las operaciones de bandera falsa son “operaciones encubiertas llevadas a cabo por gobiernos, corporaciones y otras organizaciones, diseñadas para aparecer como si fueran llevadas a cabo por otras entidades”.
Lo clásico (como en Guatemala 1954) sería la masacre de una aldea colombiana para echarle la culpa a los venezolanos, pero en este caso se buscaría más bien que todo el problema quedara lejos de Colombia, como un atentado monstruoso en una ciudad venezolana, una gran violencia entre colombianos y venezolanos en un barrio de Caracas, el asesinato -atribuible a Maduro- de algún líder opositor venezolano o de una personalidad internacional. Y tendría que ser antes de las elecciones del 6D, para optimizar su beneficio político.
Se podría pensar que una tal operación de bandera falsa representa demasiado riesgo para Uribe, maestro de la impunidad, en su frágil posición actual, cargado con más de 200 señalamientos penales de todo tipo, pero -justamente- su situación terminal lo acorrala a la disyuntiva de jugárselo todo a un final horroroso antes que sufrir un horror sin fin.
No podemos dejarnos sorprender por una operación de bandera falsa: el tiempo de respuesta (y especialmente de respuesta mediática) es vital, y depende de los medios y periodistas de Venezuela, Colombia, América Latina y el mundo. Las apariencias no deben engañarnos y no podemos perder de vista la sangrienta mano prestidigitadora de Uribe: en estos casos vacilar es perderse.
Hay que esperar una operación de bandera falsa, pero hay que esperarla preparados. Está en juego el destino de Venezuela y Colombia, el destino de América y de toda la humanidad. [email protected] @profesorlupa