
Eran las 3 de la mañana y todavía no podía pegar un ojo. Me levanté despacito sin hacer el menor ruido. Esperé los cinco minutos más largos de mi vida para ver el resultado del test: ¡No podía creerlo! ¡Estaba embarazada!
¡¡¡Al fin estaba embarazada!!! Lo estábamos buscando desde hacía casi un año… y ahí estaban, las dos rayitas que me cambiarían la vida para siempre… volví a la cama y estaba tan feliz que, cuando al fin pude dormirme, soñé con una bebé a la que llamaba Rosario. Y así se llamó mi primer hija.
No hubo discusiones por el nombre. Al papá le avisé a la mañana siguiente el embarazo, y como si tal cosa le dije “Es una nena, y se llama Rosario” . Estaba tan contento que ni se molestó en discutir… sólo me dijo, bueno, si es varón el nombre lo elijo yo… pobre, no pudo elegir nunca, esta rutina se extendió a los otros dos embarazos. Siempre muy digna le informaba el nombre y el sexo de nuestro hijo que estaba en camino. Y jamás me equivoqué. Será que siempre tuve una conexión muy fuerte e íntima con mis bebés.
Como nunca había tenido contacto con ningún bebé, lo primero que hice fue comprar libros de embarazo: me encantaba enterarme de todos los avances del desarrollo de mi hija. Las consultas al ginecólogo fueron de lo más frías, para él daba lo mismo que yo esperara un bebé, que si una perra esperara cachorros. Cero onda. Cambié de ginecólogo, busqué una mujer, pero fué más de lo mismo. En fin…
Cuando realmente caí en la cuenta de que estaba esperando un hijo fue en la primer ecografía: escuchar los latidos de su corazón fue lo más fuerte que había vivido; ¡¡¡realmente había un ser humano en mi vientre!!!!
All you need is love
Tuve embarazos hermosos: nunca sentí nauseas o malestares, caminé hasta el último día con cada una de mis hijas y con la última, también nadaba. Recuerdo a la distancia las pataditas recibidas y me llenan de ternura… Pía estaba acomodada de tal manera que parecía que con su codo me presionaba un pulmón y yo la empujaba despacito hasta que cambiaba de posición. Bernarda era muy inquieta y se movía todo el día… ¡y la noche! Rosario parecía una bailarina cada vez que yo comía helado!!! ¡Qué hermosos recuerdos! Hoy las miro y no puedo creer que estas niñas hermosas hayan sido tan chiquitas alguna vez…
Siempre tomé mis embarazos con mucha calma, nunca tuve grandes temores ni ansiedad por adelantar el tiempo hasta el nacimiento. Tampoco me quejé por las incomodidades propias del embarazo ni me volví loca por los kilos aumentados. Viví cada etapa con felicidad.
Tampoco me volví loca por tener todo lo que “necesita” un bebé para nacer en esta sociedad: cuartos preciosos, cochecitos robóticos, juguetes, peluches, ropa a toneladas… la verdad es que nunca me llamó la atención ese tipo de cosas, es más, hace nueve años me regalaron un cochecito que aún hoy sirve para secar toallas

Realmente un bebé necesita muy poco para estar bien en este mundo: necesita a su mamá, el calor de sus brazos y su cuidado. Necesita a una familia que lo ame y lo cuide, y lo tenga en brazos, que lo calme…
El milagro de la vida
Al finalizar cada embarazo ya comenzaba a sentir la necesidad de tener a mi bebé en mis brazos. Pasaba mucho tiempo del día soñando despierta con su llegada, preparaba todo con antelación para poder disfrutar de su llegada. Cada vez que comenzó un trabajo de parto, estaba lista para recibir a mi bebé.
Lo viví con calma, concentrada física, emocional y espiritualmente en ese momento.
Por más que fueron partos difíciles, sé que valieron la pena. Cada vez que vi a una hija mía nacer, comprendí que no había nada que amara más en la vida, que esa nueva persona era un milagro, un milagro en mi vida. Un milagro de amor instantáneo, inconmensurable e incondicional.
Sin duda, lo mejor y más verdadero de mi vida.
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