Revista Cultura y Ocio

Esperar

Por Calvodemora

A cuentas de la prisa, se han perdido imperios, se han malogrado placeres, se han desquiciado vidas. Está todo confiado a la velocidad, ella administra el trasiego de las cosas y, en ocasiones, las pervierte, las corrompe. Esperar está desprestigiado. Quien espera, a la vista ajena, declara su inoperancia, se convierte en espectador, se declara inhábil. La paciencia es una virtud antigua y estos son tiempos de voladiza modernidad. Es, en cambio, el vértigo el que lo impregna y modela todo. Vértigo y fiebre, velocidad y ansia. Hacemos varias cosas a la vez, tal vez por no esmerarnos pulcramente en una. Hacemos todas esas variadas cosas sin ocuparnos plenamente en ellas. Las acometemos a sabiendas de que otras pugnan por irrumpir, aplazándolas, emborronándolas. Cuando cuadra la ocupación en una, carecemos de paciencia, no medimos el tiempo, que es una sustancia sentimental. Es posible que sean estas prisas (este insano desvarío, esta enfebrecida locura) la que acabe con todo rastro de sensibilidad o de inteligencia y, a la par, con toda brizna de cultura o de progreso. Al mercado no le interesa la paciencia. El capitalismo es una criatura voraz, una bestia exigente, un dios cruel. Hay que apresurarse, no podemos perder ninguna oportunidad, eso nos susurra continuamente, es esa la instrucción inaplazable. En cuanto nos descuidamos, nos zarandea, nos amonesta, nos aparta de la secuencia exacta de su plan. Es diabólico ese plan. Es el triunfo de la mediocridad, es la enfermedad del corazón y la muerte de la cordura. 

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