Caminando por las aceras con rumbo pero sin pensamiento fijo, sentado en la terraza de un bar deleitándome del sabor añejo de bourbon y un cigarro, sea a donde fuere siempre se abre ente mi la calle del gato. Larga y estrecha cual embudo, siempre se atasca al principio, le cuesta tragar a la mitad y termina por estar demasiado apretada. Desde mi relativamente cómodo asiento observo la acera contraria de la calle Álvarez Gato donde se encuentra un bar moderno. Sus luces de neón e incandescentes láseres alumbran la noche y confunden a sus clientes, quizás el enredo sea una buena manera de atraer nuevos consumidores de bebidas de esencias afrutadas, no lo sé, lo desconozco. Llamadme clásico pero prefiero un burbon en esta terraza tranquila. Desde mi lugar, puedo observar como las luces bohemias reflejan en los espejos del cuarto de baño del local unas siluetas extrañas. Seres enjutos, cenceños y consumidos; en otro ! lugar se vislumbran ángeles y demonios compartiendo algún tipo de sustancia; en el último se ven siluetas extrañas, hombres con cuerpo de caballo, mujeres con cabeza de águila… será cosa de los faunos.
Cuando miran por la ventana puedo ver sus iris, descolocados y desorientados, como derritiéndose lentamente, separándose bífidamente. Un sorbo de burbon, una calada más… a los hijos que somos de Valle-Inclán, nos es difícil entender la realidad
Texto: José Sáez Olmos