Espías nada secretos

EE.UU. empieza a perder en cadena secretos diplomáticos y antiterroristas como lo demuestra estos días el caso de Edward Joseph Snowden, y hace solamente tres años el de Bradley Manning.

Poseedores de información secreta, han divulgado numerosos documentos sobre diplomacia y seguridad de su país porque, dicen, su presidente Barack Obama es ya un “Gran Hermano”.

Pero perecen hacerlo pasionalmente para resolver sus propios complejos y traumas haciéndose héroes de “comic” en esta sociedad de famas al minuto en las televisiones.

El agujero provocado por Snowden es gravísimo: gracias a sus conocimientos podría reproducir parte del sistema de espionaje de la superoculta Agencia Nacional de Seguridad (NSA), que escudriña las telecomunicaciones mundiales, especialmente las de los terroristas.

Lo revelado por el soldado Manning tiene menor entidad: detenido tras descubrirse que había entregado millones de documentos a WikiLeaks, provocó daños diplomáticos y de imagen, aunque menores a los temidos inicialmente por su Gobierno.

Pero tanto los militares para los que trabajaba Manning, como la NSA de Snowden, han perdido una de sus habilidades demostrada durante medio siglo: la de fichar agentes fieles, incorruptibles, patriotas, y de vida ejemplar según los cánones puritanos.

Durante la Guerra Fría estos agentes se reclutaban tras investigarlos a ellos, a sus fogosidades, a sus familias y allegados, para que los soviéticos no pudieran chantajearlos amenazándoles con denunciar sus debilidades.

Manning y Snowden serían rechazados antes. El primero era homosexual oculto y el segundo novio de una “stripper”, profesional de bailes eróticos. Ambos mantenían en el misterio sus vidas.

Decidieron pregonarlas plenamente sacando del armario sus intimidades.

Y cuando alguien revela pública y dramáticamente sus secretos, desconocidos por muchos y despreciados en su ámbito de trabajo, esparce muchos otros para dañar a los censores que algo sabían, y que los censuraban y despreciaban.

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SALAS