Andres Noarbe mandó a traves del Facebook este antiguo artículo sobre E.G
By Jaime GonzaloAunque la wikipedia se permita el perogrullo de considerarla “movimiento contracultural”, la Movida madrileña fue como mucho una inflada burbuja de distracción contra-contracultural. Epifenómeno de la Transición subvencionado por las arcas de ayuntamientos socialistas, aquella sugestión colectiva luego extendida al resto de España no tuvo otra misión que la de ilustrar a colorines un hipotético relevo generacional e ideológico, reforzando la difusa pero eufórica sensación de libertad y futuro que éste traía consigo, haciéndonos a todos los españoles más modernos, más divertidos y más chanantes que nadie, dentro y fuera del mundo mundial. Eliminando también, ya puestos, aquel poso intelectual, político y humanista que hubiera podido sembrar la tardo-contracultura transcurrida en este país durante la segunda década de los años 70.
Inocua y mesocrática, provinciana y ligera de cascos, la ilusión de la Movida devendría efectiva básicamente en términos industriales, pues generó un mercado discográfico “independiente” rápidamente absorbido por la escuela de pensamiento SGAE/Cadena Ser, reinventando y actualizando la cultura pop ibérica en términos de consumo, fabricando un star system propio que todo tipo de morralla utilizó como trampolín para incrustarse profesionalmente en el chollo a repartir entre la vieja oligarquía, los Borbones y los descamisados del puño y la rosa. Esto es la España subida al cohete del progreso europeo, por fin. El preludio de nuestro fenomenal y nada sorprendente presente.
En 1981, año de gracia de la movida, tenía lugar el Concierto de Primavera y hasta las porteras sabían ya quienes eran Alaska & Los Pegamoides. El baile de disfraces recién empezaba y la falsa transgresión campaba a sus anchas. Gabinete Caligari lanzaban «Olor a carne quemada», Radio Futura preparaban «La estatua del jardín botánico». En aquella zarzuela marinera donde se agolpaban tecnos y punkis, siniestros y niugüeifs, poperos y toreros, irrumpía sin anunciarse un single que reducía a virutas el impostado gamberrismo de la Movida, su frívola despreocupación, su introspección pretendidamente perversa o cualquier otra de las múltiples personalidades del potaje.
Con su desagradable título e inquietante portada en b/n, un rorro de ojo tumorado, «Necrosis en la poya» no era solo una alternativa sino una profecía, un alarido primario, una enfermedad que venía a reventar la fiesta, advirtiéndonos que en el futuro lo que se nos iba a gangrenar era la existencia. Sus responsables, un trío llamado Esplendor Geométrico, tipos de aspecto corriente y severo, no formaban parte de la movida en stricto sensu, pero sí en calidad de escisión de El Aviador Dro Y Sus Obreros Especializados, unos de sus más populares pioneros. Presentando en sociedad «Necrosis en la poya», los Geométricos no solo rompían drásticamente con el tecno futurista de los Aviadores, sino que arrojaban por la borda toda posibilidad de prosperar en la Movida y de ser considerados personas decentes.
Extremismo electrónico por el que habrían pagado oro los expertos de la CIA en mind fucking, el alojado en aquel single bramaba amenazante, reduciendo a Kraftwerk a una pulpa oligofrénica mientras al reverso –todavía no estaban los de SOS Racismo tocando los cojones–, salmodiaban “Negros hambrientos por todas partes/ Huelen mal”. Treinta y un años después, «Necrosis en la poya» sigue sonando tan preocupante como entonces en la reedición de que ha sido objeto en el cofre Prehistoric Sounds (Geometrik-Munster), compuesto por otros dos singles y un CD que recogen su producción primeriza.
Que Esplendor Geométrico han sobrevivido como algo más que una anomalía de su tiempo no es necesario que se lo recuerden a la multitud de seguidores cosechados con los años dentro y fuera de nuestras fronteras. Más complicado resulta explicarse que en la memoria oficial doméstica permanezcan todavía arrinconados, como un feto al que nadie quiere reconocer, no sea que le caiga un puro por ello. Por encima de esa falacia, constituyen sin embargo una de las escasas transgresiones puras y sistemáticas producidas por la música moderna española, y su influencia es universal. Y lo mejor: incluso aceptados tras el auge del techno y la chapa electrónica, Esplendor Geométrico todavía perturban y desconciertan como cuando en sus primeros conciertos las salas les bajaban el volumen y la intelligentzia movideña miraba consternada hacia otro lado mientras se atusaba el crepado.
Obsesivo, deslumbrante, el fulgor geométrico ha trascendido a todo y a todos, empezando por su propio concepto de la música industrial y por ellos mismos, pues todavía parecen servir a una fuerza superior, incorruptible e infinita. Lo más sobrecogedor es no obstante que ni siquiera hoy, cuando la pesadilla es tan real, su mal rollo deja de constituir una enajenación aparte. Puede que «Necrosis en la poya» no fuera, en contra de lo que sus autores afirman, el primer single autoeditado en España —distinción que parece recaer sobre «Darlia microtónica», 1978, de Macromassa—, pero poco importa eso si al fin y al cabo dió inicio a una carrera intrépida y coherente como la suya, capaz de extraer tanta visceralidad de una fórmula tan granítica y de dilucidar una síntesis verosímil de primitivismo y vanguardia. Más que un fetiche para coleccionistas, Prehistoric Sounds debería entenderse como un recordatorio a las jóvenes modernidades de que, ya que el culo tendrán que ponerlo de todas formas, mejor hacerlo embestidos por una poya que les haga ver las estrellas de su miseria.
Arturo Lanz sigue tan esplendente y geométrico como el primer día, y esta entrevista de hace dos años lo demuestra.