«Algunas frases nos sostienen a la vez que abren un abismo bajo nuestros pies».
«...evaporarse en la bruma para convertirse en cita; dejar de ser para ser».
«Si uno se desdibuja en las citas, ¿deja de ser él por mucho que esas citas lo representen?»
«La literatura es delirio».
«¿La literatura nos distancia del mundo?»
«Nuestro mundo somos nosotros y nuestros fantasmas, nosotros y la presencia de nuestras ausencias».
«Los escritores son chupópteros; los lectores, también».
«A veces no nos reconocemos en lo escrito por nosotros mismos».
«¿Nos escondemos tras las palabras ajenas?»
«Aunque elijamos perdernos en la bruma «todos queremos que nos encuentren»».
«Si estamos solos en esa bruma habitada tan solo por nuestros fantasmas es porque somos «el último sobreviviente de la literatura»».
Me cito a mí misma. Las anteriores son frases que he escrito mientras releía fragmentos que he subrayado de la novela que hoy os traigo. Sí, las he escrito yo pero, aun así, no sé hasta qué punto son solo mías. Y no solo es que en las dos últimas no haya podido evitar caer en la tentación de terminarlas citando a Enrique Vila-Matas, sino que el resto son mero producto de la pequeña chupóptera que como lectora soy. Estoy intentando recordar una cita de este libro y no lo consigo. La busco porque estoy segura de haberla subrayado pero no la encuentro. Decía algo así como que el punto final de una frase es punto de partida para quien la lee. O igual no decía eso y es solo que yo lo recuerdo así o que así lo interpreté cuando la leí y como ahora la he perdido no puedo recurrir a ella para contrastar mi recuerdo o si acaso para releerla y descubrir una nueva interpretación. Lo peor es que ni siquiera recuerdo si la cita en cuestión es de Vila-Matas o de otro. Y es que el barcelonés también cita en este libro y mucho. Igual hasta me la ha colado y mi punto de partida no es punto final de una cita sino de su interpretación de esa cita. No, no somos muy originales citados ni citadores. Y quién lo es. Al fin y al cabo «nunca ha existido la originalidad, que fue sólo una fantasía de Platón, para quien el mundo mismo era una copia».
«Había llegado a ser un artista citador gracias precisamente a que de muy joven no lograba avanzar como lector más allá de la primera línea de los libros que me disponía a leer. La causa de tanto tropiezo estaba en que las primeras frases de las novelas o ensayos que trataba de abordar se abrían para mí a demasiadas interpretaciones distintas, lo que me impedía, dada la exuberante abundancia de sentidos, seguir leyendo. Aquellos atascos, que por suerte empecé a perder de vista hacia los dieciocho años, fueron seguramente la base de mi posterior afición a acumular citas, cuantas más mejor, una necesidad absoluta de absorber, de reunir todas las frases del mundo, un ansia incontenible de devorar cuanto se pusiera a mi alcance, de apoderarme de todo lo que, en momentos de bonanza lectora, viera yo que podía ser mío».Así comienza Esta bruma insensata y así me envuelve Vila-Matas en su bruma de palabras.
Llegaba a este libro predispuesta o tal vez sea mejor decir predestinada. Su sinopsis, un imán de atracción para mí; su portada, un canto de sirenas imposible de resistir. Esa niebla, esas nubes bajas, ese humo que impide ver lo que queda por debajo, como si fuera la etérea puerta que separa cielo e infierno, sin saber muy bien si el cielo es el que queda por encima y el infierno por debajo de ella o al revés; ese cielo que los picos de esas torres, cuyos cimientos son habitantes de otro mundo, nunca alcanzan a tocar.
Tengo la cabeza en las nubes. Miento: tengo la cabeza entre niebla. Sí, yo, esa a la que todos acusan de sensata. Pocos ven más allá de la niebla porque ni siquiera ven mi niebla. Yo misma soy mi barrera. Yo convoco la tormenta de ese cielo encapotado que me acompaña. Y no, no me imaginéis como a un dibujo animado con una nube sobre la cabeza persiguiéndolo y descargando lluvia (o sí, si ya ha acudido la imagen a vuestra mente, quién soy yo para quitárosla); mi cielo encapotado se parece más al de Simon Schneider que al de una animación.
Simon Schneider es el artista citador; el hokusai, como él mismo gusta llamarse. Desde un caserón que anuncia derrumbe en el acantilado de Cap de Creus facilita citas de su archivo al ilustre escritor afincado a la vez que oculto del mundo en Nueva York Gran Bros. Veinte años lleva Simon realizando ese trabajo a cambió de una mísera paga. Veinte años que le hacen sentirse aún más mísero por el hecho de ser menospreciado por el gran Gran Bros. Veinte años míseros que se ven acrecentados por el hecho de que Gran Bros no es sino el nombre bajo el que se oculta su hermano.
En ese caserón situado en el espacio infinito, en ese fin del mundo que tal vez sea inicio de un mundo propio pues todo final supone un comienzo y por eso es un espacio infinito, Simon se debate entre el amor fraternal y el rechazo que sufre por parte de su hermano; entre la admiración y la envidia; entre la incredulidad porque su hermano fue siempre un escritor mediocre hasta que se fue a Nueva York y el prurito de la sospecha de saberse mejor escritor aunque nunca nadie le haya reconocido; y es que «todos llevamos el acusador dentro, pegado al acusado».
Un viernes de octubre de 1917, cuando Simon se encuentra asolado pues ha olvidado una cita precisamente sobre el espacio infinito, recibe en su teléfono móvil un escueto mail de Gran Bros en el que este no solo le anuncia su inminente llegada a Barcelona sino que lo cita para un encuentro. La coincidencia de hechos sumen a Simon en un estado tal que abandona su vivienda a ras de acantilado para emprender marcha hacia Cadaqués, iniciando así el periplo que años más tarde nos contará a nosotros, lectores, y que no es otro que el de aquel fin de semana que aquel hokusai «que malvivía al norte de Barcelona y al sur de la nada» comienza «aquel viernes en el que tuve que dar un largo paseo por el mundo hasta dar con la frase perdida».
En ese paseo por el mundo de ese artista citador que es Esta bruma insensata nos encontramos con la encrucijada entre escribir y no escribir; entre despreciar y renunciar a la escritura o abrazar la fe y la alegría de escribir. Hay también en él recodos para la reivindicación de la ficción, ya que «escribir ficción era otra forma de pensar» y, hasta cuando lo que se escribe no es sobre un hecho ficticio, en cuanto la primera gota de tinta impregna el papel pasa a convertirse en ficción. Y hay pasadizos de desesperanza, como cuando se habla de que la literatura bebe del pasado, de esa «energía de ausencia» que yo llamo fantasmas, y por tanto tal vez esté abocada a ser cosa de un tiempo pretérito y los que viven en/de la literatura no son sino seres de otro tiempo que expresan lo que a los seres de la era presente no les interesa escuchar.
«¿Qué no callaría yo? La angustia de la muerte, la angustia de saber que morimos totalmente solos, y el resto del mundo sigue alegremente sin nosotros. ¿No es de esto de lo que en realidad habla la mejor literatura que hemos conocido? ¿No intenta la gran narrativa agravar la sensación de encierro y soledad y muerte y esa impresión de que la vida es como una frase incompleta que a la larga no está a la altura de lo que esperábamos?»Sin embargo, el paseo no se nos hace cuesta arriba, los parajes por los que transita no son tristes o deprimentes. «Escribir era hasta cierto punto justificarse sin que nadie te lo pidiera y [...] en el fondo una justificación de ese tipo era siempre algo de lo más cómico». Así, esta novela está cargada de tintes cómicos, surrealistas, delirantes. Enrique Vila-Matas se divierte escribiendo y eso se nota y hace que el que lo lee se divierta. No cae (y cito sin citar porque no lo hago literalmente) en la tragedia, que excluye a la comedia, y en cambio sí abraza la comedia porque esta no excluye a la tragedia. Se atreve en su final de trayecto con un contexto de una Barcelona salteada de banderas y hasta tal vez se ría «por lo enredado y laberíntico de la situación -de la situación política, que, por un bando y otro, se había asfixiado tanto en la propaganda y en las falsedades que producía el mismo efecto que la bruma sobre el río: impedía ver lo que era real, aunque sólo hasta el mismo momento en que es bruma insensata se levantaba-».
Escena de la película La quimera del oro (1925) de Chrales Chaplin
La que no se levanta es la bruma inquietante de Simon Schneider y yo me alegra de que así sea. Su bruma es la bruma de lo que no es, de lo que ha perdido, de los que lo han abandonado (es decir, de lo que es, de lo que tiene, de los que siempre le acompañan). Su bruma es la bruma de lo que ha leído y de quienes lo han leído, de esas palabras que «pasaron a la historia y a mí siempre me gustaron, quizás porque voy entendiéndolas cada día más sin entenderlas del todo nunca» y de esos «escritores que escriben escenas de las vidas de personas reales, sin que éstas lleguen nunca a tener noticia de ello, y los escritores aún menos».
En Esta bruma insensata abundan las citas y los escritores. Supongo que son las palabras que siempre gustaron a Vila-Matas y lo escritores que en alguna ocasión le escribieron sin saberlo. De algunos nunca había oído hablar; a otros los conozco solo de nombre; pocos son los que he leído. No importa: libros, autores y lectores entrecruzamos nuestros caminos. El caserón colgando sobre el precipicio de Cap de Creus es para mí la casa de la abuela de Leonardo Villalba en La Reina de las Nieves de Carmen Martín Gaite. La delirante huida de Simon Schneider me recuerda a otro encantador y patético personaje que escondía sus sueños de grandeza bajo otro nombre falso en Juegos de la edad tardía de Luis Landero. Cada vez que Vila-Matas, por boca de su protagonista, se instalaba en la luz de la mañana y me envolvía con la poesía de su prosa yo me trasladaba a las mañanas lisboetas de Tus pasos en la escalera de Antonio Muñoz Molina en las que el tiempo se detenía, aunque, en esta ocasión, la placidez se trastocara por la humedad de la niebla que en todo se posa y todo lo impregna. Desde ahí, desde esa luz de mañana, he leído este mi primer libro de Vila-Matas. Desde ahí, desde esa luz de mañana, escribo mis delirios en esta entrada. Desde esa bruma insensata. Desde esa luz que desprende mi cielo encapotado.
«En el fondo nada me gustaría tanto como hablar desde allí, hablar literalmente desde fuera del mundo real, desde un espacio ilimitado, liberado de algún modo de tantas ataduras terrenales. Hablar desde la media luz de esa mañana eterna desde la que parecían dirigirse a nosotros los narradores de las novelas veloces de Gran Bros. Desde aquella media luz escribir sintiéndose uno ya de vuelta de todo, como Zalacaín el aventurero, el personaje de Baroja. O mejor todavía: de vuelta y media, y hasta con doble vuelta de tuerca; narrarlo todo desde el espacio infinito. Volar ya de verdad sobre el nido de mi antigua tragedia. Narrar yo mismo -no que contara él- la historia de lo que había sido mi vida en aquel fin de semana de finales de aquel octubre de 2017, con el país de Cataluña en plena crisis política; contar yo mismo todo aquello, pero siempre con el debido distanciamiento, dejando atrás en lo posible la tragedia y adentrándome más al final en un clima frío, espectral. Contarlo todo desde uno de esos estados de ánimo que suponemos -o al menos especulamos a veces con ello- que, a nuestra muerte, tal vez podamos encontrar, siempre y cuando pasemos, al librarnos del cuerpo, a convertirnos en sólo pura narración y pensamiento. Contarlo todo, pensé, desde la dudosa luz de un amanecer, frente a un imaginario puerto con barcas y grúas, como si estuviera en ese territorio por el que un día, tarde o temprano, nos tocará a todos, en algún momento, vagar».
Impresión, sol naciente (1872, óleo de Claudet Monet
Termino citándome, como triste palimpsesto que soy:
«Soy incapaz de citar algo que no sean mis propias palabras, quienquiera que las haya escrito».
Wallace Stevens
Ficha del libro:
Título: Esta bruma insensata
Autor: Enrique Vila-Matas
Editorial: Seix Barral
Año de publicación: 2019
Nº de páginas: 312
ISBN: 978-84-322-3489-7
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